Garcilaso de la Vega. Sus 5 mejores sonetos para recordarlo

Garcilaso de la Vega, el gran poeta renacentista español, fallecía un día como hoy de 1536 en Niza. Su vida, llena de intrigas y logros militares, compite en brillantez con una obra escasa pero fundamental en la literatura en español. En su memoria rescato 5 de sus sonetos para recordarlo.

Garcilaso de la Vega

Nació en Toledo, en el seno de una noble familia castellana. Ya desde muy joven participó en las intrigas políticas de Castilla hasta que en 1510 entró en la corte del rey Carlos I. Tomó parte en numerosas batallas militares y políticas y participó en la expedición a Rodas, en 1522, junto con Juan Boscán, de quien fue buen amigo. En 1523 fue nombrado caballero de Santiago y, unos años más tarde se desplazó con Carlos I a Bolonia donde este fue coronado emperador.

Sufrió el destierro y después marchó a Nápoles, donde se quedó. Sin embargo, en el asalto a la fortaleza de Muy, en la Provenza francesa, fue herido de muerte en combate. Tras ser trasladado a Niza murió allí un día como hoy de 1536.

Su obra

Su escasa obra que se ha conservado, escrita entre 1526 y 1535, fue publicada de manera póstuma junto con la de Juan Boscán bajo el título de Las obras de Boscán con algunas de Garcilaso de la Vega. Este libro inauguraba el Renacimiento literario en las letras españolas. La influencia de la poética y métrica italiana se advierte abiertamente en toda su obra y Garcilaso las adaptó a la métrica castellana con muy buenos resultados.

En cuanto al contenido, en muchos de sus poemas se refleja la gran pasión de Garcilaso por la dama portuguesa Isabel Freyre. La conoció en la corte en 1526 y su muerte en 1533 le afectó profundamente.

Escojo estos 5 sonetos de entre los 40 que escribió, además de 3 églogas.

Soneto V – Escrito está en mi alma vuestro gesto

Escrito está en mi alma vuestro gesto,
y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribisteis, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero.

Cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.

Soneto XIII – A Dafne ya los brazos le crecían

A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraba;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro escurecían.

De áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros, que aún bullendo estaban:
los blancos pies en tierra se hincaban,
y en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol que con lágrimas regaba.

¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño!
¡Que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón porque lloraba!

Soneto IX – Señora mía, si yo de vos ausente…

Señora mía, si yo de vos ausente
en esta vida duro y no me muero,
paréceme que ofendo a lo que os quiero,
y al bien de que gozaba en ser presente;

tras éste luego siento otro accidente,
que es ver que si de vida desespero,
yo pierdo cuanto bien bien de vos espero;
y así ando en lo que siento diferente.

En esta diferencia mis sentidos
están, en vuestra ausencia y en porfía,
no sé ya que hacerme en tal tamaño.

Nunca entre sí los veo sino reñidos;
de tal arte pelean noche y día,
que sólo se conciertan en mi daño.

Soneto VII – No pierda más quien ha tanto perdido…

No pierda más quien ha tanto perdido,
bástate, amor, lo que ha por mí pasado;
válgame agora jamás haber probado
a defenderme de lo que has querido.

Tu templo y sus paredes he vestido
de mis mojadas ropas y adornado,
como acontece a quien ha ya escapado
libre de la tormenta en que se vido.

Yo había jurado nunca más meterme,
a poder mío y mi consentimiento,
en otro tal peligro, como vano.

Mas del que viene no podré valerme;
y en esto no voy contra el juramento;
que ni es como los otros ni en mi mano.

Soneto XIV – Como la tierna madre, que el doliente…

Como la tierna madre, que el doliente
hijo le está con lágrimas pidiendo
alguna cosa, de la cual comiendo
sabe que ha de doblarse el mal que siente,

y aquel piadoso amor no le consiente
que considere el daño que haciendo
lo que le pide hace, va corriendo,
aplaca el llanto y dobla el accidente,

así a mi enfermo y loco pensamiento
que en su daño os me pide, yo querría
quitalle este mortal mantenimiento.

Mas pídemelo y llora cada día
tanto, que cuanto quiere le consiento,
olvidando su suerte y aun la mía.


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