Yerma constituye junto a Bodas de Sangre (1933) y La casa de Bernarda Alba (1936) la celebrada “trilogía lorquiana”. Estrenada en 1934, es referenciada como la obra cumbre del teatro de Federico García Lorca, —probablemente— el escritor español más importante del siglo XX.
Construida en tres actos de dos cuadros cada uno, se le considera una pieza corta. No obstante, su puesta en escena tiene una duración promedio de 90 minutos. La temática: una tragedia rural (muy de moda en Hispanoamérica durante la década de 1930). Aprovechada de forma sublime por el dramaturgo granadino para darse a conocer en España y gran parte de América Latina.
Federico García Lorca, el autor
Nació en 1898 en Fuente Vaqueros, Granada. Hijo de una familia acomodada, lo cual, le permitió crecer en medio del campo sin la obligatoriedad de labrarlo para poder subsistir. Su madre fomentó en él el gusto por la literatura —y el arte en general— desde temprana edad. Por ello, es lógico que ya en la adolescencia manejase con un criterio estético bien formado. Bodas de Sangre es una muestra clara de ello.
La Generación del 27
Frustrado por el aburrimiento cultural de la provincia, consigue irse a Madrid con el objetivo de continuar su formación académica en la Residencia de Estudiantes. El recinto en cuestión fue una institución muy prestigiosa, visitada con frecuencia por personajes famosos y científicos como Albert Einstein y Marie Curie.
Allí se hizo muy amigo de Salvador Dalí y Luis Buñuel, entre muchas otras figuras de renombre nacional e internacional. De esa manera, se generó un ambiente bohemio e intelectual ideal para el desarrollo pleno de una persona tan creativa como lo fue García Lorca. Rodeado de artistas excepcionales; un conjunto que pasó a la historia bajo el nombre de la Generación del 27.
Una vida castrada por el fascismo
Pero la cuarta década del siglo XX, si bien sirvió para el surgimiento de lo mejor de la obra lorquiana, también representa uno de los momentos más oscuros de España. Pues la Guerra Civil española trajo la subsecuente ascensión al poder de Francisco Franco. Aunque Lorca nunca se afilió a ninguna causa política o discriminó amistades por causas ideológicas, era visto como una amenaza.
Ante esta situación, los embajadores de Colombia y México le ofrecieron refugio, sin embargo, él no aceptó. En julio de 1936 fue capturado y se estima que fue fusilado la madrugada del 18 de agosto (la fecha no se sabe con exactitud). Entre otras cosas, se le acusó de homosexual.
Yerma, la poesía al servicio de una tragedia
Si por algo destacan los dramas de García Lorca es por su concepción poética. Los diálogos, junto con la música —muchos cantos gitanos sirven de motor de esta obra— marcan el ritmo. Y, de forma similar al resto de la trilogía, el inicio de Yerma es una pieza (y un personaje) llena de esperanza. Pero la acumulación de frustraciones termina por convertir su existencia en una verdadera pesadilla.
Este descenso vertiginoso en el ánimo de su protagonista marca el desarrollo de la obra. Asimismo, mientras el texto es impulsado por la crisis argumental, la acción explora conflictos propios de la sociedad española. Sin llegar a convertirse en un manifiesto reaccionario, mantiene el suficiente peso específico como para (los espectadores) pasar de ellos sin darse por enterados.
El argumento
Yerma, la protagonista, es una mujer a la cual su padre le impuso un matrimonio con Juan, un hombre que ella no quiere. Sin embargo, no opone resistencia. En parte porque es una persona recta y correcta, apegada al sentido de la honradez. Además, ve en este casamiento la vía para cumplir con su más hondo propósito: ser madre.
Pero yerma (así, con la inicial en minúscula) es un término utilizado para identificar a algo infecundo o seco. Entonces, el tiempo pasa… Yerma, la protagonista, no puede concebir. Su deseo termina transformándose en obsesión y luego termina desencadenando la tragedia final. La condena de una eternidad estéril y solitaria.
Del machismo, las convenciones sociales y la (falta de) creatividad
La España rural en donde está ambientada la pieza es sumamente machista. Juan, el esposo de Yerma, representa precisamente eso. Un hombre que sin saberlo, oprime y lastima a “su” mujer. Solo porque así funcionan las cosas. Al mismo tiempo es un machismo alentado y justificado por las propias mujeres.
Es más, dentro de las convenciones sociales aceptadas, el deber fundamental de toda mujer es servir y parir, de lo contrario, es despreciada. Pero a Juan la comodidad de una vida tranquila y sin necesidad de hijos lo ha dejado sin creatividad. Es decir, sin una verdadera pasión por la vida. Esta apatía desemboca en una opresión hacia la protagonista, quien sella su destino.
Primero el honor, después lo demás
Hay un tercer personaje en medio del conflicto; su nombre es Víctor. Es amigo de Yerma desde la infancia de ambos. Igualmente, es uno de los trabajadores de Juan. Víctor y Yerma han estado enamorados desde siempre. La sola presencia de este personaje provoca en ella sensaciones que no experimenta con su esposo. Ni siquiera en los momentos de intimidad.
Todos en el pueblo perciben la atracción existente entre Víctor y Yerma. Lo peor: aun cuando por honor y lealtad ellos renuncian a su amor, las mujeres comienzan a cuchichear sobre una traición consumada. En consecuencia, poco importan los alegatos de la implicada… la semilla de la duda quedó plantada.
Otra prueba de lealtad
En el tercer acto, cerca del final de la obra, Yerma tiene la oportunidad de escaparse con otro hombre —fornido, trabajador, de buena salud— que puede darle todo lo que ella quiere. Aparte de casa y seguridad, el ansiado hijo. El ofrecimiento llega en una romería, de boca de “la vieja”, (título empleado por García Lorca para identificar a la madre del nuevo candidato).
Pero Yerma no se doblega, se mantiene firme en sus principios y es congruente con su moralidad. Quiere tener un hijo, solamente con su esposo. El hombre que la desposó y con quien comparte el lecho íntimo… si ella su lado no puede respirar, no le parece relevante.
El final de Yerma
La escena final de esta pieza es uno de los momentos más icónicos de la dramaturgia española. La protagonista mata a su esposo estrangulándolo mientras éste intentaba poseerla. Una rebelión de los oprimidos frente a los opresores, cuyo resultado no es el anhelado.
La secuencia de Yerma gritando por el escenario que ella misma ha matado a su hijo (porque solo con su esposo podía tenerlo) resulta inolvidable para todos quienes han asistido a una representación. Tragedia en estado puro. Con el poder que solo la poesía en lengua castellana puede imprimir. Sublime y doloroso a partes iguales.