Junto con el terror y el romance, los libros de ciencia ficción figuran entre los más populares. Se toma como válida la idea de que sus orígenes se remontan a la década de 1920. Más específicamente al año 1926, cuando se empezó a publicar la revista Amazing Stories. Si bien esta fue la primera vez que se habló de science fiction, ya muchos se habían aventurado por estos mundos.
El término en sí mismo es objeto de muchos debates y también de confusiones y malos entendidos. Empezando porque se trata de una vertiente o un subgénero de la narrativa de ficción. Es decir, relatos “ficticios” que, en términos prácticos, funcionan de la misma forma que lo hacen los libros de historias de amor o los dramas familiares.
¿Ciencia ficción o ficción científica?
Para los hispanoparlantes, la tarea de definir esta literatura y fijar sus límites tiene un componente extra. Hay quienes consideran que “ciencia ficción” es una traducción demasiado literal e inexacta de science fiction. Que lo correcto es “ficción científica”. Palabras más, palabras menos: se trata de especular sobre diversos temas, pero apegándose a cierto rigor científico.
Precisamente, esta última idea —la del rigor científico— es la que permite diferenciar este tipo de literatura de la fantástica. La ciencia ficción —o la ficción científica, como prefieran— necesita seguir y establecer una lógica. Especulativa y hasta fantástica, pero inamovible. Literatura de anticipación y especulación racional fueron algunos de los títulos aplicados a este género antes que se unificara todo bajo un solo paraguas.
Verosimilitud, ante todo
Los narradores de ciencia ficción no anuncian dentro de sus textos que están contando una historia de ciencia ficción. Si bien pueden advertir —en primera persona, dirigiéndose directamente a los lectores o a través de algún personaje— que se trata de hechos “increíbles” y hasta “fantásticos”, insisten en la idea de que lo relatado es real.
Para ello se apoyan en el ya comentado aspecto de la lógica científica. Construyen unas reglas claras sobre cómo funcionan las cosas y se apegan a ellas. Esto les permite establecer un pacto comunicacional con los lectores.
La ciencia ficción, antes de la ciencia ficción
Mucho antes de la segunda década del siglo XX, ya abundaban los relatos de ciencia ficción. Lo que no existía era el concepto. Nombres como Edgar Allan Poe o Tomás Moro pueden incluirse en lo que se conoce como la “Proto ciencia ficción”. Lista que incluye a autores como Sir Arthur Conan Doyle, Charles Dickens o Johannes Kepler.
Y aunque no exista uniformidad de opiniones para emitir una definición de lo que es la ciencia ficción, ni de su origen exacto, sí está claro cuál fue el título que dividió la historia del género en dos. Este es Frankenstein o El Prometeo Moderno de Mary Shelley.
Lo paradójico es que, en los últimos años —con la evolución del género— este monstruo ha perdido protagonismo dentro del “Sci Fi”. (Aunque sigue siendo un mito esencial). Para muchos se trata de una historia de terror y nada más. A pesar que ejemplifica a la perfección la importancia de que estos relatos establezcan y cumplan con su propio rigor científico.
De qué trata la ciencia ficción
Robots, extraterrestres o viajes interespaciales. La ciencia ficción no siempre es espectacular. Abarca exploraciones de orden sociológico. Ejemplo de ello es Utopía, de Tomás Moro. Un texto publicado en 1516 mediante el cual el teólogo inglés imagina a una sociedad regida por las doctrinas filosóficas del mundo clásico y bajo la fe cristiana.
El ideal de la consecución de un mundo entre justos e incorruptibles ha estado presente en relatos menos optimistas y más oscuros. Uno de los más conocidos es La naranja mecánica de Anthony Burgess (1962). Los robots también han participado de este tipo de revisiones (especulaciones) de orden social. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philp K. Dick (1968) es otro buen ejemplo.
Ucronías, disptopías
Otra subcategoría de este género literario es la ucronía. Esto es una especie de “historia alternativa”, explorando la posibilidad de que algunos acontecimientos históricos que marcaron el rumbo de la humanidad hubiesen tenido una resolución diferente. El mejor ejemplo nació de nuevo de la pluma de Dick. Se trata de El hombre en el castillo. Una novela en donde los aliados fueron derrotados en la Segunda Guerra Mundial, lo que permitió a alemanes y japoneses repartirse los territorios de Estados Unidos.
El futuro distópico es otra idea reiterativa. De nuevo la búsqueda de la sociedad perfecta termina por dar origen a todo lo contrario. Este tema en particular estuvo muy de moda las dos primeras décadas del siglo XXI. Los juegos del hambre de Suzanne Collins (2008) y Divergente de Veronica Roth (2011) son dos ejemplos de ello. Aunque las distopías no tienen nada de nuevas. 1984 de George Orwell (1949) y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury (1953) constituyen verdaderos clásicos.
