Mitad de agosto. Medio mundo de vacaciones y el otro medio perezoso también en su rutina diaria. Calor, desidia, calma, naturaleza, el mar, el sol, la montaña, las largas veladas, los amaneceres… Ambiente propicio para un poquito de poesía. De la buena, de la bien. Solo para sentir ese gusanillo y buscar más. Pues por qué no recurrir a dos de los más grandes poetas del siglo XIX. Un inglés y un francés. Lord Alfred Tennyson y Paul Verlaine. Leamos un poco y recordemos algunas de sus frases y fragmentos de sus poemas.
Alfred Tennyson
Este poeta inglés nacido en Somersby en 1809 es considerado uno de los más grandes de la literatura y sin duda fue el más importante de la época victoriana.
Su padre, que era descendiente del rey Eduardo III de Inglaterra, lo educó de la manera más estricta y clásica. Estudió en el Trinity College, de Cambridge, donde se unió al grupo literario conocido como Los apóstoles. Ese fue el comienzo de su carrera literaria. Escribió sus primeros poemas en 1830, pero fue más tarde cuando llegaron sus obras más alabadas como La dama de Shalott, La muerte de Arturo y Ulises. Y sobre todo están su elegía In Memoriam (1850), dedicada a su mejor amigo, Arthur Hallam, y su famosa La carga de la Brigada Ligera (1855). Murió en 1892.
- Aunque mucho sea tomado, mucho permanece; y aunque no somos ahora esa fuerza que en los viejos tiempos movía tierra y cielo, lo que somos, somos. Un parejo temple de corazones heroicos, debilitados por el tiempo y el destino, pero fuertes en voluntad, para esforzase, buscar, encontrar y no ceder.
- Es mejor haber amado y perdido que no haber amado nunca.
- Verdad son los sueños mientras duran, pero, ¿qué es vivir sino soñar?
- Nunca será tarde para buscar un mundo mejor y más nuevo, si en el empeño ponemos coraje y esperanza
- La mentira que es casi verdad es peor que todas las mentiras.
- La felicidad no consiste en realizar nuestros ideales, sino en idealizar lo que realizamos.
La Carga de la Brigada Ligera
«¡Adelante, Brigada Ligera!»
«¡Cargad sobre los cañones!», dijo.
En el valle de la Muerte
cabalgaron los seiscientos.
«¡Adelante, Brigada Ligera!»
¿Algún hombre desfallecido?
No, aunque los soldados supieran
que era un desatino.
No estaban allí para replicar.
No estaban allí para razonar.
No estaban sino para vencer o morir.
En el valle de la Muerte
cabalgaron los seiscientos.
La dama de Shalott
En las orillas del río, durmiendo,
grandes campos de cebada y centeno
visten colinas y encuentran al cielo;
a través del campo, marcha el sendero
hacia las mil torres de Camelot;
y arriba, y abajo, la gente viene,
mirando a donde los lirios florecen,
en la isla que río abajo aparece:
es la isla de Shalott.
Tiembla el álamo, palidece el sauce,
grises brisas estremecen los aires
y la ola, que por siempre llena el cauce,
por el río y desde la isla distante
fluye que fluye, hasta Camelot.
Cuatro muros grises: sus grises torres
dominan un espacio entre las flores,
y en el silencio de la isla se esconde
la dama de Shalott.
Paul Verlaine
Nació en Metz en 1844 y estudió en el Liceo Bonaparte de París. Inspirado por Baudelaire, se dio a conocer con sus primeros libros de poemas, Poemas saturnianos, de 1866, Fiestas galantes, de 1869 y La buena canción, de 1870. Pero una vida disipada, sus problemas con el alcohol y su muy tormentosa relación amorosa con el también poeta Arthur Rimbaud lo llevaron a prisión. Una vez en libertad, publicó Sabiduría, una colección de poemas religiosos. En 1894 fue elegido en París como Príncipe de los poetas. Falleció allí en 1896.
- ¡La música ante todo, siempre música!
- Y tan profunda es mi fe y tanto eres para mí, que en todo lo que yo creo sólo vivo para ti.
- Las lágrimas caen en el corazón como la lluvia en el pueblo.
- Llora sin razón en este corazón que se descorazona ¡Qué! ¿Ninguna traición? Este duelo es sin razón.
- Abre tu alma y tu oído al son de mi mandolina: para ti he hecho, para ti, esta canción cruel y zalamera.
- Los sollozos más hondos del violín del otoño son igual que una herida en el alma de congojas extrañas sin final.
Lasitud
Encantadora mía, ten dulzura, dulzura…
calma un poco, oh fogosa, tu fiebre pasional;
la amante, a veces, debe tener una hora pura
y amarnos con un suave cariño fraternal.
Sé lánguida, acaricia con tu mano mimosa;
yo prefiero al espasmo de la hora violenta
el suspiro y la ingenua mirada luminosa
y una boca que me sepa besar aunque me mienta. (…)
Soñé contigo esta noche
Soñé contigo esta noche
Te desfallecías de mil maneras
Y murmurabas tantas cosas…
Y yo, así como se saborea una fruta
Te besaba con toda la boca
Un poco por todas partes, monte, valle, llanura.
Era de una elasticidad,
De un resorte verdaderamente admirable:
Dios… ¡Qué aliento y qué cintura! (…)