¿Buscas ejemplos de microrrelatos? Los tiempos de Internet han permitido que la literatura breve o micro haya adquirido una mayor importancia entre esos lectores acelerados para quienes retener un argumento de una sola línea no sólo supone un estímulo curioso, sino también la oportunidad de crear su propia versión de esa historia oculta «entre líneas» o, en este caso, palabras.
Así es el microrrelato, un género narrativo quizás algo infravalorado por las masas que abarca una larga historia cimentada por autores como Cortázar o Augusto Monterroso, éste último piedra angular del género gracias a su micro El dinosaurio, uno de los considerados como mejores microrrelatos de la historia.
Pero antes, de verlos, todos los seleccionados, vamos a contestar a una serie de preguntas típicas y frecuentes cuando a los microrrelatos nos referimos. Si te interesa el tema, no dudes en seguir leyendo.
¿Me acompañáis en este breve (y a la vez profundo) viaje literario a través de los siguientes 16 microrrelatos para amantes de lo breve?
¿Qué es un microrrelato? Características comunes
La RAE define la palabra microrrelato de la siguiente manera:
Microrrelato: De micro- y relato. 1. m. Relato muy breve.
¡Y tan breve que es! Es la principal característica de este género narrativo, que sólo contiene unas cuantas líneas en el que el autor tiene que expresar todo aquello cuanto desea y dejar al lector emocionado, pensativo o simplemente con la sensación de haber leído algo bueno a la par que breve. Para esto hay un dicho popular que viene a expresar lo mismo: “Lo bueno, si breve, dos veces buenos”
Y aunque como decíamos anteriormente, es un género bastante infravalorado, la realidad es bien distinta. Es muy difícil escribir y “decir” al mismo tiempo en pocas líneas. Mientras que con la novela o los relatos disponemos de páginas y páginas para ir caracterizando a un personaje o a varios, para ir creando ambiente, para ir desarrollando la historia en sí, en el microrrelato tenemos que decir en pocas líneas, y conseguir lo más difícil de todo: que transmita algo a quien nos lee.
Parece tarea fácil, pero yo misma os digo que para nada lo es. Se necesita de mucha técnica y de mucho tiempo de dedicación para hacer un buen microrrelato como todos los que veremos a continuación. Pero antes, os diremos cómo hacer un microrrelato, en qué fijarnos, que palabras o expresiones obviar y cómo podemos empezar con uno.
¿Cómo hacer un microrrelato?
Por regla general, un microrrelato tendrá entre 5 y 250 palabras, aunque siempre podremos encontrar excepciones, pero no varían mucho.
Para escribir un microrrelato nos tenemos que olvidar de hacer una parrafada para explicar algo concreto, por lo que eliminaremos obviamente lo que sería todo el desarrollo por ejemplo de una novela. Iríamos al punto clave o clímax de nuestra narración, en el que se produciría un giro inesperado que sorprenda al lector. De esta manera, nos tendremos que olvidar por supuesto de describir en exceso. Esta manera de escribir nos ayudará a buscar la palabra adecuada, en este caso los adjetivos descriptivos idóneos, para decir mucho con poco.
Al tener las palabras super contadas, lo que sí intentaremos es dar mucha importancia a la elección del título. No puede ser un título cualquiera, sino que intentaremos que esas palabras del título ayuden a completar nuestro microrrelato y a darle más sentido aún si cabe.
Y por supuesto, si en el microrrelato lo que menos hay son palabras, intentaremos también jugar con los silencios y los signos de puntuación. Por ejemplo, unos puntos suspensivos en según qué parte del texto los coloquemos pueden decir bastante más que una frase completa.
Como decíamos anteriormente, hacer un buen microrrelato es cuestión de ir adquiriendo la técnica a medida que se hacen una y otra vez. Por ello, y porque el vocabulario de los más pequeños aún no está desarrollado del todo, es habitual ver en libros de primaria pedir a los niños que hagan una poesía breve o microrrelato acerca de algo. Con esta técnica intentamos que los más pequeños describan algo (un objeto, un suceso, etc.), con las pocas palabras que aún conocen sin necesidad de decir mucho.
