Libros similares a Veronika decide morir: literatura de Paulo Coelho y novelas de crecimiento personal
Querer abrazar la vida después de haber propiciado un encuentro con la muerte, luego de anhelar la no existencia, es la paradoja que Paulo Coelho nos muestra en Veronika decide morir (1998). Lo más contradictorio es que nuestra protagonista no tenía ningún problema típico de esos que comúnmente orillan a tomar decisiones tan disruptivas. Sin embargo, algo dentro de sí le hacía sentir que su vida carecía de sentido, por ende, no valía la pena seguir. Y sí: la salud mental juega un papel crucial en el planteamiento.
Este tipo de tramas y sus metatextos se pueden apreciar en un notable número de obras contemporáneas: Las vírgenes suicidas (1993), El monje que vendió su Ferrari (1996), Come, reza, ama (2006), La campana de cristal (1963), Tokio Blues (1987)… En las siguientes líneas se abordará el leitmotiv de Veronika decide morir, los submensajes inherentes y parte de los títulos que abordan contenido similar.
Veronika decide morir: tenerlo todo no siempre da la felicidad
Lo normal en la vida del individuo promedio tras adquirir la conciencia y las respectivas responsabilidades posteriores a la adultez dentro de una sociedad humana es querer alcanzar la estabilidad que le permita vivir a plenitud. Entiéndase por esto: tener un trabajo sólido, encontrarse con el amor, la amistad, la casa —o el alquiler— de sus sueños, el café al cual asistir a diario, cero problemas con la familia…
Ahora sumemos que, además de estar medianamente bien, se es guapo / guapa. Un plus importante. Imaginemos que están dadas las condiciones: se tiene un círculo equilibrado de conocidos, se ha experimentado el amor en varias oportunidades, se vive en un lugar acogedor, el trabajo te permite estar en calma…
Lo último descrito, indudablemente, mejora el panorama de lo que se consideraría idílico en un mundo como el nuestro, donde la carencia es la ley en la mayoría de los casos. Se supone que ese es el guion perfecto, la senda que da la dicha que tanto se desea y que da razón a esto que llamamos existencia.
Sin embargo, ¿qué sucede cuando se posee todo esto y aun así no se llena el vacío interno? No resulta tan extraño, realmente. Hay miles de historias que no encajan en el molde, y Paulo Coelho vino a mostrar la de Veronika Deklava.
El suicidio como escape al sinsentido
También llamado “absurdo” por Camus en su enfoque filosófico, el sinsentido es ficha clave en la trama desarrollada por Coelho. El autor habla de manera menuda los conflictos propios del existir y cómo la mente complica el camino cuando se cree haber obtenido cierto grado de “estabilidad”. En esas circunstancias, aparece la ventana funesta que no debe abrirse.
Veronika, poseedora de una vida común —que no idílica, pero sí tranquila, que no es menos valiosa y anhelada— y creyendo que el mañana no podría traerle algo más que lo ya vivido en sus 24 años, toma la decisión de ingerir una enorme cantidad de pastillas para dormir. Contra todo pronóstico, las cosas no ocurren como ella desea: es salvada. Sin embargo, su decisión tiene un costo: tras haber sido recluida en un sanatorio mental le informan que la sobredosis causó lesiones irreparables a su corazón y que pronto morirá por ello.
El no-fin y sus consecuencias como catalizador hacia “el sentido”
Tras conocer su nueva realidad producto de su proximidad al acabose que tanto deseó apenas días atrás, algo cambia en la mente de Veronika. De pronto, lo que antes concebía como certeza —no querer seguir por el absurdo propio de la vida del hombre—, ahora se desmoronaba. Posteriormente, la interacción con el resto de pacientes le hace sentir emociones con una intensidad desconocida para ella.
Veronika experimenta el temor, la empatía, e, incluso —en el lugar menos ideal para ello— el amor. Es a través de esta metanoia —del griego «cambio de mente”—, de esta nueva imagen que encarna y que ella jamás pensó ser, que Coelho confronta al lector. ¿Necesitamos acaso tocar fondo para entender que sí hay un leitmotiv individual entre toda la entropía del mundo? Cada sujeto sabrá.
Coelho y la fórmula de la “búsqueda interna”
Desde El peregrino de Compostela (1987), pasando por El alquimista (1988), Brida (1990), la obra que nos compete en este post (1998), El Zahir (2005), La bruja de Portobello (2006), hasta Aleph (2010), la receta de la “búsqueda interna” o el “renacimiento” ha sido empleada por Coelho. Esta recursividad le ha valido al autor ser catalogado por parte de la crítica como “reiterativo” y “predecible”.
Quizá si en el desarrollo de las historias no se hallaran frases rebuscadas y poco profundas como «Cuando quieres realmente una cosa, todo el universo conspira para ayudarte» (El alquimista), esta estereotipación del autor caería en saco roto. Pero no. La recursividad sí ocurre en la obra de Coelho, y mucho. Aunque, debe dársele el mérito de haber acercado a la literatura a muchos, quienes, a partir de él, ya en el camino, se abrieron a otras alternativas.
