«Nacidos de la bruma I: El imperio final». La mejor forma de empezar con Brandon Sanderson.

A lo largo de mi vida he leído cientos de libros de fantasía (épica, oscura, urbana, etc.), ya que siempre ha sido mi género preferido. Como suele ocurrir en estos casos, llegó un punto en el que todas las historias me parecían iguales. Me encontraba con los mismos personajes y situaciones, los mismos clichés (el viaje, el objeto numinoso, el grupo, el señor oscuro, el tema del traidor y del héroe…). Sin embargo, El imperio final de Brandon Sanderson, la primera parte de su trilogía Nacidos de la bruma (Mistborn), me ha demostrado que la fantasía no está muerta, sino más viva que nunca.

Si bien disfruté con sagas como Canción de hielo y fuego de George R. R. Martin, o Crónicas del Asesino de Reyes de Patrick Rothfuss en su día, no me dejaron una impronta duradera. De Martin guardo un mejor recuerdo por su prosa sucia y realista (aunque no fue el primero en usarla en el género fantástico). De Rothfuss no tanto por su protagonista Gary Stu al que todo le sale bien, y cuyo ombligo es el centro de la creación (personalmente, esta clase de personajes me resultan cargantes), aunque admiro el lirismo de sus textos. Resumiendo: lo que ambos autores tienen en común es que sus historias me gustaron, pero no me marcaron. No fue como cuando leí de niño por primera vez El hobbit de Tolkien, o Olvidado rey Gudú de Ana María Matute. Algo que sí me ha ocurrido, muchas décadas después, con El imperio final.

Ese ser de luz llamado Brandon Sanderson

Las palizas ya casi no le dolían porque los frecuentes abusos de Reen la habían vuelto resistente y le habían enseñado al mismo tiempo a parecer patética y rota. En cierto modo, las palizas eran contraproducentes en sí mismas. Los cardenales y las magulladuras se curaban, pero cada nuevo golpe volvía a Vin más dura. Más fuerte.

Me fascinan muchas cosas de Sanderson. Por citar algunas, logra que lo difícil parezca fácil, escribe con sencillez aunque con precisión, y consigue insuflarle nueva vida a un género sobre el que pesa el legado de Tolkien como una losa. Pero sobre todo, me fascina que con sus palabras emociona. Nunca te deja indiferente. Sientes a sus personajes vivos, casi puedes tocar el mundo en el que habitan, por distinto que sea del nuestro, y no puedes parar de leer capítulo tras capítulo. Esa sincera y palpable pasión por su trabajo puede sentirse en todas y cada una de las páginas de El imperio final.

Durante mil años han caído cenizas y nada florece

A veces me preocupa no ser el héroe que todo el mundo cree que soy.

Los filósofos me aseguran que éste es el momento, que los signos se han cumplido. Pero yo me sigo preguntando si no tienen al hombre equivocado. Tanta gente depende de mí… Dicen que tengo en mis manos el futuro del mundo entero.

¿Qué pensarían si supieran que su paladín, el Héroe de las Eras, su salvador, dudó de sí mismo? Tal vez no se sorprenderían en absoluto. En cierto modo, eso es lo que más me preocupa. Tal vez, en el fondo de sus corazones, dudan, igual que dudo yo.

Cuando me ven, ¿ven a un mentiroso?

¿Te imaginas qué hubiera pasado si, hace mil años, Sauron hubiera ganado la Guerra del Anillo y se hubiera coronado como el dios-emperador de la Tierra Media? Esta premisa, a grandes rasgos, sirve para entender de lo que trata El imperio final si nunca has oído hablar del libro. Es una historia sobre la heroica y desesperada lucha de un grupo de skaa (la casta inferior de esclavos) contra los nobles, y el terroríficamente inhumano Lord Legislador. Sobre una suicida rebelión contra la teocracia de un imperio decadente, y el intento de encontrar vida en un planeta moribundo.

Ciudad de Luthadel, donde se desarrolla gran parte del argumento de «El imperio final».

No me arrodillaré ante un falso dios

—Lo intentaste —replicó Kelsier. Su voz fuerte y firme se hizo oír en toda la plaza—. Pero no puedes matarme, lord Tirano. Represento aquello que nunca has podido matar, no importa cuánto lo hayas intentado. Yo soy la esperanza.

El imperio final es mucho más que una historia de fantasía. Es un libro con uno de los sistemas de magia (alomancia) más realistas, y mejor construidos, que he podido leer. También aborda el crecimiento personal de la joven Vin, una de las pocas heroínas que se sale de los clichés del género, y que demuestra ser una mujer fuerte sin perder su feminidad (como suele ocurrir cada vez que un autor quiere darle una espada a un personaje femenino).

Estamos ante un libro de elevadas pasiones, de sufrimiento sin límites, amores trágicos, sacrificios desesperados, y de una voluntad de poder incombustible en medio de la muerte y la desolación. La obra de Sanderson está llena de héroes imperfectos, como Kelsier. Personajes que, por la fuerza de su carisma, perdurarán en la mente del lector mucho tiempo después de que éste haya cerrado la última página. Si estás aburrido de las novelas de fantasía típicas, lee El imperio final de Sanderson. No te decepcionará.


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