
Interpretación del libro de Eclesiastés: análisis filosófico y literario
El libro de Eclesiastés —también conocido como el libro del Predicador— es un texto perteneciente tanto al Antiguo Testamento como al Tanaj judío, y forma parte del grupo de los denominados «de enseñanzas» o, más propiamente, «Sapienciales». En la tradición, este volumen es atribuido, al igual que Proverbios, al rey Salomón, aunque el autor nunca se identifica por su nombre.
La fecha de publicación de Eclesiastés no es del todo clara. Sin embargo, lo más probable es que haya sido escrito entre los siglos III o IV a.C. El narrador se presenta a sí mismo como Qohéleth —miembro de la congregación—, y se dedica a reflexionar sobre la justicia, el sentido de la vida y otras cuestiones de importancia. Si quieres conocerlas todas, no te pierdas esta interpretación del libro de Eclesiastés.
Interpretación del libro de Eclesiastés: análisis filosófico y literario
El mensaje filosófico: una visión existencialista del mundo
Si tomamos en cuenta los aspectos más filosóficos de este libro, nos daremos cuenta de que plantea un abordaje bastante existencial. De hecho, existe una frase que encierra una crítica radical al valor último de los logros humanos: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad». En el texto original, la palabra que se usa para «vanidad» es «hevel», que, literalmente, significa «vapor» o «aliento».
El uso del vocablo hevel representa lo efímero e insaciable de la vida. Esto, a su vez, nos invita a abordar otro asunto: si la existencia no es más que un elemento sin sustancia, ¿qué podemos hacer para darle un sentido más trascendente? La «no muerte» es algo que siempre ha aquejado al ser humano, y el autor de este libro no es la excepción, aunque es necesario profundizar en su forma de pensar para entenderlo.
Crítica a la sabiduría, al placer y al trabajo
Qohéleth, como protagonista y narrador, se encarga de explorar los caminos que solemos asociar con la felicidad: la sabiduría, el placer, la riqueza y el trabajo. No obstante, después de atravesar cada uno, concluye que todos son igualmente vanos. Por ejemplo: la sabiduría, pese a ser superior a la necesidad, no salva de la muerte. El placer es pasajero, y el trabajo genera riquezas que después serán heredadas a otros.
En este sentido, el narrador se acerca a una forma temprana del pensamiento nihilista, o, por lo menos, agnóstico: si la muerte iguala a todos los seres y los logros se desvanecen, ¿qué sentido tiene la vida?
El tiempo y la contingencia
Otro elemento a tener en cuenta sobre el pensamiento de Qohéleth es la concepción del tiempo. En Eclesiastés 3, por ejemplo, el autor plantea que este tiene un orden cíclico en la existencia. La estructura, lejos de ser un consuelo para el lector, enfatiza la impotencia del hombre con respecto a un destino que no controla. A pesar de que hay «un tiempo para nacer y un tiempo para morir», el ser humano no conoce el momento exacto del ciclo.
Dios y el misterio del sentido
Ante todo lo ya abordado, podríamos pensar que el libro es ateo, pero no. Qohéleth reconoce la existencia de Dios, pero lo percibe como una entidad inaccesible que ha puesto «eternidad en el corazón del hombre», sin permitirle comprenderla. De este modo, se entiende que la sabiduría humana es limitada, y el juicio divino, aunque implícito, permanece oculto para nosotros.
Lo que el autor plantea en el apartado anterior conduce a la ética de la moderación: dado que no nos es posible controlar ni entender el mundo, lo mejor es disfrutar con prudencia lo que se tiene, temer a Dios y cumplir sus mandamientos. Este posicionamiento filosófico tiene sus ecos modernos en escritores como Albert Camus o Søren Kierkegaard.
Análisis literario: estructura, lenguaje y estilo
Eclesiastés tiene un valor literario innegable. El libro se distingue por su tono meditativo y su estructura cíclica. Estos rasgos son estéticos, pero también cumplen con reforzar su mensaje filosófico.
Estructura abierta y fragmentaria
A diferencia de otros libros sapienciales, como podría ser Proverbios, Eclesiastés no sigue un orden lógico ni determinado. La estructura presentada por el autor es más bien reflexiva, con secciones que parecen paréntesis o repeticiones. Esa característica ha llevado a algunos estudiosos a considerarlo un texto compuesto de varias etapas o voces. Aun así, su aparente desorganización responde al mismo tono cíclico y fatalista de Qohéleth.
El lenguaje de lo efímero
El autor repite ciertos términos en todo momento. Los más importantes son: hevel —el cual ya explicamos—, ra’ah que se traduce como «aflicción», ḥokmah, que quiere decir «sabiduría», y, por supuesto, amal, la palabra para «fatiga». Todo esto crea un ritmo insistente y melancólico. Los epítetos utilizados por el escritor encapsulan los grandes temas del libro.
Asimismo, el uso de imágenes de la naturaleza —como el sol, el viento o los ríos que no se llenan— sirven para ilustrar el carácter cíclico y perecedero de la existencia. Así, las metáforas crean una inflexión poética que no se suaviza, y que, de hecho, se intensifica.
El tono de la voz narrativa
La voz del narrador es introspectiva, ambigua y, algunas veces, contradictoria. Qohéleth habla como un anciano que lo ha visto y lo ha probado todo, pero también como un maestro que guía sin imponer sus creencias. En este contexto, el lector no recibe mandamientos, sino reflexiones: preguntas en lugar de certezas. Es precisamente eso lo que hace de Eclesiastés un texto moderno en el mejor sentido.
El libro de Eclesiastés sugiere más de lo que afirma, dejando al lector con la difícil tarea de pensar por sí mismo y tomar sus propias decisiones. Este es, quizá, el mayor de los valores del texto, y también lo que lo hace diferente de otros materiales bíblicos. Aquí no existe una orden clara, pues Qohéleth, al igual que todos nosotros, no cuenta con las respuestas, solo con las dudas.
Versículos destacados del libro de Eclesiastés
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Eclesiastés 1:2: «Vanidad de vanidades, dijo el Predicador, vanidad de vanidades, todo es vanidad».
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Eclesiastés 3:1: «Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora».
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Eclesiastés 12:1: «Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento».
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Eclesiastés 12:13: «El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre».