Cuando era pequeño y le decía a alguien que quería ser escritor, alguno me llegó a soltar la frase de «los escritores solo cobran cuando han muerto». Hoy esa frase ha vuelto a rondarme y no he podido evitar pensar en esos escritores que fueron reconocidos tras su muerte.
Edgar Allan Poe
Inspiración para Oscar Wilde, Mark Twain y los miles de escritores que descubrieron su obra, Poe fue el autor estadounidense que se propuso a sí mismo vivir solo de la escritura. Un objetivo que le costó más de una bancarrota y serios problemas con el alcohol, episodios que vieron nacer algunos de los mejores cuentos de terror de la historia. Poe no solo nos regaló grandes relatos, sino que transformó para siempre la literatura fantástica nutriéndola de una atmósfera y perspectiva nunca antes vistas. Claro que, para cuando el mundo ensalzó la obra de Poe, el autor ya había fallecido en 1849.
Franz Kafka
El que fue uno de los grandes pensadores de principios del siglo XX, el escritor de origen judío Franz Kafka, tuvo una vida azarosa dedicada principalmente a la abogacía y la escritura. Sin embargo, el autor siempre expresó su deseo de que todas sus obras fuesen destruidas una vez estuviera muerto. Por suerte para el mundo, su amigo Max Brod, a quien Kafka encomendó la tarea, comenzó a hacer circular La metamorfosis por sus círculos. El resto es historia.
Emily Dickinson
La vida de Emily Dickinson fue un ejemplo de visión y, al mismo tiempo, de incomprensión en un mundo como el de un siglo XIX en el que las mujeres poetisas no proliferaban y mucho menos con una poesía tan peculiar como la de Dickinson. Obsesionada con temas como la muerte, la inmortalidad o la pasión dedicada a un amante del que nunca nada se supo, Dickinson llegó a escribir más de 18 mil poemas de los cuales fueron publicados tan solo doce por editores que, además, modificaban constantemente su estilo para adaptarlo a los estandartes de la época. Encerrada en casa durante los últimos años de su vida, Dickinson murió en 1886, siendo su hermana Vinnie quien descubriría hasta 800 poemas en cuadernos en su habitación.
Roberto Bolaño
Si bien Los detectives salvajes gozó de gran reconocimiento a finales de los 90, la muerte de Roberto Bolaño en 2003 y la publicación de su obra póstuma 2666 disparó por completo la popularidad del escritor chileno. Esta última obra, cuya publicación Bolaño encomendó a su esposa en cinco tomos diferentes que asegurasen la subsistencia de la familia, fue finalmente publicada en un único tomo que trascendió como uno de los libros latinoamericanos más influyentes de este siglo. De hecho, tras la muerte del autor el número de contratos editoriales aumentó a 50 y el de traducciones a 49.
Stieg Larsson
El caso de Larsson es, cuanto menos, de impotencia, especialmente cuando el famoso autor sueco de la saga Millenium fallecía pocos días antes de la publicación del primer libro, Los hombres que no amaban a las mujeres, y tras haber entregado a su editor el tercer volumen de la saga, La reina en el palacio de las corrientes de aire. La saga Millenium se convirtió en todo un fenómeno cuyas ventas millonarias no solo sirvieron para enfrentar a la novia y a la familia del autor, sino para seguir enganchados a una saga que, tristemente, no pudo ser continuada por un autor que ya estaba inmerso en la creación del cuarto volumen de la saga.
Salvador Benesdra
El escritor argentino Salvador Benesdra sufrió de ansiedad y brotes psicóticos durante toda su vida, un mal que aumentó de forma desproporcionada cuando su primera novela, El traductor, fue rechazada por todas las editoriales que consideraban su obra demasiado extensa y recargada. En 1996 y con 4e años, el autor se arrojó desde el décimo piso de su edificio en Buenos Aires, si bien le había dado tiempo a enviar la obra al Premio Planeta. Uno de los miembros del jurado del certamen, Elvio Gandolfo, apostó por publicar la obra de Benesdra ayudado por la familia del autor. Hoy día, El traductor está considerada como una de las grandes novelas de la literatura argentina.
Ana Frank
Uno de los casos más crueles de escritor que nunca llegó a conocer el impacto de su obra en vida fue la pequeña Ana Frank. Convertida en la voz del que fue uno de los episodios más oscuros de la historia, Frank era una joven judía que pasó desde los 11 hasta los 13 años encerrada en un refugio en la ciudad de Ámsterdam junto a su familia. Mientras las tropas nazis irrumpían en la capital holandesa, la joven comenzó a escribir en un diario donde no solo profundizaba en el conflicto que el mundo vivía, sino también en las preguntas y existencialismos típicos de cualquier adolescente. Tras su muerte en un campo de concentración, el único superviviente de la familia, su padre Otto Frank, descubrió el diario más famoso de la historia.
¿Te gustaría leer el Diario de Ana Frank?
Sylvia Plath
Un 11 de febrero de 1963 y a la edad de 30 años, Sylvia Plath se encerró en la habitación de su apartamento y encendió el gas hasta morir. Una muerte que la literatura aún sigue lamentándose, si bien se descubrió hace escasos años que la famosa poetisa sufría de bipolaridad, enfermedad que borraba todas las sospechas acerca de de la muerte de un padre que aún no había conseguido superar. Tras su muerte, su marido Ted Hughes se encargó de la edición de todos los manuscritos salvo un diario que incluía material sobre su relación. En 1982, Sylvia Plath se convirtió en la primera autora en recibir un Premio Nobel de Literatura póstumo. Una de las escritoras más influyentes de las letras y del feminismo murió antes de asistir al éxito de una obra que durante años se vio resentida por la enfermedad y problemas económicos de la autora.
Estos escritores que fueron reconocidos tras su muerte se convierten en grandes ejemplos acerca de cómo una obra puede ser valorada de diferentes formas por la crítica o por un tiempo que, en ocasiones, puede no estar preparado para navegar en ciertas historias.
Falto Cesar Vallejo