Rosario Raro es escritora, doctora en Filología Hispánica y profesora de Lengua Española y Escritura Creativa en la universidad de Castellón. Fue Premio Aragonés del año 2022 concedido por los libreros de la provincia de Huesca por su novela El cielo sobre Canfranc. En esta entrevista nos habla de ella y le agradezco mucho su gentileza y tiempo dedicados.
Rosario Raro — Entrevista
- ACTUALIDAD LITERATURA: Tu última novela publicada es El cielo sobre Canfranc. ¿Qué nos cuentas en ella y de dónde surgió la idea?
ROSARIO RARO: Fueron algunas personas que habitan ahora el pueblo de Canfranc quienes me hablaron de los hechos que narro: el incendio del 24 de abril de 1944 y las relaciones de los soldados alemanes, un paracaidista en el caso de mi novela, con las chicas de allí.
Después vi en el periódico ABC del 29 de abril de 1944 unas sobrecogedoras imágenes de la catástrofe. En el noticiario franquista que durante el régimen se proyectaba en los cines antes de las películas, el NO-DO, apareció también el incendio de Canfranc en su emisión del 8 de mayo de 1944, tras dar cuenta de una velada musical georgiana en Varsovia y antes de un reportaje deportivo. En este breve documental de menos de un minuto sobre el pueblo quemado puede verse el alcance de la devastación.
Canfranc no fue reconstruido. Este hecho es la mayor evidencia de que el dinero nunca llegó, sino que se quedó por el camino.
La cantidad de millones que se recaudaron fue tan desorbitada que resulta inverosímil. Provino de los orígenes más diversos: la donación para reconstruir Canfranc del salario de un día de todos los funcionarios españoles, tanto civiles como militares, iniciativa a la que se sumaron voluntariamente muchos obreros y campesinos, con lo que para ellos suponía esta merma de sus ingresos en plena posguerra. Además, se organizaron numerosas cuestaciones, colectas y espectáculos para ayudar a los afectados: corridas de toros, partidos de fútbol y revistas musicales. En Francia y en muchos países de América, a través de suscripciones populares, se logró reunir también mucho dinero.
Se calcula, por las palabras de algunos testigos de la época, que hubiera servido para reconstruir Canfranc cinco veces. Para mi labor detectivesca tracé una línea en el mapa de España desde Madrid a Canfranc para comenzar a indagar en qué punto de nuestra geografía esos cientos de millones de pesetas habían cambiado de dirección, destino y, sobre todo, de manos. El hallazgo me sorprendió. No era el que esperaba ni mucho menos. Ese asombro fue el que me empujó a contar esta historia.
- AL: ¿Puedes recordar alguna de tus primeras lecturas? ¿Y la primera historia que escribiste?
RR: Los dos libros que me hicieron comenzar a leer de una forma continua fueron: Los escarabajos vuelan al atardecer, de María Gripe, en el que aparecía el naturalista sueco Linneo y un par de años después Crónica sentimental en rojo, de Francisco González Ledesma, premio Planeta 1984. Tal vez este segundo no era demasiado apropiado para mi edad —entonces tenía solo trece años— pero fue determinante. No sentía que estaba leyendo sobre unos sucesos concretos en Barcelona, me sentía allí y entonces.
Al año siguiente leí Crónica del alba del escritor aragonés que falleció en San Diego, California, Ramón J. Sender. Me sirvió para algo muy importante: para saber sin ninguna duda que quería dedicarme a escribir. De esa época también recuerdo la lectura de El camino, de Miguel Delibes, y La plaza del diamante, de Mercè Rodoreda.
Mi primer relato, por llamarlo de alguna manera, lo titulé Mi viaje en una nube. Lo escribí cuando tenía menos de diez años y gané con él un premio literario de cierta importancia. Comenzaba en el castillo del cerro de La Estrella. En la ladera de ese monte es donde aún vivo, en este paisaje frente al valle del Palancia entre la Sierra Espadán y la Calderona.
- AL: ¿Un escritor de cabecera? Puedes escoger más de uno y de todas las épocas.
RR: Max Aub, Cervantes, algunas escritoras francesas como Benoîte Groult y entre las actuales a las que ahora leo con bastante frecuencia: Évelyne Pisier y Leila Slimani, premio Goncourt 2016.
- AL: ¿Qué personaje de un libro te hubiera gustado conocer y crear?
RR: Sin duda, el Quijote.
- AL: ¿Alguna manía o costumbre especial a la hora de escribir o leer?
RR: Silencio y soledad.
- AL: ¿Y tu sitio y momento preferido para hacerlo?
RR: A primerísima hora del día, muchas veces antes del amanecer, y en mi chaise longue naranja. Aunque yo siempre digo que mi habitación propia es mi ordenador portátil con el que puedo escribir en cualquier lugar donde las condiciones de la pregunta anterior se cumplan.
- AL: ¿Hay otros géneros que te gusten?
RR: Todos y también su hibridación. Leo sin complejos y sin prejuicios.
- AL: ¿Qué estás leyendo ahora? ¿Y escribiendo?
RR: Las catorce novelas finalistas de un premio literario del que soy jurado.
Respecto a la materia de mi próxima novela no puedo desvelarla. Considero que el efecto sorpresa también es muy importante. Además, García Márquez decía algo así como: si lo cuentas, ya no lo escribes.
- AL: ¿Cómo crees que está el panorama editorial?
RR: En un momento de transición desde los modos y costumbres decimonónicas al siglo XXI con todo lo que eso supone de complejidad y confusión. Aunque es un hecho que el libro físico es el único soporte que resiste frente a la digitalización de otros contenidos como los musicales o cinematográficos.
- AL: ¿Te está siendo difícil el momento de crisis que estamos viviendo o podrás quedarte con algo positivo para historias futuras?
RR: Siempre estamos en crisis por un motivo u otro. Como dicen, lo único permanente es el cambio. Reflexionar para ajustar siempre es positivo porque, de esta forma, tomamos conciencia de que es necesario procurarnos felicidad a nosotros mismos y a quienes nos rodean. Al fin y al cabo, ese es el anhelo más humano: estar bien y que lo estén nuestros seres queridos. Por eso pienso que nadie, en su sano juicio, quiere una guerra.