Kindle y el caso de la desaparición de 1984

Con el lector de libros electrónicos Kindle puede pasar algo semejante a lo sucedido con los iPods: sin ser el mejor producto de sus características en el mercado, y sometiendo al usuario en ocasiones a restricciones arbitrarias, tal vez acabe ganando por goleada. Sea por una cuidada imagen de marca o por el simple hecho de que por su popularidad acabe pareciendo la única opción. De hecho, se puede pensar incluso que ya ha ocurrido así, por lo menos en Estados Unidos de América.

Kindle

Foto de David Sifry.

Sin embargo, existen poderosas razones para considerar que quizás Kindle no sea el modelo de libro electrónico que deba ser hegemónico. Las siguientes líneas solo pretenden apuntar algunos de los porqués.

El punto flaco de Kindle es que usa un formato de archivo para guardar el texto de los libros llamado AZW que nadie sabe cómo funciona, solo Amazon. Lo cual es verdaderamente preocupante. No solo porque va estrechamente acompañado a lo que se ha dado en llamar gestión de derechos digitales, esas instrucciones informáticas mediante las cuales el editor de un libro puede decidir que no te permite hacer cosas que, con un libro en papel, sí que podías hacer. No es solo ese el problema. El problema fundamental es que Amazon puede hacer lo que quiera con este formato. Puede sacar un nuevo esquema de este formato para que los lectores que se vayan incorporando al mercado entiendan los AZW de forma distinta, de modo que, en primer lugar, necesitas comprar un nuevo lector para leer los nuevos títulos y, en segundo lugar, puede llegar un momento en que tu lector no sea capaz de entender los primeros libros AZW que compraste, así que jamás podrás acceder de nuevo a su contenido.

Hay una manera de solucionar esto, y es fácil: que Amazon publique cómo funcionan los AZW para que si, en algún momento en el futuro, Kindle deja de saber visualizar un tipo primerizo de ficheros AZW, alguien que quiera acceder a su contenido, en el peor de los casos, siempre pueda pedir a un programador de aplicaciones informáticas que busque soluciones al problema, en base a las informaciones publicadas por Amazon. Sin embargo, Amazon no ha hecho tal cosa, ni piensa hacerla: si explica al mundo como funcionan sus archivos, el mundo sabrá como funciona la gestión de derechos digitales y cualquiera podría saltarse las restricciones que impone a los lectores. Esas restricciones pueden significar (hablando en general, no de Kindle en concreto) impedir al usuario que copie el libro a un amigo, que lo imprima, que lo pase a otro formato para poder leer (por el motivo que sea) en un dispositivo diferente a Kindle, etcétera. Incluso impedir por completo el acceso al texto si ya ha pasado una semana, quince días o un mes desde la primera vez que fue abierto, entre otras cosas.

En este sentido, el programador Richard Stallman, iniciador del software libre, escribió en 1996 una breve distopía, El derecho a leer, en la que unos estudiantes se ven en un dilema ético: deben decidir si ayudan a sus compañeros permitiéndoles acceder a informaciones útiles para sus estudios (con el peligro de ser castigados por violar las leyes de derechos de autor) u optan por acatar la asfixiante ley. Uno de los párrafos dice así:

Había formas de evitar los controles de la SPA [Autoridad de Protección del Software] y la oficina central de licencias, pero también eran ilegales. Dan había tenido un compañero de su clase de programación, Frank Martucci, que consiguió un depurador ilegal, y lo usaba para evitar el control de copyright de los libros. Pero se lo contó a demasiados amigos, y uno de ellos lo denunció a la SPA a cambio de una recompensa (era fácil tentar, para traicionar a sus amigos, a estudiantes con grandes deudas). En 2047 Frank estaba en la cárcel; pero no por pirateo, sino por tener un depurador.

Puede que estas palabras suenen exageradas y, desde luego, forman parte de un relato de ficción. Pero de un relato que, mediante la hipérbole, pretende hacer ver al lector los peligros de modelos tan cerrados como el de Kindle. Y de hecho, la realidad no está muy alejada de lo que se cuenta en El derecho a leer.

La semana pasada ocurrió lo siguiente. En el catálogo de libros electrónicos que Amazon ponía a disposición de los usuarios de su Kindle había, entre muchos otros, 1984 y Rebelión en la granja de George Orwell. En un momento dado, la compañía se percató de que en realidad no tenía los derechos necesarios para venderla, de manera que los retiró de la lista de libros disponibles. En ese mismo momento, las personas que habían comprado esos libros vieron como desaparecían también de sus respectivos Kindles.

¿Cómo es posible? La razón es sencilla, por lo menos desde el punto de vista legal. El periodista Juan Varela lo explica así: «Los libros digitales no te pertenecen. Crees que son tuyos, que los posees con su lectura y el PVP. No. Las editoriales y librerías digitales en realidad los alquilan

Y ese es el segundo gran problema del modelo de Kindle, que los libros, una vez comprados, no son propiedad del comprador, sino que los editores otorgan una licencia y, claro está, establecen los términos como les parece bien, reservándose las prerrogativas que les parecen oportunas y concediendo al comprador muy pocos derechos. Para el cumplimiento de un marco normativo con tantas restricciones, no hay duda, es necesario un sistema de control, en el que Amazon debe saber cómo usas su aparato (que no es tuyo nunca del todo: es sobre todo suyo) y te hace firmar que estás de acuerdo con tales arbitrariedades en los términos y condiciones del servicio.Por cierto, hablando de distopías: que todo esto haya sucedido con un libro como 1984 no deja de ser una divertida ironía.

Lo ideal sería, por supuesto, aprovechar las ventajas de tener libros en formato electrónico sin malgastar esfuerzos, como viene haciendo Amazon, en promover artificialmente desventajas y arbitrariedades que perjudican, al fin y al cabo, a todos los interesados en que los libros se escriban, se distribuyan y se lean lo máximo posible.

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  1.   Francisco dijo

    En realidad Kindle no es tan restrictivo. Lee otros formatos, como MOBI y existen más de un programa que transforma casi cualquier formato a MOBI, como por ejemplo Calibre. Tengo un Kindle 3 y lo que me sobra es lectura.