10 microrrelatos para amantes de la literatura breve
El dinosaurio, de Augusto Monterroso
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Calidad y Cantidad , de Alejandro Jodorowsky
No se enamoró de ella, sino de su sombra. La iba a visitar al alba, cuando su amada era más larga
Un sueño, de Jorge Luis Borges
En un desierto lugar del Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin puerta ni ventana. En la única habitación (cuyo piso es de tierra y que tiene la forma de círculo) hay una mesa de maderas y un banco. En esa celda circular, un hombre que se parece a mi escribe en caracteres que no comprendo un largo poema sobre un hombre que en otra celda circular escribe un poema sobre un hombre que en otra celda circular…El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisioneros escriben.
Amor 77, de Julio Cortázar
Y después de hacer todo lo que hacen se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.
La carta, de Luis Mateo Díez
Todas las mañanas llego a la oficina, me siento, enciendo la lámpara, abro el portafolios y, antes de comenzar la tarea diaria, escribo una línea en la larga carta donde, desde hace catorce años, explico minuciosamente las razones de mi suicidio.
Toque de queda, de Omar Lara
—Quédate, le dije.
Y la toqué.
Cubo y pala, de Carmela Greciet
Con los soles de finales de marzo mamá se animó a bajar de los altillos las maletas con ropa de verano. Sacó camisetas, gorras, shorts, sandalias…, y aferrado a su cubo y su pala, también sacó a mi hermano pequeño, Jaime, que se nos había olvidado.
Llovió todo abril y todo mayo.
Fantasma, de Patricia Esteban Erlés
El hombre que amé se ha convertido en fantasma. Me gusta ponerle mucho suavizante, plancharlo al vapor y usarlo como sábana bajera las noches que tengo una cita prometedora.
La dicha de vivir, de Leopoldo Lugones
Poco antes de la oración del huerto, un hombre tristísimo que había ido a ver a Jesús conversaba con Felipe, mientras concluía de orar el Maestro.
–Yo soy el resucitado de Naim –dijo el hombre–. Antes de mi muerte, me regocijaba con el vino, holgaba con las mujeres, festejaba con mis amigos, prodigaba joyas y me recreaba en la música. Hijo único, la fortuna de mi madre viuda era mía tan solo. Ahora nada de eso puedo; mi vida es un páramo. ¿A qué debo atribuirlo?
–Es que cuando el Maestro resucita a alguno, asume todos sus pecados -respondió el Apóstol-. Es como si aquél volviera a nacer en la pureza del párvulo…
–Así lo creía y por eso vengo.
–¿Qué podrías pedirle, habiéndote devuelto la vida?
–Que me devuelva mis pecados –suspiró el hombre.
Aprovecho la última posición para compartiros uno de mis primeros microrrelatos, ya que a pesar de ser asiduo a lo breve, sus cuentos y relatos a la hora de escribir aún no me había puesto con este género. Espero que os guste:
Él llegó con la corbata mal puesta.
Ella fingió seguir leyendo.
Un elefante rosa comía en el salón. #micro #literatura #relato #microrelato pic.twitter.com/hAqNNGByu7— Alberto Piernas (@AlbertoPiernas) April 9, 2017
Otros microrrelatos famosos
A continuación, os ponemos algunos microrrelatos más que han sido premiados o conocidos en su momento y alguno que otro de autores no tan conocidos. Esperamos que os gusten:
Hablaba y hablaba, de Max-Aub
Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.
Carta del enamorado, de Juan José Millás
Hay novelas que aun sin ser largas no logran comenzar de verdad hasta la página 50 o la 60. A algunas vidas les sucede lo mismo. Por eso no me he matado antes, señor juez.
