Gustavo Adolfo Bécquer: poemas

Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) fue un escritor español destacado en géneros como la lírica y la narrativa. La mayoría de sus trabajos literarios se enmarcan dentro del simbolismo y el romanticismo. La fama póstuma de Bécquer convirtió algunos de sus títulos en los más leídos de la lengua española.

Ejemplos portadores de esta singular popularidad pueden ser los títulos: Rimas y Leyendas —una selección conjunta de poemas y cuentos— y Cartas literarias a una mujer (1860-1861). La obra poética de Bécquer vino a romper algo muy marcado en la época en la que se publicaron: una tradición de materiales prosaicos de trascendencia íntima. Asimismo, el autor deshizo en sus letras esa marcada costumbre de textos pomposos.

Sinopsis de Rimas, recopilación de poemas de Gustavo Adolfo Bécquer

La primera edición de Rimas se hizo pública en 1871 tras la muerte del autor. El título es considerado como una pieza maestra de la poesía del siglo XIX —aunque hubo autores que no estuvieron de acuerdo con esta concepción, como Núñez de Arc—. Existen varias ediciones de Rimas, entre ellas una que cuenta tan solo con 76 poemas.

En muchas ocasiones, la métrica y el estilo de los poemas resultan innovadores para su época. De igual manera, los versos suelen estar alejados de lo que dictaba la academia por aquel entonces, lo que les convierte en composiciones libres. La obra poética que aborda esta antología —al igual que otra llamada Leyendas— emerge del texto El Libro de los gorriones.

Gustavo Adolfo Bécquer: poemas extraídos de Rimas

Rima IV

No digáis que agotado su tesoro, de

asuntos falta, enmudeció la lira:

Podrá no haber poetas; pero siempre

habrá poesía.

Mientras las ondas de la luz al beso

palpiten encendidas;

mientras el sol las desgarradas nubes

de fuego y oro vista;

mientras el aire en su regazo lleve

perfumes y armonías;

mientras haya en el mundo primavera,

¡habrá poesía!

Mientras la ciencia a descubrir no alcance

las fuentes de la vida,

Y en el mar o en el cielo haya un abismo

que al cálculo resista;

mientras la humanidad siempre avanzando,

no sepa a dó camina;

mientras haya un misterio para el hombre,

¡habrá poesía!

Mientras sintamos que se alegra el alma

sin que los labios rían;

mientras se llora sin que el llanto acuda

a nublar la pupila;

mientras el corazón y la cabeza batallando prosigan;

mientras haya esperanzas y recuerdos,

¡habrá poesía!

Mientras haya unos ojos que reflejen

los ojos que los miran;

mientras responda el labio suspirando

al labio que suspira;

mientras sentirse puedan en un beso

dos almas confundidas;

mientras exista una mujer hermosa,

¡Habrá poesía!

Rima VI

Gustavo Adolfo Bécquer

Como la brisa que la sangre orea

sobre el oscuro campo de batalla,

cargada de perfumes y armonías

en el silencio de la noche vaga;

símbolo del dolor y la ternura,

del bardo inglés en el horrible drama,

la dulce Ofelia, la razón perdida

cogiendo flores y cantando pasa.

Rima XLVI

Tu aliento es el aliento de las flores,

tu voz es de los cisnes la armonía;

es tu mirada el esplendor del día,

y el color de la rosa es tu color.

Tú prestas nueva vida y esperanza

a un corazón para el amor ya muerto:

tú creces de mi vida en el desierto

como crece en un páramo la flor.

Rima XXIV

Dos rojas lenguas de fuego que a

un mismo tronco enlazadas se

aproximan, y al besarse

forman una sola llama.

Dos notas que del laúd

a un tiempo la mano arranca,

y en el espacio se encuentran

y armoniosas se abrazan.

Dos olas que vienen juntas

a morir sobre una playa

y que al romper se coronan

con un penacho de plata.

Dos jirones de vapor que

del lago se levantan, y al

reunirse en el cielo

forman una nube blanca.

Dos ideas que al par brotan,

dos besos que a un tiempo estallan,

dos ecos que se confunden,

eso son nuestras dos almas.

Rima LXXXIII

Una mujer me ha envenenado el alma,

otra mujer me ha envenenado el cuerpo;

ninguna de las dos vino a buscarme,

yo de ninguna de las dos me quejo.

Como el mundo es redondo,

el mundo rueda.

Si mañana, rodando,

este veneno

envenena a su vez,

¿por qué acusarme?

¿Puedo dar más de lo que

a mí me dieron?

Rima XXXVI

Si de nuestros agravios en un libro

se escribiese la historia,

y se borrase en nuestras almas cuanto

se borrase en sus hojas;

Te quiero tanto aún:

dejó en mi pecho

tu amor huellas tan hondas, que

sólo con que tú borrases una,

¡las borraba yo todas!

Rima LXXVII

Es un sueño la vida,

pero un sueño febril que dura un punto;

Cuando de él se despierta,

se ve que todo es vanidad y humo…

¡Ojalá fuera un sueño muy

largo y muy profundo,

un sueño que durara hasta la muerte!…

Yo soñaría con mi amor y el tuyo.

Rima V

Espíritu sin nombre,

indefinible esencia,

yo vivo con la vida

sin formas de la idea.

Yo nado en el vacío

del sol tiemblo en la hoguera

palpito entre las sombras

y floto con las nieblas.

Yo soy el fleco de oro

de la lejana estrella,

yo soy de la alta luna

la luz tibia y serena.

Yo soy la ardiente nube

que en el ocaso ondea;

yo soy del astro errante

la luminosa estela.

Yo soy nieve en las cumbres,

soy fuego en las arenas,

azul onda en los mares

y espuma en las riberas.

En el laúd soy nota,

perfume en la violeta,

fugas llama en las tumbas

y en las ruinas hiedra.

Yo atrueno en el torrente,

y silbo en la centella

y ciego en el relámpago

y rujo en la tormenta.

Yo río en los alcores

susurro en la alta hierba,

suspiro en la onda pura

y lloro en la hoja seca.

Yo ondulo con los átomos

del humo que se eleva

y al cielo lento sube

en espiral inmensa.

Yo en los dorados hilos

que los insectos cuelgan

me mezclo entre los árboles

en la ardorosa siesta.

Yo corro tras las ninfas

que en la corriente fresca

del cristalino arrollo

desnudas juguetean.

Yo en bosque de corales, que

alfombran blancas perlas,

persigo en el océano

las náyades ligeras.

Yo, en las cavernas cóncavas,

donde el sol nunca penetra,

mezclándome a los nomos

contemplo sus riquezas.

Yo busco de los siglos

las ya borradas huellas,

y sé de esos imperios

de que ni el nombre queda.

Yo sigo en raudo vértigo

los mundos que voltean,

y mi pupila abarca

la creación entera.

Yo sé de esas regiones

a donde rumor no llega,

y donde los informes astros

de vida y soplo esperan.

Yo soy sobre el abismo

el puente que atraviesa;

yo soy la ignota escala

que el cielo une a la tierra.

Yo soy el invisible

anillo que sujeta

el mundo de la forma

al mundo de la idea.

Yo, en fin, soy el espíritu,

desconocida esencia,

perfume misterioso

del que es vaso el poeta.


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