Mary Shelley. 168 años sin la creadora de Frankenstein. Frases y poemas.

Placa conmemorativa en St Peter’s Churchyard, en Bournemouth, Reino Unido.

Mary Shelley solo tenía 53 años cuando dejaba este mundo en 1851 un día como hoy. Se la llevó un tumor cerebral con el que estuvo luchando. Pero se marchó para pasar a la eternidad. La creadora de Frankenstein, la novela gótica por excelencia y uno de los mayores mitos literarios, fue también dramaturga, ensayista y biógrafa británica. Y poeta.

Esta faceta, más desconocida y eclipsada por la de su marido, Percy Bhysse Shelley, también merece un reconocimiento. Así que en el recuerdo a su figura destaco algunas frases de dos de sus obras y cuatro de sus poemas.

Mi primera visita al Reino Unido fue a Bournemouth, ciudad costera y muy turística del sur de Inglaterra, un Benidorm inglés, para entendernos. Y recuerdo perfectamente haber visto esa placa azul en la iglesia de St. Peter, en el centro de la ciudad. Allí también están enterrados sus padres, el filósofo político William Godwin y la filósofa feminista Mary Wollstonecraft. Y también el corazón de su marido, el gran poeta del Romanticismo Percy Bhysse Shelley.

Frases

Frankenstein (1818)

  • Ten cuidado; pues no conozco el miedo y soy, por tanto, poderoso.
  • Yo era bueno y cariñoso; el sufrimiento me ha envilecido. Concededme la felicidad, y volveré a ser virtuoso.
  • Vigilaré con la astucia de la serpiente, y con su veneno te morderé. ¡Mortal! , te arrepentirás del daño que me has hecho.

El último hombre (1826)

  • El lobo se vestía con piel de cordero y el rebaño consentía el engaño.
  • Los hombres necesitan hasta tal punto aferrarse a algo que son capaces de plantar las manos sobre una lanza envenenada.
  • ¡Qué otra cosa sino un mar es la marea de pasión cuyas fuentes se hallan en nuestra propia naturaleza!

Poemas

Ven a mí en sueños

Oh, ven a mí en sueños, mi amor;
no pediré una dicha más ansiada;
ven con haces estrellados, mi amor,
y con tu beso acaricia mis párpados.

Y así fue, como las antiguas fábulas dicen,
que el amor visitó a una doncella griega,
hasta que ella perturbó el hechizo sagrado,
y despertó para encontrar sus esperanzas traicionadas.

Pero el apacible sueño velará mi vista,
y la lámpara de Psique se oscurecerá,
cuando en las visiones de la noche
renueves tus votos para mí.

Entonces ven a mí en sueños, mi amor,
no pediré una dicha más ansiada;
ven con haces estrellados, mi amor.
y con tu beso acaricia mis párpados cerrados.

Amar en la soledad y el misterio

Amar en la soledad y el misterio;
conseguir eso que nunca podrá ser mío;
contemplar el terrible bostezo de un abismo
entre mi ser y mi elegido santuario,
derrochar —ser yo misma mi esclava—
¿Cuál será la cosecha de la semilla que di?

El amor responde con una querida y sutil astucia;
porque él, encarnado, viene con tan dulce disfraz,
que usando el arma de una sonrisa,
y mirándome con ojos de ardiente calma,
no puedo resistir el más intenso deseo:
a su adoración dedicarle mi alma.

Cuando ya no esté

Cuando ya no esté, el arpa que suena
con profundos tonos de pasión,
colgará sin melodías, con cuerdas vacías,
sobre mi montículo sepulcral;
luego, cuando la brisa de la noche
robe su marco solitario y arruinado,
buscará la música que antaño
recibía sus murmullos.

Pero en vano los vientos de la noche respirarán
sobre cada cuerda que se desmorona.
Muda, como la forma que duerme debajo,
descansará esa lira rota.
¡Oh, memoria! sea tu bendita unción,
derramada entonces en torno a mi lecho,
como el bálsamo que atormenta el pecho
de la rosa, cuando su flor ha muerto.

Debo olvidar tus ojos oscuros

Debo olvidar tus ojos oscuros, esa mirada cargada de amor;
Tu voz, que me llenó de emoción,
Tus votos, que me perdieron en este salvaje laberinto,
La presión emocionante de tu suave mano;
Y, aún más querido, ese intercambio de pensamientos,
Que nos acercaba aún más el uno al otro,
Hasta que en dos corazones una sola idea forjó,
Y ya no esperó ni sintió miedo sino por el otro.

Debo olvidar esos adornos de flores:
¿Acaso no fueron los mismos que te di?
Debo olvidar el conteo de las horas brillantes del día,
Su sol ya se ha puesto, y tú no regresarás.
Debo olvidar tu amor, y entonces cerrar
Los ojos llorosos en un día inoportuno,
Y dejar que mis pensamientos torturados busquen el reposo
que los cadáveres encuentran en la tumba.

Oh, por el destino de aquella que, transformada en hojas,
Ya no puede llorar ni emitir gemidos;
O la reina enferma, quien, temblando mientras sufría,
Encontró que su cálido corazón en piedra se convertía.
Oh, por la corriente de las olas del Leteo,
Igualmente mortal para la alegría y el arrepentimiento;
Acaso nada de todo esto se pueda salvar;
Pero el amor, la esperanza, y tú, son cosas que no puedo olvidar.


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