La manzana, de Ana María Shua
La flecha disparada por la ballesta precisa de Guillermo Tell parte en dos la manzana que está a punto de caer sobre la cabeza de Newton. Eva toma una mitad y le ofrece la otra a su consorte para regocijo de la serpiente. Es así como nunca llega a formularse la ley de gravedad.
Amenazas, de William Ospina
-Te devoraré -dijo la pantera.
-Peor para ti -dijo la espada.
La verdad sobre Sancho Panza, de Franz Kafka
Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el correr de los años, mediante la composición de una cantidad de novelas de caballería y de bandoleros, en horas del atardecer y de la noche, apartar a tal punto de sí a su demonio, al que luego dio el nombre de Don Quijote, que éste se lanzó irrefrenablemente a las más locas aventuras, las cuales empero, por falta de un objeto predeterminado, y que precisamente hubiese debido ser Sancho Panza, no hicieron daño a nadie.
Sancho Panza, hombre libre, siguió impasible, quizás en razón de un cierto sentido de la responsabilidad, a Don Quijote en sus andanzas, alcanzando con ello un grande y útil esparcimiento hasta su fin.
Las gafas, de Matías García Megías
Tengo gafas para ver verdades. Como no tengo costumbre no las uso nunca.
Sólo una vez…
Mi mujer dormía a mi lado.
Puestas las gafas, la miré.
La calavera del esqueleto que yacía debajo de las sabanas roncaba a mi lado, junto a mí.
El hueso redondo sobre la almohada tenía los cabellos de mi mujer, con los rulos de mi mujer.
Los dientes descarnados que mordían el aire a cada ronquido, tenían la prótesis de platino de mi mujer.
Acaricié los cabellos y palpé el hueso procurando no entrar en las cuencas de los ojos: no cabía duda, aquello era mi mujer.
Dejé las gafas, me levanté, y estuve paseando hasta que el sueño me rindió y me volvió a la cama.
Desde entonces, pienso mucho en las cosas de la vida y de la muerte.
Amo a mi mujer, pero si fuera más joven me metería a monje.
Estos 16 microrrelatos para amantes de la literatura breve sirven de base para esas historias ocultas de formas subliminal en esta versión mas reducida, pero no por ello menor, de la literatura.
Hola, Alberto.
Gracias por este artículo porque yo soy fan de los microrrelatos. De hecho, gracias a un taller de escritura creativa al que empecé a ir en 2004 o 2005 y que seguí varios años comencé a escribirlos y hasta hoy.
Respecto al que más me gusta, tengo dudas entre varios. Si he elegir, me quedo con «La carta», de Luis Mateo Díez.
Un abrazo desde Oviedo y buen fin de semana.
Como siempre, gracias por opinar Alberto. Abrazos desde Alicante.
Una vez más me deleito con lo que escribes.
Jejejeje, se hace lo que se puede 😉 Gracias Antonio! Abrazos.
Hola, Alberto. Los microcuentos llevan la idea sintética de lo que podría ser un cuento largo. Deseaba saber si no hay reglas para escribirlo, por ejemplo, extensión, aunque me parece que no, pues veo de diferentes extensiones. Me gusta esta modalidad de escritura, voy a practicarla.
El microcuento que más me gusta es: Amor 77, de Julio Cortázar.
Cordialmente
Carmen M. Jiménez
Hola Carmen.
El microcuento es, como dices, una versión sintética del cuento, que a su vez tiene unas reglas algo diferentes. El microrrelato se caracteriza por la extensión breve (no hay límites pero no debería superar un párrafo) y los «silencios» de esa historia condensada.
Aunque en tu caso creo que practicar cualquier tipo de escritura será bueno, si te sale microrrelato genial y si se trata de cuento lo mismo.
Respecto a pasos para escribir un cuento te dejo este artículo publicado hace unos meses por si te sirve de ayuda:
http://www.actualidadliteratura.com/4-consejos-para-escribir-tu-primer-cuento/
Un saludo.
