Carmen Conde: poemas

Poema de Carmen Conde.

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Colocar en los buscadores de la web «Carmen Conde poemas» es encontrarse con un rico y amplio universo de letras. Esta poetisa se convirtió el 28 de enero de 1978 en la primera mujer en ingresar a la RAE durante los —para ese entonces— 173 años de existencia de la institución. Su inducción no estuvo exenta de polémica debido la vinculación de ella y su esposo a los falangistas del régimen de Francisco Franco. Pero resulta bastante sesgado valorar a la académica únicamente por sus afiliaciones políticas. Además, se le reconoce como una de las personalidades más destacadas de la denominada Generación del 27.

Carmen Conde nació en Cartagena el 15 de agosto de 1907, fue una prolífica escritora y también se destacó como dramaturga, prosista y maestra. Desde muy joven estuvo muy apegada a la cultura y a las letras, por ello, algunos especialistas consideran que la publicación de «solo» unos 300 ejemplares de su obra, es insuficiente. A propósito de su cumpleaños número 100, el periódico El País realizó un artículo homenaje en donde se define a su poesía como «lírica, fresca, sensual».

Juventud, primeros trabajos e inspiración

Se considera que su principal influencia fue el Nobel Juan Ramón Jiménez. Igualmente, en correspondencias que mantuvo durante casi siete décadas con la poeta Ernestina de Champourcín se evidencia la admiración hacia autores como Gabriel Miró, Santa Teresa y Fray Luis de León.

Su primer empleo fue en 1923 como auxiliar de sala en la Sociedad Española de Construcción Naval Bazán. Un año después pasó a ser colaboradora de prensa. Estudió Magisterio en la Escuela Normal de Murcia, allí conoció al poeta Antonio Oliver, con quién formalizó relaciones en 1927 y se casó en 1931.

Durante ese período también publicó sus primeros libros de poemas: Brocal (1929), cuya temática en prosa es el ambiente lleno de luz del Mediterráneo; y Júbilos (1934), escrita durante su embarazo, en donde demuestra una mayor profundidad para reflejar temas existenciales.

Lamentablemente, su única hija nació muerta en 1933. La tragedia marcó su trabajo hasta que conoció a Amanda Junqueras, con quien mantuvo un amor furtivo que inspiró algunas de sus obras más sensuales, cargadas de erotismo y metáforas relacionadas con la oscuridad y las sombras (en alusión a lo prohibido), como Ansias de gracia (1945) y Mujer sin Edén (1947), entre otras.

Postguerra y madurez literaria

Luego de la Guerra Civil Española (1936-1939), Conde y esposo fueron miembros fundadores de la Universidad Popular de Cartagena y del Archivo Semanario de Rubén Darío en la Universidad de Madrid. Transcurrieron tiempos difíciles, pues debido a la adhesión inicial de Oliver a La República, la pareja se vio forzada a permanecer separados durante largos períodos.

En los años siguientes Carmen Conde ejerció como profesora de literatura española en el Instituto de Estudios Europeos y en la Universidad de Valencia (en Alicante). Esta también es una época caracterizada por su versatilidad compositiva, evidente en poemas como «En la tierra de nadie« (1960) dominado por un sentimiento de soledad y alistamiento.

Fotografía de Carmen Conde.

La poetisa Carmen Conde.

Asimismo, su obra A este lado de la eternidad (1970), declara su posición rebelde ante las injusticias sociales. En Corrosión (1975), reflexiona sobre la vida, la muerte y el dolor (impactada por su viaje a Nueva York y la muerte de su esposo). Temas que se van renovando en El tiempo es un río lentísimo de fuegos (1978) y La noche oscura del cuerpo.

Últimos poemas y legado de Carmen Conde

Entre los galardones más destacados otorgados a Carmen Conde están el Premio Elisenda Montcada (1953) por Las oscuras raíces, el Premio Nacional de Poesía (1967) y el Premio Ateneo de Sevilla (1980) con Soy la madre. En 1978 hizo historia al ser la primera mujer inducida a la Real Academia de la Lengua Española.

Conde también colaboró en La Estafeta Literaria y RNE bajo el seudónimo de Florentina del Mar. Asimismo, la Televisión Española ha adaptado a series de la pantalla chica sus obras La rambla y Creció espesa la yerba.

A principios de la década de 1980 la escritora manifestó los primeros síntomas de Alzheimer. Sin embargo, la enfermedad no le impidió publicar su último poemario, Hermosos días en China (1987), en donde muestra su admiración ante la cultura del gigante asiático, después de haberlo visitado. Murió el 8 de enero de 1996 en Majadahonda, a los 88 años.

Rasgos de su obra y algunos de sus poemas más representativos

El uso lírico del yo en los poemas de Carmen Conde es inexacto y en ocasiones abstracto. De la misma forma, el género de los personajes los oculta para sortear los preceptos morales mediante la invocación del alma y el uso de pronombres indeterminados.

La escritora casi siempre identifica al ser amado con un paisaje. Los elementos corporales son frecuentes, reflejados por medio de la humanización de la naturaleza. El deseo de lo prohibido y el silencio son comunes a través de metáforas sobre la noche y el vacío desconocido.

