A finales del siglo XIX, la ciudad de Cumaná (Venezuela) vio nacer a quien sería uno de sus escritores mejores dotados y más representativos, José Antonio Ramos Sucre. El escritor provino de una familia muy preparada intelectualmente, donde su padre, Jerónimo Ramos Martínez, procuró que imperará la formación académica. Por su parte, su madre, Rita Sucre Mora, influyó mucho en la habilidad comunicativa del joven poeta. Fue por ella que hubo el vínculo familiar con Antonio José de Sucre, el conocido prócer venezolano, pues era sobrina nieta del Gran Mariscal.
Desde joven el poeta se caracterizó por ser muy ensimismado y solitario. Ramos Sucre pasaba horas de su tiempo de soledad metido en la lectura, cultivando su intelecto por su cuenta. Lastimosamente su vida estuvo ennegrecida por un padecimiento que lo aquejó desde joven y que le marcó hondamente: el insomnio.
Ramos Sucre, el filósofo, poeta y Cónsul
A la par con su formación autodidacta, el escritor cursó estudios en el Colegio Nacional de Cumaná. En esta institución del estado Sucre obtuvo el grado de bachiller en filosofía a los 20 años de edad (1910). Sus notas, por supuesto, fueron sobresalientes.
Si bien el escritor quería entrar en la Universidad Central de Venezuela sin perder tiempo, una epidemia desatada en la ciudad de Caracas evitó que así fuese. No obstante, y gracias a su preparación autodidacta, apenas se reiniciaron las actividades académicas Ramos Sucre presentó su examen de admisión y entró cómodamente en 1912.
Fue en el lapso de espera que José Antonio se estrenó formalmente como poeta al publicar obras en medios regionales como El Cojo Ilustrado. Con apenas 21 años ya el escritor comenzaba a dejar su huella en la poesía hispanoamericana.
Fue notable la influencia de la filosofía en su obra, así como el amor a los idiomas en sus prolijas traducciones. El escritor, pese a su carácter retraído, producía de manera constante textos de diversa índole, y llegó a tener a un amplio público cautivo por su pluma. No en vano diarios como El Heraldo y El Nacional abrían sus espacios a la excelsa prosa de Ramos Sucre.
Poco a poco el intelecto de Ramos Sucre lo llevó a escalar peldaños en la sociedad y en la política, al punto de que en 1929 ocupó el cargo de Cónsul de Venezuela en Suiza. El nombramiento fue más que meritorio, no obstante, el mal que le aquejaba persistía, al punto de descalabrar su mundo.
José Antonio Ramos Sucre, ¿el poeta maldito?
A la par que Ramos Sucre lograba un sitial en la poesía venezolana, el insomnio lo iba desmoronando. Sus poemas son una muestra clara de ello, eran el escape para denotar su sufrimiento. Mucho hizo el escritor por mejorar su condición, tanto que llegó a internarse en hospitales y clínicas mentales para hallar una solución. De lo que pudieron curarlo fue de una amibiasis en Hamburgo, pero los problemas de salud producto de la falta de sueño lo debilitaron.
Es casi incomprensible entender cómo a la par de una vida de éxitos en el plano personal, transcurrían el dolor y el pesar en el ámbito físico. No obstante, leer poemas cómo «Preludio» dejan en claro lo que realmente ocurría en su ser.
No, Ramos Sucre no era un «poeta maldito», fue un hombre dotado de un gran don al cual supo dar brillo, pero lamentablemente la suerte del insomnio signó su destino. El día de su cumpleaños 40, y tras varios intentos fallidos, el poeta trató por última vez de quitarse la vida, y lo logró. Lo único que quizá puede sumarse para dar validez a ese adjetivo con el que muchos le calificaron es que no murió al instante, sino que agonizó 4 días seguidos tras consumir una dosis de veronal.
«Preludio» (a manera de muestra de su gran pesar)
«YO QUISIERA estar entre vacías tinieblas, porque el mundo lastima cruelmente mis sentidos y la vida me aflige, impertinente amada que me cuenta amarguras.
Entonces me habrán abandonado los recuerdos: ahora huyen y vuelven con el ritmo de infatigables olas y son lobos aullantes en la noche que cubre el desierto de nieve.
El movimiento, signo molesto de la realidad, respeta mi fantástico asilo; mas yo lo habré escalado de brazo con la muerte. Ella es una blanca Beatriz, y, de pies sobre el creciente de la luna, visitará la mar de mis dolores. Bajo su hechizo reposaré eternamente y no lamentaré más la ofendida belleza ni el imposible amor».