El relato de Patricia Esteban Eriés es una variación del espléndido relato del escritor mexicano Juan José Arreola, «La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de las apariciones»
Hola, José Antonio.
No sabía que el microcuento de Patricia Esteban Erlés es una versión. Me suena Juan José Arreola y no conocía su microrrelato. Tienes razón, está muy bien. Gracias por compartirlo.
Un saludo literario desde Oviedo.
Hola Alberto. Interesante publicación la que has hecho.
El de Monterroso es quizá el más conocido y usado como ejemplo de cómo se construye un microrrelato, pero en tu selección yo me quedo con La Carta de Luis Mateo Díaz, me parece genial. Y en segundo lugar me gusta también mucho Calidad y Cantidad, de Alejandro Jodorowsky.
Besos desde Madrid
Hola, Cristina.
Coincides conmigo, aunque yo me quedaría con varios (cinco o seis) de los textos. Y el de Monterroso es, sin dudarlo, el más famoso. También para mí el de Jodorowsky es muy bueno.
Un saludo literario desde Oviedo.
«Vendo zapatos de bebé, sin usar» – Ernest Hemingway
Hola, El Graffo.
Ya había leído hace mucho, no recuerdo dónde, ese microrrelato de Hemingway. Seguro que mucha gente se sorprendería al saber que el amigo Ernest lo escribió (todo el mundo lo asocia con la novela).
Me parece un microcuento buenísimo con una carga de profundidad tremenda. Está claro lo que hay más allá de esa línea.
Un saludo.
Seguro quisiste escribir Jorge Luis Borges, pero el autocorrector.
Estimado Alberto. Estuve leyendo los cuentos recomendados, y me detuve en dos; El Sur de Borges y La noche boca arriba, de Cortázar. La noche boca arriba, de Cortázar, ‘no me dejó indiferente’, es contada con sencillez y asimismo con profundidad. Qué dominio el de Cortázar. Después de leerlo, interpreté que es una lucha por la vida ad portas de la muerte con l atisbos de consciencia. El motociclista por momentos advertía la realidad. Pero el sumirse en una experiencia de vida desconocida, relacionada con un pasado lejano, nos hace pensar que el motociclista tuviera conocimientos sobre culturas mesoamericanas, o que tuviera una experiencia onírica clarividente sobre el ofrecimiento que los aztecas hacían a sus dioses sacrificando un prisionero en el Templo Mayor. Ese prisionero es él, el motociclista que se aferra a la vida, luchando contra el yugo opresor de la muerte. Ese viaje por el túnel y luego bajo las estrellas y la inminencia de la muerte, que será causada con un cuchillo de piedra o de obsidiana, nos estremece. Podríamos pensar que este ciudadano fuera un emigrado espiritual. Según Cortázar, aunque sea un pasado lejano y seamos diferentes a los de ese pasado, puede ser “ese espejo en el que mirarnos la cara”. Es una metáfora de ese sincretismo cultural que somos, es así que nos reflejamos en un espejo.
Cordialmente
Carmen
La Noche Boca Arriba es genial 🙂 Me alegro que te gustaran las recomendaciones Carmen. Un saludo.
Corrección.
Es una metáfora de ese sincretismo cultural que somos, es así que nos reflejamos en su espejo.
Gracias
Que lindo leer entre lineas e imaginar la pluma de quien escribio.
Gracias por compartir
Al lado de mi casa vive un hombre que no sabe leer ni escribir, pero tiene una mujer bellísima. En estos días, a escondidas de su esposa, y para mi angustia y preocupación, decidió aprender. Yo lo escucho deletrear, como un niño grande, en unos papelitos que siempre le dije a ella que botara, pero la muy estúpida dejaba regados descuidadamente en cualquier parte de la casa; y le ruego a Dios que no aprenda jamás.
Pedo Querales. Del libro «Fábulas urbanas».