Libros similares a Veronika decide morir: novelas de crecimiento personal
No, Coelho no fue el creador de la “búsqueda interna” ni de la “metanoia”, desde la Epopeya de Gilgamesh hemos sido testigos del uso de este tipo de estructuras dentro de la narrativa. En adelante, algunos ejemplos de libros similares a Veronika decide morir:
Demian (1919) – Hermann Hesse
Hesse ahonda en la metanoia a través de la muerte, sin embargo, esta última es netamente simbólica. Como resultado, Emil Sinclair, el protagonista, logra abrir sus ojos espirituales y puede ver la vida con otras perspectivas. Para lograr su cometido, debe acabar con las estructuras sociales predispuestas, lo que, por supuesto, acarrea tensiones en la trama que el autor plasma de manera magistral.
Fragmento de Demian:
«El ave lucha por salir del huevo. El huevo es el mundo. Quien quiera nacer, debe destruir un mundo. El ave vuela hacia Dios. Ese Dios se llama Abraxas. […] ¿Y si todo lo que fuera importante en mi vida no lo supiera aún? ¿Y si aún no hubiese comenzado? Aquel que me llamó, que me mostró el rostro de Abraxas, ¿era mi destino o mi reflejo?».
Siddhartha (1922) – Hermann Hesse
Volvemos con Hesse. Esta es, según la crítica global, la obra más representativa del alemán —seguida solo por su icónico Lobo estepario—. Aborda el cambio desde lo espiritual, primeramente, por lo que el viaje del héroe es más de carácter íntimo que exterior. El protagonista dejó atrás sus lujos —como Pablo de Tarso al convertirse al cristianismo— para lograr el tan anhelado despertar interior. En el proceso, como es necesario, se atraviesan situaciones diversas que ponen a prueba lo que se desea y hacen deslastrarse de lo que se era para alcanzar el preciado trofeo de la lucidez.
Fragmento de Siddhartha:
«He tenido que experimentar el pecado, la desesperación, la idiotez, el rechazo de las doctrinas, para volver a encontrarme a mí mismo. Tuve que ser un pecador, vivir la sensualidad, aprender la codicia, experimentar la vanidad, para no resistirme ya, para dejar de juzgar, y para poder amar el mundo tal como es, y dejar de compararlo con algún mundo deseado, con alguna perfección soñada por mí».
La campana de cristal (1963) – Sylvia Plath
Plath, en este caso particular, está dentro de su texto, infranqueablemente biográfico. Ella es una con la protagonista. Se explora a fondo la espiritualidad, los diálogos internos, la salud mental y cómo un desequilibrio en la psique puede llevarnos a cuestionar si vale o no la pena seguir el camino. Es de sumo valor en este texto la visión de la locura desde la perspectiva femenina, y la descripción de la posición inquisitiva de la sociedad al respecto.
Fragmento La campana de cristal:
«Me sentía muy tranquila y muy vacía, como debe sentirse el ojo de un tornado, moviéndose sereno en medio de los gritos y destrozos, girando sin tocar nada. […] Siempre me imaginé que morir era algo así como quedarse dormida. […] Pero la campana de cristal, con su aire viciado, me envolvía, me apretaba, me impedía respirar, y yo estaba dentro de ella, mirando el mundo sin alcanzarlo».
Tokio Blues (1987) – Haruki Murakami
Murakami, con su estilo icónico, trata la depresión y el suicidio, ubicando con pinceladas precisas al amor dentro de los planos necesarios. El tiempo que se fue, los años universitarios: tema céntrico que da paso al desarrollo de la trama. Toru Watanabe —envuelto en un tenso un clima de protestas antisistema—, confundido, deambula entre la muerte, su necesidad de sentirse “parte de” y los poco convencionales amores que le tocaron (Naoko y Midori).
Fragmento Tokio Blues:
«Me limité a escuchar el rugido de mi corazón. Nadie se salva de lo que ama. En la radio sonaba “Norwegian Wood” y sentí que algo se quebraba lentamente dentro de mí. […] Era como estar atrapado en un sueño donde nada duele, pero todo pesa. […] Pensé en Naoko. En su voz, en su silencio. En lo mucho que uno puede amar a alguien sin saber qué hacer con ese amor».
El caballero de la armadura oxidada (1987) – Robert Fisher
De toda la lista, quizá el texto más conocido. La trama es simple, pero contundente: quien quiera conocerse a sí mismo, que se despoje de todo aquello que evita su renacimiento pleno. Como pueden sobreentenderse en el título de la obra, es la “armadura” la que evita que el Caballero logre su lucidez.
Fragmento de El caballero de la armadura oxidada:
«El caballero lloró. Lloró tanto que la armadura comenzó a oxidarse y a resquebrajarse. Entonces comprendió que sus lágrimas no eran una señal de debilidad, sino de vida. No había llorado en años, no por miedo, sino por olvido. Ahora, cada lágrima lo liberaba. Lloraba por todo lo que no había sentido, por lo que no se atrevió a decir, por el tiempo perdido escondido tras su armadura brillante. Por fin, se sentía humano».