Esos pequeños placeres que solo los escritores apreciamos

Hace unos días os traía algunos de estos 10 mitos verdaderos y falsos sobre los escritores, y uno de ellos residía en la soledad del artista, en esa dimensión paralela en la que solo nosotros vivimos y que (salvo otro escritor) pocos podrán comprender. Sin embargo, no todo es malo ni deprimente en esa parcela de soledad, sino más bien todo lo contrario. ¿Tú también fomentas alguno de estos siguientes placeres solo los escritores apreciamos?

Tú, una libreta y una cafetería

La gente nos mira raro al pasar y solo aquel que aprecia el placer de escribir (mejor en un cuaderno que en un ordenador) se te acercará para decirte que él también lo hace. Te lo dirá sonriendo, como diciéndote aquello de «somos unos incomprendidos». Porque sí, pocos placeres son tan buenos para un escritor como sentarse en la terraza de una cafetería (ya puede ser una de tu barrio como una de Cuba o San Francisco) y dar rienda suelta a las palabras.

Inspiración nocturna

Otra opción que suele gustarnos a los escritores es escribir de noche, no sabemos el motivo, quizás porque al caer las estrellas todos se vuelve más poético, más misterioso, porque la inspiración es como un búho que duerme durante el día y comienza a fluir cuando las luces son más tenues. Luego llega ese día siguiente en el que leemos lo que escribimos bajo el efecto de una (o más) copas de vino. Pero eso es otra historia.

Tener una buena idea

En ese preciso momento en el que te dispones a tumbarte y cerrar los ojos  la mente comienza a divagar y de repente ahí está: esa gran idea, esa cita, ese argumento que necesitas congelar de algún modo en el mundo real. Y apresurado te levantas, buscas papel y boli (o el bloc de notas del móvil, en su defecto) y escribes todo aquello que tus musas te han susurrado en el momento más inesperado. Después cierras los ojos de nuevo, pero sabes que acabas de abrir la caja de Pandora.

Leer un buen libro

Cualquier escritor debe leer para mejorar o perfeccionar su arte, algo en lo que creo que casi todos estamos de acuerdo. Aún así, a veces cabe señalar la diferencia que existe entre un libro que nos gusta y aquel del que podemos extraer ideas o nuevas perspectivas. Comprobar que otras formas de contar una historia son posibles pueden reinventar por completo la forma en la que expresamos nuestras ideas.

Terminar lo que empezaste

Ya sea una poesía, un cuento o una novela pocos placeres para un escritores son tan satisfactorios como el hecho de finalizar esa obra en la que tanto tiempo yació inmerso. A partir de entonces comienza otra etapa, una en la que los placeres y las decepciones van de la mano pero que debes afrontar con toda la ilusión del mundo.

Ver tu libro publicado

El poeta cubano José Martí dijo una vez aquello de «hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo». Una cita que reafirma la belleza de la creación y, que a pesar de no haber cumplido aún al pie de la letra, sí puedo secundar en lo que respecte a ese momento inexplicable en el que publicas un libro. Una parte de ti encerrada en un libro, con una portada propia, listo para hacer huella (por pequeña que sea) en el mundo. Y eso es maravilloso.

La primera opinión de un lector

Tanto esfuerzo comienza a dar sus frutos, y la primera señal llega en forma de opinión o reseña positiva en la que alguien asegura haber leído tu libro y lo recomienda a otras personas; el hielo se ha roto y comienza otra nueva aventura. Y es que todo autor necesita un feedback, ya sea bueno o malo, para apreciar la calidad de una obra, definir el rumbo a seguir pero, especialmente,  confirmar la necesidad de creer en lo que hacemos.

Ciertos olores

El de un libro viejo, el de ese otro más nuevo, el de los lápices y el papel, el de una librería antigua, aquel que, inesperadamente, te transporta a la infancia y abre en ti una compuerta a nuevas ideas.


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