En este segundo artículo dedicado a la literatura medieval española no puede faltar uno de sus más famosos nombres: Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita. Así que hoy toca recordar su figura y su obra más inmortal, el Libro del Buen Amor, con un par de fragmentos seleccionados.
Juan Ruiz, Arcipreste de Hita
No se sabía mucho de la identidad de Juan Ruiz más que su propio reconocimiento de nombre y condición. Pero en los últimos años se ha investigado más y se ha datado su existencia real sobre 1330, fecha esta que lo documenta en Toledo como testigo en una sentencia arbitral.
De ahí resulta ser arcipreste de la diócesis de Toledo, con amplia formación en teología y conocimientos musicales y literarios. Y más tarde también desempeñaría cargos eclesiásticos que le llevarían, sobre todo, por Hita, Guadalajara y Alcalá de Henares. Y aunque no se ha podido concretar el año de nacimiento ni el de su muerte ni los lugares, muchos historiadores han situado su nacimiento en esas dos ciudades.
Libro del Buen Amor
Así lo denominó el propio arcipreste en el interior del texto y los manuscritos que se conservan tienen fechas de 1330 y 1343. Escrito en fragmentos discontinuos y en primera persona, permite ir ampliando o metiendo más episodios como cuentos, fábulas, relatos, canciones o refranes.
No puede encuadrarse en ningún género conocido de la literatura medieval, pero sí parece un resumen de la que había, con una compilación de temas y géneros que venían inspirando a otros. Y por supuesto es un libro picaresco que recoge todos los personajes y situaciones, en torno al amor en especial, de la sociedad de entonces.
Dos fragmentos escogidos
Habla el amor…
Si quieres amar dueñas o a cualquier mujer
muchas cosas tendrás primero que aprender
para que ella te quiera en amor acoger.
Primeramente, mira qué mujer escoger.
Busca mujer hermosa, atractiva y lozana,
que no sea muy alta, pero tampoco enana;
si pudieres, no quieras amar mujer villana,
pues de amor nada sabe, palurda y chabacana.
Busca mujer esbelta, de cabeza pequeña,
cabellos amarillos, no teñidos de alheña;
las cejas apartadas, largas, altas, en peña;
ancheta de caderas, ésta es talla de dueña.
Ojos grandes, hermosos, expresivos, lucientes
y con largas pestañas, bien claros y rientes;
las orejas pequeñas, delgadas; para mientes
si tiene el cuello alto, así gusta a las gentes.
La nariz afilada, los dientes menudillos,
iguales y muy blancos, un poco apartadillos,
las encías bermejas, los dientes agudillos,
los labios de su boca bermejos, angostillos
La su boca pequeña, así, de buena guisa,
su cara sea blanca, sin vello, clara y lisa;
conviene que la veas primero sin camisa
pues la forma del cuerpo te dirá: ¡esto aguisa!
***
Aristóteles dijo, y es cosa verdadera…
Aristóteles dijo, y es cosa verdadera,
que el hombre por dos cosas trabaja: la primera,
por el sustentamiento, y la segunda era
por sonseguir unión con hembra placentera.
Si lo dijera yo, se podría tachar,
mas lo dice un filósofo, no se me ha de culpar.
De lo que dice el sabio no debemos dudar,
pues con hechos se prueba su sabio razonar.
Que dice verdad el sabio claramente se prueba;
hombres, aves y bestias, todo animal de cueva
desea, por natura, siempre compaña nueva
y mucho más el hombre que otro ser que se mueva.
Digo que más el hombre, pues otras criaturas
tan sólo en una época se juntan, por natura;
el hombre, en todo tiempo, sin seso y sin mesura,
siempre que quiere y puede hacer esa locura.
Prefiere el fuego estar guardado entre ceniza,
pues antes se consume cuanto más se le atiza;
el hombre, cuando peca, bien ve que se desliza,
mas por naturaleza, en el mal profundiza.
Yo, como soy humano y, por tal, pecador,
sentí por las mujeres, a veces, gran amor.
Que probemos las cosas no siempre es lo peor;
el bien y el mal sabed y escoged lo mejor.
[…]