Pearl S. Buck. Selección de fragmentos

Pearl S. Buck nacía un día como hoy

Pearl S. Buck nacía un día como hoy de 1892 y es una de las pocas mujeres en ganar el Premio Nobel de Literatura que obtuvo en 1938. Escribió más de 45 novelas de diversos géneros. Y la mayor parte está ambientada en China y su cultura en la primera mitad del siglo XX. Entre sus títulos más famosos está Viento del este, viento del oeste o Pabellón de mujeres. Para recordarla va esta selección de fragmentos de su obra.

Pearl S. Buck — Fragmentos

El patriota

Se movía pausadamente el barco entre las isletas verdes, abriéndose camino en medio de la cegadora luz del sol. El aire era tranquilo y templado, y al divisar las islas se veían barquitos pesqueros japoneses cuyas velas se perfilaban contra el azul del cielo. Sentado en una silla de cubierta, lo miraba todo sin querer pensar en nada. El único modo de soportar su desesperación era… no pensar.

A veces le asaltaba la idea de lo importante que hubiera sido poderle decir algo a En-lan…, pero pronto volvía a su pasividad. No había tenido posibilidad de decir nada a su amigo. Probablemente no viviría. Tampoco podía escribir a Peonía. Había desaparecido. Recordaba perfectamente la incrédula exclamación de su padre: «¡Desaparecida Peonía…!». Acudía nuevamente al deseo y la voluntad de no pensar.

Todo se desvaneció… todas las esperanzas que acariciaron juntos. Sentía agudos remordimientos al recordar la brigada. Seguramente habrían vuelto los obreros a la fábrica a trabajar como antes, en medio de su desesperanza. Puede que le creyeran un mentiroso que los había traicionado… Aunque también era posible que le supusieran muerto. Prefería esto último. Por su parte, no creía volver a verlos nunca.

Pabellón de mujeres

En noches como aquélla le costaba dormir. Permitía en silencio que Ying la preparase y se encaramaba luego a la plataforma de madera de secuoya de su cama. Se abandonaba a su alma detrás de las cortinas de seda y meditaba sobre el significado de todo lo que había aprendido. El hermano André se había convertido para ella en una especie de pozo, amplio y profundo, un pozo de conocimientos y aprendizaje. Por la noche pensaba en las muchas preguntas para las que quería respuestas. A veces, cuando su excepcional número atribulaba su memoria, se levantaba de la cama y encendía una vela. Y cogía su pincel de pelo de camello y, con su delicada escritura, anotaba las cuestiones en una hoja de papel. La tarde siguiente, cuando llegaba el hermano André, se las leía una a una y escuchaba con atención todo lo que él le explicaba.

Su manera de responderle era tremendamente simple, y se debía a que él era una persona muy instruida. No necesitaba, como los hombres de intelecto inferior, divagar largo y tendido sobre el meollo de la cuestión. Igual que los antiguos taoístas, sabía cómo expresar en pocas palabras la esencia de la esencia de la verdad. La despojaba de sus hojas, extraía el fruto y quebraba la cáscara, pelaba la vaina interior, partía la pulpa, sacaba la semilla y la dividía, y allí estaba el corazón, puro y limpio.

Muerte en el castillo

Lady Mary se movió en su lecho, cubierto por amplio dosel. Abrió los ojos, miró a la oscuridad y permaneció inmóvil. Algo la había despertado, un ruido, una voz quizá. ¿La habría llamado Sir Richard? Se sentó en el lecho, bostezó delicadamente, ocultando la boca con el revés de su mano, y encendió la luz que había sobre la mesita. Los blancos cortinones de la habitación, que protegían los ventanales, ondulaban con suavidad, y el aire era húmedo. La lluvia que se esperaba había aparecido y la niebla procedente del río debía invadirlo todo. Retiró las mantas de su cuerpo y se puso a tientas las zapatillas de satén que estaban en el suelo. Tenía que ir en el acto junto a Richard y ver si necesitaba algo. Se deslizó en el interior de su blanco «negligée», encendió una vela que le alumbrara a través del pasillo, carente de luz eléctrica, y con pasos quedos se dirigió a la habitación de Sir Richard. Giró con facilidad las dos hojas de la puerta, entró en la habitación y, dirigiéndose hacia la cama, se apostó a su lado y lo observó, utilizando como pantalla una mano para que la oscilación de la llama no lo despertará.

Pearl S. Buck — Última novela

El eterno asombro

Tumbado en la cama, sin poder dormir, revisó su vida tal y como la recordaba, una vida breve si la contaba en años, aunque en cierto modo vieja. Había leído muchísimos libros, había tenido muchísimos pensamientos propios, su mente siempre era un hervidero de ideas… y de pronto, con su capacidad para visualizar las cosas, recordó las carpas doradas que había en el estanque bajo un sauce del jardín, y cómo en los primeros días cálidos de primavera, cuando lucía el sol, el agua se agitaba y cobraba vida con destellos dorados cuando los peces salían en tropel del lodo donde se habían cobijado durante el invierno. Aquella, según creía, era la viva imagen de su mente, una constante sucesión de destellos, siempre en movimiento con pensamientos brillantes que se atropellaban en busca de terrenos inexplorados. A menudo, lo dejaba agotado esa mente suya de la que sólo podía encontrar descanso durante el sueño, y hasta el sueño era breve, pero profundo. A veces su mente le despertaba con su actividad. Visualizó su cerebro como un ser independiente de sí mismo, una criatura con la que tenía que convivir, un hechizo, pero también una losa. ¿Para qué había nacido él?

Fuente: Epdlp


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