Hoy Camilo José Cela hubiera cumplido 102 años, pero nos dejó en 2002. Sin embargo, el escritor, periodista, ensayista, editor y académico gallego más universal y ganador del Premio Nobel en 1989 (y el Cervantes en 1995 entre otros muchos más) sigue viviendo para la posteridad en todas sus obras. Así que lo recuerdo en una selección de frases y pasajes de La familia de Pascual Duarte. ¿La razón? Un impactante fragmento de esa obra marcó a mi futuro yo lector y escritor.
La razón
Fue en uno de aquellos libros de lectura (Senda, de Santillana) de no recuerdo exactamente el curso, quizá en 5.º o 6.º de EGB. Y cuando, por aquellos tiempos de poca corrección política, lingüística y menos papel de fumar, los niños en el colegio leíamos lo que fuera que hubiera que leer. Fue solamente un fragmento, quizás uno de los más duros de los muchos que tiene La familia de Pascual Duarte.
Posiblemente quedó en mi memoria por el lenguaje, tan adulto y áspero, y sin duda por la imagen que recreé al leerlo. Sé lo que es una escopeta y cómo se mata con ella, también sé lo que es tener un perro. Marcó además inconscientemente mi futuro yo tanto de lectora como escritora, faceta esta donde no me es ajeno el narrador en primera persona masculina ni su dureza o fiereza. Fue la escena en la que Pascual Duarte le pega un tiro a su perra.
12 frases de La familia de Pascual Duarte
Así que ahí va esta selección de frases de esta novela publicada en 1942, una de las obras cumbre de su autor, pero también de la narrativa española del siglo XX.
1.
Se mata sin pensar, bien probado lo tengo; a veces, sin querer. Se odia, se odia intensamente, ferozmente, y se abre la navaja, y con ella bien abierta se llega, descalzo, hasta la cama donde duerme el enemigo.
2.
Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte.
3.
Nunca de repente llegan las ideas que nos trastornan; lo repentino ahoga unos momentos, pero nos deja, al marchar, largos años de vida por delante. Los pensamientos que nos enloquecen con la peor de las locuras, la de la tristeza, siempre llegan poco a poco y como sin sentir, como sin sentir invade la niebla los campos, o la tisis los pechos.
4.
El sol estaba cayendo; sus últimos rayos se iban a clavar sobre el triste ciprés, mi única compañía. Hacía calor; unos tiemblos me recorrieron todo el cuerpo; no podía moverme, estaba clavado como por el mirar del lobo.
5.
Las cosas nunca son como a primera vista las figuramos, y así ocurre que cuando empezamos a verlas de cerca, cuando empezamos a trabajar sobre ellas, nos presentan tan raros y hasta tan desconocidos aspectos, que de la primera idea no nos dejan a veces ni el recuerdo; tal pasa con las caras que nos imaginamos.
6.
A la desgracia no se acostumbra uno, créame, porque siempre nos hacemos la ilusión de que la que estamos soportando la última ha de ser, aunque después, al pasar de los tiempos, nos vayamos empezando a convencer – ¡Y con cuánta tristeza! – que lo peor aún está por pasar…
7.
Estaría haciendo otra cosa cualquiera de ésas que hacen -sin fijarse- la mayor parte de los hombres; estaría libre, como libres están -sin fijarse tampoco- la mayor parte de los hombres; tendría por delante Dios sabe cuántos años de vida, como tienen -sin darse cuenta de que pueden gastarlos lentamente- la mayor parte de los hombres…
8.
Es una pena que las alegrías de los hombres nunca se sepa dónde nos han de llevar, porque de saberlo no hay duda que algún disgusto que otros nos habríamos de ahorrar; lo digo porque la velada en casa del Gallo acabó como el rosario de la aurora por eso de no sabernos ninguno parar a tiempo. La cosa fue bien sencilla, tan sencilla como siempre resultan ser las cosas que más vienen a complicarnos la vida.
9.
Hay mucha diferencia entre adornarse las carnes con arrebol y colonia, y hacerlo con tatuajes que después nadie ha de borrar ya.
10.
Las más grandes tragedias de los hombres parecen llegar como sin pensarlas, con su paso, de lobo cauteloso, a asestarnos su aguijonazo repentino y taimado como el de los alacranes.
11.
Si mi condición de hombre me hubiera permitido perdonar, hubiera perdonado, pero el mundo es como es y el querer avanzar contra corriente no es sino vano intento.
12.
A mí me ganaba por la palabra, pero si hubiéramos acabado por llegar a las manos le juro a usted por mis muertos que lo mataba antes de que me tocase un pelo. Yo me quise enfriar porque me conocía la carácter y porque de hombre a hombre no está bien reñir con una escopeta en la mano cuando el otro no la tiene.