Mis dientes
Mis dientes sobre el lavamanos cancelan la cita y me arrancan lágrimas que se convierten en amargo y convulsivo llanto. Frente al espejo te imagino nerviosa en el centro comercial.
Aún mojado, ante el celular, no tengo que esperar mucho. Suena, y tu voz de niña me reclama la tardanza. «¡Esto no puede ser! ¡Búscate a un muchacho de tu edad!» Te digo. Cuelgo y estrello contra la pared mis dientes y tu suave voz adolescente.
Sigo llorando, mojado.
Pedro Querales. Del libro «¿Recuerdas la cayena que te regalé?»
El bombillo del carnicero
Cuando le tocó el turno a Marco, ya habían pasado tres de los cinco que jugaban. El sonido del tambor al girar —esa era la única regla del juego: que cada uno lo hiciera girar antes de ponérselo en la cabeza—, le recordaba el del rache de su bicicleta cuando le daba a los pedales hacia atrás. A Marco siempre le había gustado correr riesgos: pequeños, grandes o extremos, pero siempre en riesgo. Le pasaron el arma —ni pesada ni liviana, en ese momento eso no se percibe— y le dio con fuerza al tambor. La levantó y se la colocó sobre la sien derecha. Al alzar la cabeza vio el bombillo que mal iluminaba la habitación con su luz amarillenta, y recordó cuando le robaba el bombillo de la casa al carnicero. Fue así como comenzó este vicio por el riesgo y el peligro. “¡A que no le robas el bombillo al carnicero!” le dijeron sus amigos. “A qué sí” les respondió Marco. En la noche, muy tarde, se reunieron frente a la casa del carnicero. Marco salió de entre las sombras y, sigilosamente, se dirigió hacia el porchecito de la vivienda. Unos perros ladraron desde el interior. Marco se detuvo y esperó. Los perros se callaron. Con mucho cuidado y lentamente Marco abrió la pequeña reja de hierro, pero de todas maneras chirrió en sus goznes. Los perros volvieron a ladrar. Esta vez más fuerte y durante más tiempo. El semáforo de silencio le dio luz verde a Marco de nuevo. Se detuvo frente a la puerta de madera y miró hacia abajo: “Bienvenido” decía la alfombra iluminada por la luz que salía a través de la rendija inferior de la puerta. Y pudo escuchar las voces del carnicero y su mujer que se mezclaban con las de la televisión. Respiró profundo y se santiguó. Luego se ensalivó los dedos y aflojó el bombillo. Al apagarse, los perros volvieron a ladrar. Incluso, algunos aullaron. Se detuvo y permaneció así, congelado e inmóvil como una estatua viviente, un largo rato. Lo terminó de sacar y echó el candente bulbo en la especie de hamaca que se formó a la altura de su abdomen al levantarse el borde inferior de la franela. Retrocedió y salió de espaldas, con la luz del bombillo en la sonrisa y el trofeo, ya frío, entre sus manos.
Al siguiente día Marco tuvo que ir a la carnicería a comprarle unas costillas a su madre. El carnicero estaba furioso. Todo ensangrentado vociferaba y maldecía mientras descuartizaba una res que colgaba del techo. “Si lo llego a atrapar lo despellejo” y hundía el afilado cuchillo y rasgaba la insensible carne. “¡Lo voy a cazar! ¡Sí, lo voy a cazar! ¡Ese vuelve! Pero yo lo voy a estar esperando” Entonces la situación se convirtió en un reto para Marco: el juego del gato y el ratón. Marco esperó un tiempo prudencial, quince o veinte días, y volvió a robarle el bombillo al carnicero. Al otro día se acercó a la carnicería para ver su reacción. Y lo escuchó rabiar: “¡Maldito ladrón! ¡Me volvió a robar el bombillo!” le decía a un cliente mientras le cercenaba la cabeza a un cerdo de un hachazo. Así estuvieron hasta que Marco se cansó de robarle el bombillo al carnicero. Y un día, en la noche, se los dejó todos en una caja de cartón junto a la puerta.
