Rabindranath Tagore. 77 años sin el más famoso de los poetas indios.

Hoy se cumplen 77 años del fallecimiento de Rabindranath Tagore, el más famoso de los poetas indios. Seguro que en muchos hogares hay una edición de sus obras escogidas. En la mía está la más conocida, la de la Editorial Aguilar (Biblioteca Premios Nobel), con la versión de Zenobia Camprubi, esposa del poeta Juan Ramón Jiménez.

Aquella edición tan característica, de pasta flexible azul, letras en relieve y lomo dorado, me atrajo desde muy pequeña. Fue una de las razones para coger el libro y leer la poesía de Tagore aun cuando entendía muy poco. Hoy rescato 4 de sus poemas de amor para recordar a este escritor que ganó el Premio Nobel en 1913.

Rabindranath Tagore

Nacido en Calcuta en 1861, además de poeta, Tagore fue también filósofo y pintor. El menor de catorce hermanos, pertenecía a una familia acomodada donde había un gran ambiente intelectual. Marchó a Inglaterra a los diecisiete años para completar su educación, pero volvió a la India antes de acabar sus estudios.

Tagore escribió cuentos, ensayos, relatos cortos, libros de viaje y obras de teatro. Pero sin duda su fama le vino por la especial belleza de sus poemas, a los que también puso música. Fue defensor de la independencia india y en 1913 le concedieron el Premio Nobel de Literatura como reconocimiento a toda su carrera y también por su implicación política y social. Y en 1915 fue nombrado Caballero por el rey Jorge V. En los últimos años de su vida también se dedicó a la pintura.

Entre su extensa producción destaca Cantos de la aurora, inspirados por unas experiencias místicas que tuvo; El movimiento nacional, un ensayo político sobre su postura a favor de la independencia de su país; La ofrenda lírica, de las más conocidas; El cartero del rey, obra de teatro. O los poemarios El Jardinero, Luna nueva o La fugitiva. 

4 poemas

Me dijo bajito: «Amor mío, mírame en los ojos…

Me dijo bajito: «Amor mío, mírame en los ojos.
«Le reñí, agria, y le dije: «Vete.» Pero no se fue.
Se vino a mí y me cogía las manos… Yo le dije: «Déjame.»
Pero no se fue.

Puso su mejilla en mi oído. Me aparté un poco,
me quedé mirándolo, y le dije: «¿No te da vergüenza?»
Y no se movió. Sus labios rozaron mi mejilla. Me estremecí,
y le dije: «¿Cómo te atreves, di?» Pero no le dio vergüenza.

Me prendió una flor en el pelo. Yo le dije: «¡Es en vano!»
Pero no cedía. Me quitó la guirnalda de mi cuello, y se fue.
Y lloro y lloro, y le pregunto a mi corazón:
«Por qué, por qué no vuelve?»

***

Me parece, amor mío, que antes de rayar el día de la vida…

Me parece, amor mío, que antes de rayar el día de la vida
tú estabas en pie bajo una cascada de felices sueños,
llenando con su líquida turbulencia tu sangre.
O, tal vez, tu senda iba por el jardín de los dioses,
y la alegre multitud de los jazmines, los lirios y las adelfas
caía en tus brazos a montones y, entrándose en tu corazón,
se hacía algarada allí.
Tu risa es una canción, cuyas palabras se ahogan
en el gritar de las melodías; un rapto del olor de unas flores
no vistas; es como la luz de la luna que rompiera a través
de la ventana de tus labios, cuando la luna está escondiéndose
en tu corazón. No quiero más razones; olvido el motivo.
Solo sé que tu risa es el tumulto de la vida en rebelión.

***

Perdóname hoy mi impaciencia, amor mío…

Perdóname hoy mi impaciencia, amor mío.
Es la lluvia primera del verano, y la arboleda del río
está jubilosa, y los árboles de kadam, en flor,
tientan a los vientos pasajeros con copas de vino de aroma.
Mira, por todos los rincones del cielo los relámpagos
dardean sus miradas, y los vientos se yerguen por tu pelo.
Perdóname hoy si me rindo a ti, amor mío. Lo de cada
día anda oculto en la vaguedad de la lluvia; todos los
trabajos se han parado en la aldea; las praderas están
abandonadas. Y la venida de la lluvia ha encontrado en tus
ojos oscuros su música, y julio, a tu puerta, espera, con
jazmines para tu pelo en su falda azul.

***

Te cojo las manos, y mi corazón, buscándote a ti…

Te cojo las manos, y mi corazón, buscándote a ti,
que siempre me eludes tras palabras y silencios,
se hunde en la oscuridad de tus ojos.
Sin embargo, sé que debo estar contento en este amor,
con lo que viene a rachas y huye, porque nos hemos encontrado
por un momento en la encrucijada de los caminos.
¿Soy yo tan poderoso que pueda llevarte a través de este
enjambre de mundos, por este laberinto de veredas?
¿Tengo yo alimento para sostenerte por el oscuro pasaje bostezante,
de arcos de muerte?


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