Marco Tulio Cicerón y Robert Graves. De Roma y con Roma en la sangre.

Marco Tulio Cicerón vivió en Roma, Robert Graves nos hizo vivir en Roma. Los dos compartieron la Ciudad Eterna como inspiración y también fallecieron el mismo día, el 7 de diciembre. El primero, y de muy mala manera, en el 43 a. C., el segundo en 1985. Ambos, maestros de la palabra y la escritura con dos mil años por medio. Hoy, en su memoria también eterna, comparto algunas de sus frases y fragmentos de sus obras.

Marco Tulio Cicerón

Poco que decir de una figura tan conocida como la de este jurista, político, filósofo, escritor y orador romano. Considerado el más grande retórico y estilista de la prosa en latín de la República romana, vivió en una de las épocas más fascinantes de la antigüedad y cuando se repartían el poder en el mundo nombres como César o Pompeyo. Los que además tuvimos que traducirlo en nuestros tiempos universitarios también recordamos sus Catilinarias, por ejemplo.

Su vida y su obra estuvieron marcadas tanto por su carácter inseguro e impresionable, su defensa de la república y su lucha contra la dictadura de César. Ese carácter también le hizo variar sus posturas dependiendo del clima político y lo condujo al trágico final que tuvo. Se puede ver un retrato aunque ficcionado de su historia, al igual que la de su época, en Roma, la magnífica serie de la HBO de hace unos años.

Fragmentos y frases

Catilinarias

¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia? ¿Cuánto tiempo hemos de ser todavía ju­guete de tu furor? ¿Dónde se detendrán los arrebatos de tu desenfrenado atrevimiento? ¡ Qué! ¿No han contenido tu audacia ni la guardia que vela toda la noche en el monte Palatino, ni las que protegen la ciudad, ni el espanto del pueblo, ni el concurso de to­dos los buenos ciudadanos, ni el templo fortificado en que el Senado se reúne hoy, ni los semblantes au­gustos e indignados de los senadores? ¿No has com­prendido, no estáis viendo que ha sido descubierta la conjuración? ¿No ves que tu conspiración no es para nadie un secreto y que ya la tiene todo el mun­do por encadenada?

La República

«Dada mi situación, yo he podido disfrutar del ocio y obtener de él mayores frutos que los otros, a causa de la variedad de los estudios que han sido mi delicia desde la niñez (…) Mas con todo, yo no dudé un momento en exponerme a las más duras tempestades, y diría que incluso a los rayos, para salvar a mis conciudadanos y asegurar a todos los demás, sin ahorrar ningún peligro, una vida tranquila.

Sobre la retórica

«El orador intermedio, al que llamo moderado y templado, con solo pertrechar suficientemente sus fuerzas, no temerá los azares ambiguos e inciertos de la elocuencia; incluso, si alguna vez no tiene gran éxito, como ocurre a menudo, no correrá gran peligro, sin embargo; pues no puede caer de muy alto. Pero este orador nuestro, al que acordamos la primacía, que es grave, impetuoso, ardiente, si ha nacido para esto solo, o en esto solo se ha ejercitado, o a esto solo se ha aplicado, sin templar su abundancia con los otros dos estilos, merece el mayor desprecio. Pues el orador sencillo, porque habla con precisión y veteranía, es ya sensato, el orador mediano, grato; pero este otro abundantísimo, si no es nada más que eso, suele parecer apenas cuerdo».

  • «En las horas de peligro es cuando la patria conoce el quilate de sus hijos».
  • «La amistad comienza donde termina o cuando concluye el interés».
  • «No sé si con la excepción de la sabiduría, los dioses han otorgado al hombre alguna cosa mejor que la amistad».

Robert Graves

Este británico nacido en Wimbledon, poeta de la Primera Guerra Mundial reconvertido en novelista, tiene en su haber un título que lo encumbró a la gloria: Yo, Claudio. Imposible olvidar su adaptación en una de las series más recordadas de la televisión. Pero fueron muchas obras históricas más las que escribió bajo el cielo de Mallorca que lo vio fallecer a los 90 años.

Su vida también estuvo marcada por escándalos personales que fueron ocultados durante mucho tiempo. Pero dejó como legado su poesía de la guerra y títulos históricos como La diosa blanca, La comida de los centauros, Belisarius, La guerra de Troya, Rey Jesús o El vellocino de oro.

Yo, Claudio

«Y quizá sobreviví porque las enfermedades no pudieron ponerse de acuerdo acerca de cual de ellas tendría el honor de rematarme. Para empezar nací prematuramente, a los siete meses de gestación, y luego la leche de mi nodriza no me sentó bien, de modo que me estalló un terrible salpullido en toda la piel, y después tuve malaria, y sarampión, que me dejó levemente sordo de un oído, y erisipela, y colitis, y finalmente parálisis infantil, que me acortó de tal modo la pierna izquierda, que me vi condenado a una permanente cojera».

La diosa blanca

«La actual es una civilización en la que son deshonrados los principales emblemas de la poesía. En la que la serpiente, el león y el águila corresponden a la carpa de circo, el buey, el salmón y el jabalí a la fábrica de conservas; el caballo y el lebrel a la pista de apuestas y el bosquecillo sagrado al aserradero. En la que la Luna es menospreciada como un apagado satélite de la Tierra y la mujer considerada como “personal auxiliar del Estado”. En la que el dinero puede comprar casi todo menos la verdad y a casi todos menos al poeta poseído por la verdad».

Claudio el dios y su esposa Mesalina

  • «No hay nada que haga a un hombre tan odioso y desagradable a los ojos de una mujer como los celos».
  • «La mayoría de los hombres no son ni virtuosos ni pillastres, ni buenos ni malos. Son un poco de una cosa y un poco de otra, y, durante mucho tiempo, nada: innobles mediocridades».
  • «Jamás recuerdes a la gente los servicios que le has hecho en el pasado. Si son hombres agradecidos y honorables, no necesitarán recordatorio alguno, y si son desagradecidos y deshonestos, el recordatorio será inútil».

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