Muere Antonio Gala. Selección de poemas para recordarlo

Antonio Gala ha muerto. Lo recordamos con estos poemas

Antonio Gala ha fallecido a los 92 años en Córdoba este domingo. Poeta, dramaturgo y novelista, estaba ingresado en el hospital por complicaciones en su delicado estado de salud. Nacido en Brazatortas, Ciudad Real, se trasladó en su infancia a Córdoba y terminó siendo uno de sus más ilustres vecinos.

Con una extensa obra que incluye también varios premios, entre ellos el Nacional de Teatro Calderón de la Barca por Los verdes campos del Edén o el Planeta por El manuscrito carmesí, son muchos más los éxitos de Antonio Gala con títulos como los de Petra Regalada, Enemigo íntimo o Testamento andaluz en poesía y, sobre todo, novelas como La pasión turca o Más allá del jardín (con versiones cinematográficas correspondientes). Y como articulista, su columna en El Mundo, La tronera, era de las más leídas. Lo recordamos con esta selección de poemas.

Antonio Gala — Poemas

Bagdad

Tenía tanta necesidad de que me amaras,
que nada más llegar te declaré mi amor.
Te quité luces, puentes y autopistas,
ropas artificiales.
Y te dejé desnuda, inexistente casi,
bajo la luna y mía.
A las princesas sumerias,
cuando fueron quemadas con joyas rutilantes,
les brillaban aún sus dientes jóvenes;
se quebraron sus cráneos antes que sus collares;
se fundieron sus ojos antes que sus preseas….
Bajo la luna aún brillaban sus dientes,
mientras te poseí desnuda y mía.

Bahía

¿Cómo comer sin ti, sin la piadosa
costumbre de tus alas
que refrescan el aire y renuevan la luz?
Sin ti, ni el pan ni el vino,
ni la vida, ni el hambre, ni el jugoso
color de la mañana
tienen ningún sentido ni para nada sirven.
Allá fuera está el mar,
allá fuera, en el mundo, estás tú.
Comiendo tú sin mí:
tu hambre, tu pan, tu vino y tu mañana.
Yo aquí, ante los manteles opacos
y la bebida amarga,
ante platos sin sabor ni colores.
Lo intento, sí, lo intento, pero cómo
comer sin ti, ni para qué…
Tú te has llevado tu olor a bosque
y el gusto de la vida.
Fuera están mar y aire.
Dentro, yo solo frente a la mesa puesta
que ha perdido su voz y su alegría.

Maitines

Callad, amantes, y ocupad el labio
con el beso.  No pronunciéis palabras vanas
mientras se busca vuestro corazón
en otro pecho, jadeante y pobre
como el vuestro,
ya al filo de la aurora.

Cuando te poseí por vez primera
tocaban a maitines
en el Convento de las Mercedarias.
La tiniebla del aire estremecieron
repentinos palomos alterados.
Titubeante el alma sonreía,
sin comprender por qué, en torno a tu cintura.
Y luego, hasta la alcoba recién inaugurada,
fueron entrando laúdes y alabanzas
que mi alma repetía con orgullo
suavemente en tu oído.

Callad amantes y ocupad
el labio con el beso.

Mientras yo te besaba

Mientras yo te besaba
te dormiste en mis brazos.
No lo olvidaré nunca.
Asomaban tus dientes
entre los labios:
fríos, distantes, otros.
Ya te habías ido.
Debajo de mi cuerpo seguía el tuyo,
y tu boca debajo de mi boca.
Pero tu navegabas
por mares silenciosos en los que yo no estaba.
Inmóvil y en silencio
nadabas alejándote
acaso para siempre….
Te abandoné en la orilla de tu sueños.
Con mi carne aún caliente
volví a mi sitio:
también yo mío ya, distante, otro.
Recuperé el disfraz sobre la arena.
«Adiós», te dije,
y entré en mi propio sueño,
mi propio sueño,
en el que tú no habitas.

Mediterráneo

Mi cinturón aprieta tu cintura,
y tu sonrisa, mi corazón.
Sobrevolamos las islas indecibles
y a nuestro paso las nubes se disipan.
¿Cómo regresar al beso la armonía
sin que la respiración se entrecorte?
¿Cómo planear la noche compartida
después de tanta ausencia?
Sólo el aire es aliado nuestro
porque nuestro deseo es de aire puro.
Cuando descendamos a la tierra
las alas deberán seguir batiendo:
el aire de las alas
es nuestro sostén único
y las alas del aire nuestro lecho.
Desembocan los ríos en los mares azules
como en tu pecho desemboca el mar.
Abrázame en tus alas
para que otro aire no me roce
sino tu aliento, del que vivo y muero.
Bajo el cielo impalpable
hecho de luz y espera,
abrázame, amor mío, con tus alas.
Abrázame sobre la corrompida
ciudad sagrada de los hombres.

Antonio Gala — Sonetos

Es hora ya de levantar el vuelo

Es hora ya de levantar el vuelo,
corazón, dócil ave migratoria.
Se ha terminado tu presente historia,
y otra escribe sus trazos por el cielo.

No hay tiempo de sentir el desconsuelo;
sigue la vida, urgente y transitoria.
Muda la meta de tu trayectoria,
y rasga del mañana el hondo velo.

Si el sentimiento, más desobediente,
se niega al natural imperativo,
álzate tú, versátil y valiente.

Tu oficio es cotidiano y decisivo:
mientras alumbre el sol, serás ardiente;
mientras dure la vida, estarás vivo.

Ella

Bebió en tu boca el tiempo enamorado
y la cuajó con besos de paloma.
Casto tu cuello, sobre el oro asoma
tan sólo por el oro acariciado.

Lunado el pelo, el corazón lunado,
rubor apenas por el aire aroma.
Amapola ritual tu torso toma
y te aparta del mar verde azulado.

Tu mirada de miel, marisma ardiente,
la luz antigua con las luces nuevas
-recién despierta y ya cansada- alía.

Te duele la victoria, y dócilmente
a cuestas tu destino de amor llevas,
delicada y sangrienta vida mía.


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