Vic Echegoyen nació en Madrid y tiene sangre húngara. Trabaja como traductora e intérprete y vive a caballo entre Hungría, Viena y Bruselas. Además, escribe. La última novela que ha publicado es Resurrecta. En esta entrevista nos habla de ella y de otros temas. Le agradezco mucho el tiempo dedicado para atenderme.
Vic Echegoyen — Entrevista
- ACTUALIDAD LITERATURA: Tu última novela se titula Resurrecta. ¿Qué nos cuentas en ella y de dónde surgió la idea?
VIC ECHEGOYEN: A través de un centenar de personajes reales, desde el rey hasta un monito, pasando por esclavos, presos, soldados, prostitutas, aristócratas, monjas y músicos, os cuento las seis horas de la triple catástrofe (cuatro terremotos, tres tsunamis y un gigantesco incendio) que destruyó Lisboa y parte de Portugal y España el 1 de noviembre de 1755, literalmente minuto a minuto.
El germen de la idea surgió en los veraneos de mi infancia en la costa de Huelva, donde me llamaron la atención varios edificios agrietados y campanarios torcidos debido a aquella catástrofe: la decisión de escribir la novela surgió a la sombra de las ruinas del gran convento gótico del Carmelo, arrasado por los terremotos y el incendio, jamás reconstruido, y símbolo de Lisboa desde entonces.
- AL: ¿Puedes recordar alguna de tus primeras lecturas? ¿Y la primera historia que escribiste?
VE: Aprendí a leer con dos años gracias al maravilloso poema épico argentino en verso Martín Fierro, de José Hernández, que me leía mi madre: la historia de ese gaucho solitario, rudo y valiente que lo pierde todo, salvo su coraje y una actitud muy filosófica y sabia ante los reveses de la vida, sigue siendo una de mis favoritas.
Antes de cumplir cuatro años entré en el coro infantil del Teatro Colón de Buenos Aires, donde participé como el hijo de Madame Butterfly, uno de los niños devorados por la bruja en Hansel y Gretel y uno de los gitanillos de Carmen. Así que la primera historia que escribí, aunque no la recuerdo, seguro que tenía que ver con alguno de esos personajes y mundos de geishas, niños de mazapán y contrabandistas, que para mí eran más reales que la vida real en el colegio.
- AL: ¿Un escritor de cabecera? Puedes escoger más de uno y de todas las épocas.
VE: Mi tío abuelo Sándor Márai (autor de El último encuentro, entre otras docenas de obras) es mi principal “brújula” en cuanto a nivel, estilo y calidad: si un día rozo su perfección, aunque sea por un momento, me daré por satisfecha. Otros autores favoritos son László Passuth (El Dios de la Lluvia llora sobre México y Señor natural, sobre todo), Friedrich Dürrenmatt, Pío Baroja, Anaïs Nin, Patrick O´Brian, Horacio Quiroga, Alfonsina Storni, Kim Newman y Elizabeth Hand.
- AL: ¿Qué personaje de un libro te hubiera gustado conocer y crear?
VE: Humanos, o casi: El Mulo, del ciclo de la Fundación de Asimov. Originalísimo, impredecible, y cuya ambigüedad nos fascina y repele a partes iguales.
No humanos: la criatura de Frankenstein, que encarna toda la grandeza y la miseria del ser humano, y Sol-Leks, el viejo perro husky que dirige la manada que tira del trineo en La llamada de la selva, de Jack London, definido magistralmente en una frase: «No pedía nada. No daba nada. No aguardaba nada».
- AL: ¿Alguna manía o costumbre especial a la hora de escribir o leer?
VE: Prefiero el silencio, la luz natural, escribo siempre a mano y sin utilizar adjetivos, y nunca releo ni corrijo lo que he escrito: el primer borrador es el que recibe mi agente, y el que él le envía a los editores. Si no sale como me lo propuse a la primera, entonces no hay revisión ni cambios que lo salven: va a la papelera, y empiezo una historia nueva y diferente.
- AL: ¿Y tu sitio y momento preferido para hacerlo?
VE: Por la mañana, y cualquier lugar sirve, siempre que sea tranquilo, tenga una silla cómoda y esté cerca de una ventana.
- AL: ¿Hay otros géneros que te gusten?
VE: Aparte de novela histórica, me encanta lo que llamo distopía macabra surrealista, y ya he escrito dos novelas cortas que creo que son las más personales.
- ¿Qué estás leyendo ahora? ¿Y escribiendo?
VE: Estoy leyendo varios libros sobre la Historia de Portugal, especialmente los tejemanejes de Salazar durante la Segunda Guerra Mundial. Estoy escribiendo otra novela histórica, totalmente distinta de las tres anteriores por estilo, lugar y época (más moderna).
- AL: ¿Cómo crees que está el panorama editorial y qué te decidió a ti para intentar publicar?
VE: Como llevo 30 años viviendo fuera de España y conozco a muy pocas personas en ese círculo, ese mundillo literario me parece remoto y las reglas que siguen los cotarros, superventas y premios son para mí chino mandarín, así que me temo que no puedo opinar. He escrito desde mi infancia y tengo a dos escritores en la familia (por mi lado húngaro), así que solo era cuestión de tiempo probar suerte con un agente, pero primero escribí siete novelas y esperé casi 25 años antes de sentir el aplomo suficiente.
- AL: ¿Te está siendo difícil el momento de crisis que estamos viviendo o podrás quedarte con algo positivo para historias futuras?
VE: Personalmente y profesionalmente, me resulta difícil porque, al ser intérprete de organizaciones internacionales situadas en ambas puntas de Europa (Viena y Bruselas), tengo que viajar continuamente de aquí para allá, y la crisis, la pandemia y la guerra actual en Ucrania afectan directamente a mi trabajo. Además, toda restricción para viajar complica mi vida familiar y personal, ya que mi familia vive desperdigada por todo el mundo. Pero todo esto son causas de fuerza mayor: hay que aceptarlas, adaptarse en lo posible, seguir mejorando en mi trabajo, y reconocer y cazar cada ocasión al vuelo.
Suele decirse que cada crisis encierra una oportunidad, y muchas veces es cierto; pero, en vez de enojarse o lamentarse, conviene preguntarse: “Bien, ha surgido este problema. ¿Qué puedo hacer yo, aquí y ahora, a corto y medio plazo, para superarlo, esquivarlo, o sobrellevarlo lo mejor posible?”
Como en España casi nadie puede vivir de la escritura, y los autores y autoras de todos modos tenemos que ganarnos el sustento con algún otro trabajo, para un escritor (salvo que se quede sin techo y sin salud) esta crisis es mucho más llevadera que, por ejemplo, para un editor, un agente o un librero, porque lo único que nadie nos puede quitar es justo aquello que nos hace únicos, y la clave de todo el tinglado literario: la inspiración y la disciplina de dedicarle aunque solo sea unos minutos al día a inventar y crear personajes, historias y mundos.