Miguel de León es canario, de 1956, y siempre quiso dedicarse a escribir. Lo consiguió después de una larga trayectoria profesional con varios trabajos desde muy niño. Ahora lleva ya unas cuantas novelas como Un lugar en el arcoíris, El collado de la marquesita o Los amores perdidos. La última se titula Almas en el páramo. En esta extensa entrevista nos habla de ella y de otros muchos temas. Le agradezco mucho su amabilidad y tiempo dedicados.
Miguel de León — Entrevista
- ACTUALIDAD LITERATURA: Tu última novela se titula Almas en el páramo. ¿Qué nos cuentas en ella y de dónde te vino la inspiración?
MIGUEL DE LEÓN: Almas en el páramo es el resultado de la pregunta sobre si existe o no el alma, que me obsesionó desde niño. El antiguo debate entre ciencia, filosofía y religión, que ni juntas ni por separado pueden brindar una respuesta satisfactoria. En ella los personajes abordan la cuestión desde estos tres vértices. Todas mis historias tienen varios niveles de lectura, es una novela compleja, pero no complicada. Por la forma el que desarrollé tramas y personajes, es original; esto es, dudo que se parezca a ninguna otra novela. Porque las almas no tienen tiempo ni espacio, ubiqué la historia en una ciudad imaginaria, empapada de irrealidad, en un tiempo en el que el pasado no ha muerto del todo, pero el futuro se anuncia en el horizonte. Es una novela entretenida, porque escribo para el divertimento; es decir, de la primera a la última línea escribo para contentar al adolescente que fui, el que buscaba con ansia la historia que lo sumergiera en el mundo de maravillas que se encuentra en nuestro interior, pero al que sólo podemos llegar a través de la fantasía literaria.
Requiere una lectura sin prisa. Tengo lectores que, pese a recibirla con un tanto de frialdad, después de una segunda lectura han comenzado a destacarla entre sus lecturas preferentes.
Primeras lecturas
- AL: ¿Puedes recordar alguna de tus primeras lecturas? ¿Y lo primero que escribiste?
MDL: Mi primera lectura fue un cuento sobre una cigüeña que cruzaba la Península Ibérica y describía lo que iba viendo en su camino. Yo tenía siete años y ese día fue el más feliz de mi vida, porque descubrí la maravilla de que lo escrito tomara cuerpo y forma en mi mente con tanta fuerza como una experiencia real; mejor aun, porque la imaginación no tiene límites y quedaba en mi consciencia como una realidad mejorada y aumentada. Desde ese día la necesidad de leer fue para mí como la de respirar.
Para mi desgracia, en mi entorno no había un adulto con afición a la lectura a quien acudir para pedirle que me facilitara material de lectura. Leía lo que caía en mis manos: tebeos descuartizados, una docena de cuadernillos con cuentos cuyo origen siempre fue un misterio, revistas viejas, las novelas de Corín Tellado que mi madre a veces conseguía y hasta me atreví con los periódicos viejos apilados en el trastero para cuando hacía falta un papel. Incluso cuando no entendía ni jota, lo leía sin desaliento, porque pronto me di cuenta de que la lectura es generadora de conocimiento y subsana nuestras carencias.
Lo que de momento no se ha entendido no se pierde, queda en nuestro inconsciente como la pieza que falta en un rompecabezas, cuyo hueco rellenará el cerebro en cuanto tenga la oportunidad, lo que sucede más pronto o más tarde con la lectura de otro libro.
Primeros escritos
Con quince años me pregunté qué quería ser de adulto y no tuve duda, ya soñaba con ser escritor. Había que trabajar, y trabajar mucho, para conseguir el sustento. Quien debe dedicar el día a buscar un bocado, no le quedan ni tiempo ni fuerzas para formarse. Mis intentos de escritura fueron un largo historial de fracasos y frustraciones. Todo lo que escribía, pasados unos días, me parecía tan malo que lo destruía. Me sigue costando dar por bueno lo que escribo. Mi primera novela, la que al final publicó Plaza y Janés, pasó por más de diez versiones. Si volviera a leerla, querría volver a escribirla. Quitaría mucho, añadiría poco, pero cambiaría la estructura y el estilo. Sería un esfuerzo gigantesco y un calvario de autocensura.
