Los perros duros no bailan. Las grandes vidas perras de Arturo Pérez-Reverte

Fotografía de Arturo Pérez-Reverte. Agencia EFE

Para un buen lector no hay nada como encadenar libros que llegan al alma y remueven las tripas. Eso he hecho yo últimamente comiéndome el colosal Macbeth de Jo Nesbø en seis días y devorando este fenomenal Los perros duros no bailan de Arturo Pérez-Reverte en dos. Dos días de lágrimas tanto por las carcajadas y el humor como por el más absoluto encogimiento del corazón.

Dos días convirtiéndome en perro, en mi caso, perra. Dos días de pura emoción que entenderán más allá de estas palabras y del libro todos los que tenemos o hemos convivido alguna vez con uno. Todos los que sabemos cómo pueden ser, sacarte y hacerte esos animales. Resumiré la reseña en esta frase. Don Arturo, déjese de Falcós, Evas y otras historias y siga con este Negro y todos sus amigos y enemigos. Para mí son ya inolvidables.

Ya he escrito varios artículos sobre perros. Fuente de inspiración, personajes literarios, proyectos sociales con ellos implicados… Así que cuando vi esta nueva novela de uno de mis escritores preferidos no dudé ni un instante en que me gustaría. Y así ha sido.

A Arturo Pérez-Reverte lo sigo desde hace muchos años. Me fascinó con Alatriste, me emocionó con La sombra del águila, me terminó de conquistar con La carta esférica y me sacó mil carcajadas con su Jodía Pavía o su Cabo Trafalgar. También me ha aburrido con El asedio y no me ha terminado de convencer con su serie de Falcó, pero soy habitual de sus artículos dominicales y me he metido en más de un fregado por su causa. A mucha honra he de decir. Y cuando se trata de asuntos de chuchos coincidimos plenamente.

Tengo casi toda su biblioteca, aunque me faltan un par de títulos por leer. También sus libros recopilatorios de sus artículos. El último fue Perros e hijos de perra. Por tanto, al ver esta historia no dudé y, como digo, me ha entusiasmado.

30 días con el Negro

Dedicado a los perros que ha tenido, Pérez-Reverte comenta haber escrito este libro en un mes. Y me lo creo porque me ha ocurrido también. A veces nos vienen historias de pronto o nos llevan rondando un tiempo y sabemos que tenemos que escribirlas. Y salen solas, sin casi pensar. Porque nos tocan de una manera especial y no necesitamos más que sacarlas. Además, sabemos que nos van a salir bien. Este el caso. Una historia corta y redonda.

Amistad, justicia, crueldad, amor y lealtad

La frase cervantina de El coloquio de los perros antes de empezar lo dice todo. A continuación Pérez-Reverte se convierte en el Negro, un perro mestizo, cruce de mastín español y fila brasileña, que nos habla en primera persona con su lenguaje perruno (cierra el hocico, échame una pata…). Y conocemos su historia mientras estamos en el Abrevadero de Margot, una perra argentina.

Antiguo perro luchador de peleas clandestinas, Negro tiene ya ocho años y lo que mejor apreciamos y sentimos es que está cansado y una vida muy dura también lo ha podido trastornar. Pero mantiene sus principios y sus lealtades. Ya he leído por ahí que es un Alatriste de cuatro patas. Tal vez. Yo simplemente he reconocido a ese personaje que me atrae irremediablemente tenga dos, cuatro u ocho patas.

La cuestión es que han desaparecido dos amigos, Teo y Boris el Guapo, y los parroquianos habituales del Abrevadero, entre ellos un podenco filósofo llamado Agilulfo, comentan el incierto destino que puedan haber corrido. Teo, además, era el mejor amigo de Negro y aunque andan distanciados por una serie de circunstancias, entre ellas un triángulo amoroso, el Negro se ve en el deber de buscarlos. Tiene mucha idea de qué puede haber sido de ellos y se estremece solo con pensarlo.

Perros policía, neonazis, pijos, traficantes…

La galería de personajes con los que Negro se va encontrando es muy variopinta, como sus historias. Margot con su acento argentino, la elegante setter irlandesa Dido, vértice del triángulo sentimental, el insensato y fenomenal Mórtimer (un divertido teckel), que guía a nuestro héroe a la terrible Cañada Negra, o Helmut y sus secuaces (descerebrados dóberman neonazis). Y también están Snifa y Fido, perros policía.

Sobresalen Tequila, una xoloitzcuintle mexicana jefa del «cártel» perruno más peligroso y que los tiene muy bien puestos, con un consejero, Rufus, que es un galgo español cuya historia e imágenes tengo como tristes y estremecedores recuerdos de mi propia infancia.

Y luego están los pobres desgraciados secuestrados o abandonados que acaban en las manos de esos animales salvajes de dos patas que los encierran en jaulas y los utilizan como perros de pelea o sparrings de estos. Las historias del labrador chocolate abandonado llamado Tomás y la del pequeño Cuco, un bodeguero aterrado, estremecen el alma.

Para colmo de la mía, tuvimos 11 años un bodeguero pequeñajo, muy valiente y listo como él solo que se llamó Chiqui. Y aún os queda nuestro Cuco, un cruce de pequinés, que ya calza los 16 años. Los dos fueron chuchos callejeros manchegos que sobrevivieron al abandono y los malos tratos, pero que se las buscaron hasta encontrarnos a nosotros. Así que, imagínese, señor Reverte, lo que me ha supuesto leer ese capítulo de Duelo en la Barranca.

«Más mili que el perro de Gladiator«

Porque sí, hay lágrimas, pero también son de risa, de carcajada inevitable que se lleva todas las miradas en el tren en el que vas leyendo. Porque es imposible dejar de reír con ese drama de Boris el Guapo en el capítulo 8. De antología. O en esa parte final donde aparece esa frase de arriba para describir al último de los adversarios de Negro, un beauce (pastor francés). Ese diálogo en plan jerga de boxeadores entre ellos tengo que transcribirlo.

-Date pog muegto, peggo español -gruñó el gabacho, bajito pero claro.

-Antes me vas a chupar el ciruelo -respondí-. Franchute de mierda.

Parpadeó confuso.

-¿El cigüelo?

-La polla, subnormal.

Pero son tantos como ese, o tan políticamente incorrectos o revertianos, que los que no somos de medias tintas ni nos la cogemos con papel de fumar tenemos que disfrutar sí o sí.

Yo soy Espartaco

Todos hemos querido ser Espartaco alguna vez. Y así termina siendo Teo, el otro protagonista, el espejo invertido de Negro o convertido (supuestamente) por los humanos en ese temido asesino, ese monstruo creado por el amo que suele serlo. Pero que al final se revuelve, se venga, se libera y consigue vivir y disfrutar, aunque no sea hasta el final, de esa libertad y el instinto más primario. Como a más de uno nos gustaría hacer alguna vez en la vida. O impartir una justicia como la de los animales.

Así que…

Para humanos, para perros, para todos. Hay que leerla. Sin complejos, sin medias tintas, con sangre, con lágrimas, con tristeza, con dolor, pero también con esperanza, humor, ternura, respeto y amor. Pero solo quienes tenemos perros y los hemos tenido toda la vida apreciaremos realmente esta estupenda novela.


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