Viajes en el tiempo
Una búsqueda insaciable para la humanidad, que ha encontrado algún placebo en la literatura de ciencia ficción. Idea explorada al máximo recientemente en la teleserie alemana Dark, producida por Netflix. Lo que muchos desconocen es que la primera máquina para viajar en el tiempo vino configurada en castellano.
Fue el escritor madrileño Enrique Gaspar quien “patentó” antes que nadie uno de estos artilugios. Lo hizo en la novela El anacronópete, publicada en 1887. Un texto desconocido por gran parte del público y al que no se le ha reconocido de la mejor manera. Esto en parte porque a este autor le sobrevivieron mejor sus obras de teatro y las zarzuelas.
Cinco novelas de ciencia ficción esenciales
Vaya atrevimiento. Seleccionar cinco novelas de ciencia ficción y nombrarlas “esenciales”. En realidad, no hay espacio para más. Por ello, de manera completamente arbitraria —y valiéndome únicamente de preferencias literarias (y de lo que se ha alcanzado a leer)—, se propone una lista de cinco títulos “destacados” dentro de la ficción literaria.
Viaje al centro de la Tierra, de Julio Verne
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Hay autores que requieren dedicación exclusiva. Artículos solo para ellos. Julio Verne está en esa categoría. Seleccionar un único relato dentro de su catálogo, ya se antoja arriesgado. Eso implica dejar por fuera muchos clásicos. Pero vamos a mantenernos firmes dentro de nuestro propio rigor científico.
El título fue publicado en noviembre de 1864, varios años antes de que el término ciencia ficción fuese patentado. Una aventura intraterrestre que ha servido para que varios entusiastas, a manera de juego, pero también muy en serio, postulen hipótesis sobre lo que se oculta bajo las capas tectónicas.
La máquina del tiempo, de H. G. Wells
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Otro autor imprescindible al hablar de ciencia ficción. Más allá de que sus aportes aparecieron mucho antes de que la estandarización de este concepto. Y si bien a Enrique Gaspar se le reconoce como el primero en incluir una máquina para viajar en el tiempo en sus relatos, ninguno de estos artefactos es más icónico que el de Herbert George Wells.
La aventura propuesta por el escritor londinense y publicada en 1885, pudiese decepcionar a muchos lectores de las nuevas generaciones. No hay paradojas temporales. Solo especulaciones de orden moral sobre cómo sería una sociedad que pudiese adelantarse físicamente a los hechos que está por vivir.
Un yanqui en la corte del rey Arturo, de Mark Twain
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Todavía en el siglo XIX, publicada apenas cuatro años después que The time machine de Wells. Es otro relato que difiere de las ideas “millennials” respecto a los viajes en el tiempo y a las paradojas catastróficas.
Es más bien una sátira que especula lo que ocurriría si un hombre moderno se instala en la corte del rey Arturo. En plena Edad Media y junto a los otros caballeros de la Mesa Redonda. Con el agregado de que este personaje que inexplicablemente viaja en el tiempo, es especialista en armas de fuego.
Fahrenheit 451, de Ray Bradbury
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Una sociedad en la que los libros están prohibidos. Este parece ser el sueño de muchos gobernantes fascistas y autoritarios. Así como de sus seguidores. También es el conflicto sobre el cual se construye Fahrenheit 451 de Ray Bradbury.
Publicado en 1953, el propio autor estadounidense reconoció que escribió este relato muy preocupado por las implicaciones de la Era McCarthy. Un argumento y una preocupación que por muy ciencia ficción que parezca, sigue todavía vigente en los días que corren.
Los juegos del hambre, de Suzanne Collins
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La mayoría de los Best Sellers que ha dejado lo que va de siglo XXI están estigmatizados. Para muchos, son solo obras menores. Su mérito, además de vender millones de copias, se reduce a entretener. La pregunta que siempre surge tras este tipo de afirmaciones: ¿hay algo malo con entretener a los lectores?
De cualquier forma, la trilogía de Collins, cuyo primer capítulo llegó a las librerías en 2008, vino para dar nuevos aires no solo a la literatura de ciencia ficción. También para “madurar” los relatos de romances imposibles entre adolescentes. Estos iniciaron con Edward Cullen y Bella Swan en Crepúsculo, de Stephenie Meyer (2005). Relaciones que nadie tomaba en serio antes de la aparición de Katniss Everdeen y Peeta Mellark.