Autores y personajes
- AL: ¿Un autor de cabecera? Puedes escoger más de uno y de todas las épocas.
MDL: El autor que más me influyó fue Gabriel García Márquez, pero de casi todos los que he leído guardo buenos recuerdos y de casi todos he intentado aprender. En Los amores perdidos hago homenajes clarísimos a García Márquez, Juan Rulfo y Valle Inclán, y los lectores más curtidos observarán que, por la forma en que desarrollo los personajes, también hago una reverencia a Galdós, Unamuno y Emilia Pardo Bazán.
Fueron importantes Alejandro Sawa, Antonio Machado, Rosalía de Castro, Miguel Hernández, Federico García Lorca, a veces Jorge Luis Borges, un poco más el Julio Cortázar de los cuentos, no pude con Rayuela. De los de habla no hispana, más los rusos que los franceses.
Entre los rusos más Chejov que Dovtoyevsky, pero más Dovtoyevski que Tolstoy. Entre los franceses, más Victor Hugo y Dumas que Zola, pero más Zola que Flaubert. Y hago un añadido aparte para Verne, que fue consuelo en mi adolescencia y al que leí casi en su totalidad. Como se ve, de los autores en inglés tengo un merecido suspenso general, no porque no los haya leído, sino porque me cuesta hablar de ellos sin devolverles el afecto —es decir, el poco afecto— que ellos conceden a la literatura en español. He disfrutado de Shakespeare, pero me llevan los demonios cuando alguien tiene la mala ocurrencia de compararlo con el maestro de todos los maestros, nuestro amado Miguel de Cervantes.
- AL: ¿Qué personaje te hubiera gustado conocer y crear?
MDL: Macario, de Juan Rulfo, Blakamán el Bueno, de García Márquez, y Sancho Panza de Cervantes. Los tres a la vez. El día que muera querría sentarme con ellos en una mesa y compartir un café que durase toda la eternidad.
Costumbres
- AL: ¿Alguna manía o costumbre especial a la hora de escribir o leer?
MDL: No soporto el ruido en ninguna de sus formas.
- AL: ¿Y tu sitio y momento preferido para hacerlo?
MDL: La habitación donde escribo, en la penumbra, con buena música, sinfónica las más de las veces, aunque puedo elegir otras según lo que escriba. El momento, por disciplina, la mañana; el adecuado el de la inspiración. La inspiración, esa amante traicionera y voluble que juega conmigo, que a su manera me es fiel, pero viene y va, que aparece en una esquina, me promete sus caricias y, cuando regreso con una hoja y un lápiz, se escurre con una sonrisa de burla, que me abandona sin piedad durante días de desesperación. Pero esa amante, a veces, se oculta en las sombras tras una puerta, cae sobre mí, me agarra, me arrastra por el suelo y me mete un revolcón que me deja el alma hinchada de amor y el corazón palpitando como el de un recién nacido.
Géneros
- AL: ¿Qué otros géneros te gustan?
MDL: Los amores perdidos y también Almas en el páramo son fusión de géneros. En ambas hay saga familiar, romance y trama negra y policial, no porque este género me guste más, sino para aportar entretenimiento adicional al lector. Disfruto más escribiendo las tramas románticas. No concibo una buena novela que no esté construida alrededor de una buena historia de amor. Es mi condena, creo que así serán siempre mis historias. Sin embargo, la novela que acabo de terminar es negra y policial en su integridad.
- AL: ¿Qué estás leyendo ahora? ¿Y escribiendo?
MDL: Estoy leyendo artículos científicos sobre neandertales, de muchísimos autores. Para una idea que me ronda.
Acabo de corregir esa novela negra y policial que mencioné. Ya tomo apuntes para la siguiente, una historia romántica. En Los amores perdidos el protagonista masculino tira de la historia, de manera que me prometí escribir una contrapartida, en que fuese la protagonista femenina quien llevase el peso. Ya tengo media historia en la cabeza y el personaje principal es una mujer que me está haciendo sudar amor a chorros. A ver si consigo un personaje masculino a su altura.