Su poesía es libre, carente de rimas, mas no así de rítmica. Su lenguaje es natural, y evidencia un dominio profundo del idioma, con metáforas profundas que atrapan a los lectores e invitan a leer y releer cada poema, verso a verso. Los poemarios de Carmen Conde, por su profundidad y contenido, deberían incluirse entre los mejores libros de poesía de la historia.

Carmen Conde declamando poesía.

Carmen Conde declamando poesía.

Carmen Conde poemas

La poesía de Carmen Conde es universal, el día internacional de la poesía, 21 de marzo, sus poemas son leídos en muchas partes del mundo. A continuación se pueden apreciar cinco de los poemas más representativos dentro de la vasta composición lírica de Carmen Conde.

«Amante»

«Es igual que reír dentro de una campana:

sin el aire, ni oírte, ni saber a qué hueles.
Con gesto vas gastando la noche de tu cuerpo
y yo te transparento: soy tú para la vida.

No se acaban tus ojos; son los otros los ciegos.
No te juntan a mí, nadie sabe que es tuya
esta mortal ausencia que se duerme en mi boca,
cuando clama la voz en desiertos de llanto.

Brotan tiernos laureles en las frentes ajenas,
y el amor se consuela prodigando su alma.
Todo es luz y desmayo donde nacen los hijos,
y la tierra es de flor y en la flor hay un cielo.

Solamente tú y yo (una mujer al fondo
de ese cristal sin brillo que es campana caliente),
vamos considerando que la vida…, la vida
puede ser el amor, cuando el amor embriaga;
es sin duda sufrir, cuando se está dichosa;
es, segura, la luz, porque tenemos ojos.

Pero ¿reír, cantar, estremecernos libres
de desear y ser mucho más que la vida…?
No. Ya lo sé. Todo es algo que supe
y por ello, por ti, permanezco en el Mundo».

«Ante ti»

«Porque siendo tú el mismo, eres distinto

y distante de todos los que miran

esa rosa de luz que viertes siempre

de tu cielo a tu mar, campo que amo.

Campo mío, de amor nunca confeso;

de un amor recatado y pudoroso,

como virgen antigua que perdura

en mi cuerpo contiguo al tuyo eterno.

He venido a quererte, a que me digas

tus palabras de mar y de palmeras;

tus molinos de lienzo que salobres

me refrescan la sed de tanto tiempo.

Me abandono en tu mar, me dejo tuya

como darse hay que hacerlo para serte.

Si cerrara los ojos quedaría

hecha un ser y una voz: ahogada viva.

¿He venido, y me fui; me iré mañana

y vendré como hoy…? ¿qué otra criatura

volverá para ti, para quedarse

o escaparse en tu luz hacia lo nunca?».

Estatua en honor a Carmen Conde.

Estatua en honor a Carmen Conde.

«Hallazgo»

«Desnuda y adherida a tu desnudez.

Mis pechos como hielos recién cortados,

en el agua plana de tu pecho.

Mis hombros abiertos bajo tus hombros.

Y tú, flotante en mi desnudez.

Alzaré los brazos y sostendré tu aire.

Podrás desceñir mi sueño

porque el cielo descansará en mi frente.

Afluentes de tus ríos serán mis ríos.

Navegaremos juntos, tú serás mi vela,

y yo te llevaré por mares escondidos.

¡Qué suprema efusión de geografías!

Tus manos sobre mis manos.

Tus ojos, aves de mi árbol,

en la yerba de mi cabeza».

«Dominio»

«Necesito tener el alma mansa

como una triste fiera dominada,

complacerle con púas la tersura

de su piel deslumbrada en mansedumbre.

Es preciso domarla, que su fiebre

no me tiemble en la sangre ni un minuto.

Que la aneguen los fuegos del aceite

más espeso de horror, y que resista.

¡Oh, mi alma suave y sometida,

dulce fiera encerrándose en mi cuerpo!

Rayos, gritos, helor, y hasta personas

acuciándola a salir. Y ella, oscura.

Yo te pido, amor, que me permitas

acabar con mi tigre encarcelado.

Para darte (y librarme de esta furia),

una quieta fragancia inmarchitable».

«El universo tiene ojos»

«Nos miran;

nos ven, nos están viendo, nos miran

múltiples ojos invisibles que conocemos de antiguo,

desde todos los rincones del mundo. Los sentimos

fijos, movedizos, esclavos y esclavizantes.

Y, a veces, nos asfixian.

Querríamos gritar, gritamos cuando los clavos

de las interminables vigías acosan y extenúan.

Cumplen su misión de mirarnos y de vemos;

pero quisiéramos meter los dedos entre sus párpados.

Para que vieran,

para que viéramos frente a frente,

pestañas contra pestañas, soslayando el aliento

denso de inquietudes, de temores y de ansias,

la absoluta visión que todos perseguimos.

¡Ah, si los sorprendiéramos, concretos,

coincidiendo en la fluida superficie del espejo!

Nos mirarán eternamente,

lo sabemos.

Y andaremos reunidos, sin hallarnos como mortales

en tomo a la misma criatura intacta

que rechaza a los ojos que ha creado.

¿Para qué, si no vamos a verla, aunque nos ciegue,

hizo aquellos y estos innumerables ojos?».

«Amor»

«Ofrecimiento.

Acércate.

Junto a la noche te espero.

Nádame.

Fuentes profundas y frías

avivan mi corriente.

Mira qué puras son mis charcas.

¡Qué gozo el de mi yelo!».


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