Los cuatro jugadores, alrededor de la mesa, veían a Marco expectantes. Con el cañón descansando sobre su sien, Marco veía el bombillo —y pensó en la lotería de Babilonia, donde el ganador pierde—, y de repente se apagó.
Pedro Querales. Del libro «Sol rosado»
No hay nadie aquí, sólo migas de pan por todas partes. Rápidamente las recogí para no retardar la cena de mis hijos.
El plagio
El doctor Benavente, especialista en derechos de autor, se hallaba en Europa y la absolución de nuestro cliente dependía de su opinión casi pontifical, un escrito firmado por él pesaría en la decisión de los jueces, alumnos suyos en la universidad así que me arriesgué y falsifiqué la firma del letrado en el informe que redacté con el cual ganamos el juicio. Un caso de plagio, ganado con un documento falso, vaya cosas que uno va aprendiendo.
Ricardo Villanueva Meyer B.
El viejo profesor—
Bajo la fría luz artificial, brillaba la calva del profesor como luna invernal.
Los alumnos, más atentos a las deportivas evoluciones del vuelo de las moscas, desoían sus explicaciones logarítmicas.
La pizarra se quejaba en tanto en vez por los trazos de la tiza empujada por la vieja mano de aquel hombre.
Su chaqueta, manchada de tristeza, se arrugaba en una silla tan vieja como él.
Cuando sonó la campana salieron sin mirarle. Dos lagrimas cruzaron su rostros mezclándose con el polvo de la clase.
«Tus ojos jugando con los suyos mientras tus labios jugaban con lo míos» – Javier O. W.
Cuando se despertó, ella seguía sin estar allí.
Yo ya había oído que durante la Revolución Francesa, cuando guillotinaban a alguién, la cabeza, ya desprendida del cuerpo, aún decía algunas palabras. Pero, en mi caso, me parece que he dicho demasiadas.
– Ay,ay,ay!- dijo alguien. -¿Que hay ahí?-dijo otro, acercandose. Después, el silencio.
Me gustan especialmente los de Luis Mateo Díez, Cortazar, Lugones,Max Aub,Millás y García Megías.
Mi favorito fue el de Amenazas, de William Ospina, porque esto se puede adaptar a la sociedad en la que vivimos, ya que muchas veces queremos o hacemos lo que más nos puede dañar, la espada matará a la pantera antes de poder devorarla.
Sobre William Ospina, este escritor es Colombiano y ganó el premio Rómulo Gallegos con su novela «El país de la canela», que forma parte de una trilogía sobre la conquista de la parte norte de Sudamérica. También, entre sus obras destacan los ensayos y me llama mucho la atención la novela «El año del verano que nunca llegó», por el contexto que trata
El micro relato que me gustó más es La carta, de Luis Mateo Díez, ya que me ha tomado cierto tiempo para tratar de entenderlo, y pues tiene mucho sentido, el escritor da un caso de una vida llena de adversidades en las que una persona común se siente agobiada y triste, pero que encontró una manera eficaz de contrarrestar esas emociones para seguir adelante. Además me gustó por que uno como joven y con la situación que se vive a veces se siente estresado y quizá sin ganas de continuar lo que está haciendo, pero siempre existe una buena razón para continuar.
Luis Mateo Diez es un escritor español que forma parte de la Real Academia Española (RAE) desde el 2001 con el puesto, o sillón «l». Es conocido por sus novelas y ensayos, y entre sus obras más notables están La Fuente de la Edad, La ruina del cielo, Fábulas del sentimiento.
Hola Alberto, concuerdo contigo yo también soy muy fan de los microrrelatos, y sin duda, en mi opinión, el mejor es «La carta», aunque todos son muy buenos.
Saludos desde algún lugar en el que, todas las mañanas llego a la oficina, me siento, enciendo la lámpara…