Literatura para viajar: ¿cuál será el destino?

Estos días estoy de viaje, por Cuba, a donde me he ido solo con un gran cuaderno y un bolígrafo que para cuando leáis esto posiblemente se haya terminado. Por esa razón, y porque siempre suelo hacerlo cuando no puedo escribir in situ, no se me ocurre mejor forma de incitaros a desconectar que a través de las letras, más concretamente de la literatura para viajar. El siguiente relato, 21 Princess Street, fue escrito durante un viaje a India, donde conocimos a muchas personas, entre ellas al hombre de nombre ficticio que protagoniza la siguiente lectura.

¿Viajamos?

Iraván no tenía esposa ni hijos. Su único pasatiempo era mirar a la calle con la mirada perdida y una sonrisa beta, de esas que nunca llegan a formar hoyuelos. Me inspiró ternura y algo de tristeza, pero aún no sabía por qué. Tras hablarme del monzón y un Occidente por el que suspiraba desde la acera en secreto, me invitó a entrar en su casa, dejando la puerta entreabierta. El interior de la casa parecía un anticuario con olor a massala. Había una bicicleta apartada en un rincón del salón, una escultura de colores de Lakhsmi y un sofá que algún oficial de Raj Inglés debió olvidar en su jardín exótico siglos atrás. Una cortina de color magenta protegía unas dependencias camufladas en la oscuridad, al final de un pasillo.

El anfitrión no me preguntó qué quería tomar, tan sólo llegó con dos vasos de whisky con agua que yo sorbí poco a poco mientras él daba lingotazos más largos. Me contó que años atrás había viajado como marinero en un barco que transportaba cocos a los países del Mediterráneo y que estaba enamorado de Barcelona. Su mirada parecía volar, ahora más que nunca, a otros lugares. Después comenzó a contarme anécdotas de la vida a bordo, de las personas de tantas nacionalidades que trabajaban en el barco y de un amigo suyo, cuyo nombre tampoco recuerdo, del que no tardó en enseñarme una foto. Aparecían ambos, jóvenes y felices, luciendo el uniforme naval blanco mientras cada uno sostenía un coco en cada mano. “Mejor amigo”, decía constantemente. Y los ojos se le empañaban. Rápidamente cambió de tema, quizás tras ser consciente de la excitación momentánea, y continuó preguntándome acerca de España. Aprovechamos para comparar los valores en cada país, y él comenzó a despotricar contra una nueva generación hindú en la que las relaciones humanas aún seguían sujetas a códigos morales algo obsoletos. Viéndole hablar parecía el hombre más cuerdo del mundo, consciente del tiempo y el lugar en el que le había tocado vivir. Le pregunté por qué no pensó en quedarse en Europa, pero no contestó, quizás por miedo a reconocer que era esclavo de su propia cultura, motivo por el que siempre yacía solo en la calle, a expensas de que una nueva oportunidad entrara en su casa.

Antes de marcharme volvió a mirar la foto y me dijo que su amigo estaba casado, tenía hijos y vivía en Madrás. Me dijo que llevaba años sin verle. Ya no lloraba, pero igualmente estaba triste, y el motivo no era por una simple cuestión de distancia.

Me acompañó a la puerta tras media hora de amable conversación y volvió a dejar la puerta entreabierta, quizás esperando a que los cambios le alcanzasen antes de que fuera demasiado tarde.

Espero que os haya gustado.

¿A qué libro soléis recurrir cuando queréis viajar?

Abrazos,

A.


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