Panorama editorial
- AL: ¿Cómo crees que está el panorama editorial?
MDL: El mundo editorial es un zombi que trabaja con ardor y pasión contra los que todavía compramos libros. Si Harry Potter lo hubiese escrito una señora de Cuenca, nadie se lo habría publicado y conocerían el libro media docena de sus amigas. ¿Tienen la misma facilidad los libros de autores españoles en el extranjero como la tienen en España los libros de norteamericanos, británicos o franceses o de cualquier otra parte?
Supuestas obras maestras que nos vienen de fuera no valen ni el papel en que se han impreso, mientras que novelas imprescindibles de autores españoles pasan sin pena ni gloria. Dejamos que los angloparlantes, que no nos perdonan los logros que un día alcanzamos, que construyeron su imperio de los despojos del nuestro, sean los que escriban nuestra historia y midan nuestros méritos. Ni nos miran, pero no es culpa de ellos, es culpa nuestra por no conceder valor, ni oportunidad, a lo valioso que tenemos en casa.
El mundo editorial va a cambiar. En un futuro regalaremos nuestros libros a cambio de que los lean. No sé mediante qué mecanismo cambiará, pero lo hará. Los lectores que prefieran el papel acudirán a una imprenta de confianza, con un código generado desde una página web, y allí le imprimirán su ejemplar. Tuve la idea hace mucho tiempo, incluso desarrollé una parte de la página, pero la abandoné cuando tuve que elegir entre terminarla o seguir escribiendo.
Actualidad
- AL: ¿Qué tal llevas el momento actual que vivimos?
MDL: Vivo con muchísimo desánimo. No me complace este mundo que dirigimos al desastre con viento de cola. Porque nadie nace para ser esclavo de nadie, creo que nacemos para la felicidad, creo en la libertad, en la igualdad de oportunidades, en la paz, en la justicia y en la solidaridad. Creo que nadie tiene derecho a engañarnos, con sus dogmas, sus religiones, sus mitos, sus falacias, sus creencias sin evidencia científica que las respalde. Acudo a votar cuando toca, pero no tengo a quien entregar mi voto. No dispongo de un periódico ni un informativo que no me haga sentir miedo y hastío y que no me haga maldecir.
A España le quedan cuatro días contados. No quedarán de ella ni los adoquines, cuando este sátrapa que nos gobierna haya conseguido hacernos picadillo, a gusto de unos socios cuya única obsesión es destruirnos. Lo que quede tras ese desastre, lo rematarán los de la banda de enfrente en la siguiente ronda, con su musiquita de falsas «bondades» del otro lado. Esos desmontarán el Estado por otras vías. Bajarán impuestos a los más ricos, los subirán a los más pobres, sabotearán pensiones, sanidad, educación y servicios sociales hasta hacerlos inservibles, de manera que no tengamos más remedio que acudir a los negocios privados suyos y de sus amigos, donde podrán aplicar tarifas que pocos podrán pagar.
Europa y el mundo
Europa de nada nos sirve. Borracha de «buen rollito» y discurso «woke», ni siquiera se da cuenta de que libra una guerra y que la está perdiendo por seis a uno: seis hijos de cada mujer musulmana por un hijo de cada mujer europea. En poco tiempo ninguna mujer podrá ir por la calle sin cubrirse de coronilla a pies. Veremos las calles de Madrid cortadas cinco veces al día para sus rezos.
De los problemas mundiales sólo hemos comenzado a ver la parte emergida del témpano. Queramos verlo o no, el mundo no tiene capacidad para sostener a ocho o nueve mil millones de personas. No la tiene, por mucho que intentemos mirar a otra parte. Deseo equivocarme, pero creo que esto se saldará con una catástrofe. Pero el planeta no acabará todavía, acabarán los humanos. Y al contrario que los dinosaurios, de los humanos no quedarán ni huesos que una hipotética especie, más afortunada que la nuestra, pudiera estudiar dentro de unos cientos de millones de años.