Escribiendo sobre escribir. Reflexiones literarias en el Día del Libro

Foto central: (c) Rafael Plaza Aragonés. El resto son de mis archivos personales y mis libros.

En el Día del Libro escribo sobre escribir. Son unas cuantas reflexiones después de casi una vida entera juntando palabras desde que aprendí a hacerlo para contarme y contar historias. Motivos o excusas, o simplemente diversión. Y siempre en soledad o abstracción, en silencio habitualmente, o en oscuridad. Estas son mis razones. Quizás las comparta con los colegas, aunque sean únicas e intransferibles.

Aprendiendo a escribir

Las fotos de la cabecera de este artículo muestran la evolución de mi letra manuscrita y mis fuentes de impresión preferidas. También los principios de algunas de mis historias. Las primeras, ejercicios de narraciones escolares plagadas de faltas de ortografía.

Después esa letra se estiliza y se abigarra en relatos de adolescencia. Y por último, las letras se vuelven teclas y las historias y los relatos se convierten en novelas. Ya van dos publicadas, una a través de editorial y otra por autopublicación. Porque también he aprendido a darles forma física de libros.

Y ¿por qué escribimos los que escribimos? Son tantas razones como escritores y seguramente todos las compartimos. O quizás no hay ninguna en realidad. Solo el placer o el horror de crear una historia, un universo y unas vidas de las que no sabes cómo vas a salir o a dónde te van a llevar. Por mucho que tú manejes los hilos. La cuestión también es que no dejamos de aprender a hacerlo.

Necesidad

Siempre hay una historia ahí fuera o muy dentro. A veces te las da una imagen (a mí me ha pasado más de una vez), a veces una canción (también ha sido mi caso), o un detalle de la realidad que vives. Bueno, malo o regular. También está una situación personal determinada o de otros que necesitas analizar, entender o interpretar. La realidad, como sea, siempre supera la ficción y tendemos a querer explicárnosla. O a variarla a nuestro gusto y manera.

También hay una necesidad de expresión para quienes, como yo, somos bastante menos duchos con las palabras con sonido. Y hay asimismo una creencia muy extendida sobre las supuestas habilidades de un escritor para enfrentarse o lidiar con situaciones reales nuevas. No las ha experimentado pero ha podido recrearlas, así que es posible que sepa gestionarlas con más facilidad. Pero solo admito que es posible, no que sea cierto.

Libertad y poder

Eso permite hacerlo con libertad absoluta para utilizar cualquier herramienta. O ser quien quieras. Y lo mejor: jugar a ser un dios con poder para dar y quitar vidas en cualquier universo real o fantástico. Más aún. El juego incluye todos los cambios de personalidad, edad, sexo, condición, nacionalidad, idioma y color de piel. Tampoco hay restricciones. Como el dios que eres, también puedes decidir ser un demonio. Y no pasa nada.

No hay censuras ni existe lo políticamente correcto. Los poetas, a los que admiro y venero como maestros de la combinación de palabras, las mueven creando figuras, rotándolas y dotándolas de una belleza excepcional. Los que somos más prosaicos y contamos las mismas historias a otro ritmo también gozamos de ese privilegio. Y lo aprovechamos, aunque solo sea en la ficción.

Un caso: los que somos aficionados a la novela negra nos hemos preguntando muchas veces cómo este o aquel autor puede idear tantas maldades, atrocidades y otras canalladas propias del psicópata más despiadado. Pero solo es cuestión de jugar con emociones y sentimientos básicos y universales de la naturaleza humana, los mejores y los peores.

Son además muchos los casos de escritores salvados de sus propias vidas gracias a la literatura. No solo por el éxito que hayan conseguido, sino por la salvación real por evitar haberlas acabado de la peor manera. Solo hay que leer, por ejemplo, Mis rincones oscuros, de James Ellroy.

Retos de creación

Esa libertad y poder nos permiten también meternos en jardines que a veces pueden ser muy espesos. Así que nos buscamos guías. Es donde surge la famosa pregunta: ¿necesitamos tener las experiencias sobre las que escribimos? Obviamente no. Y obviamente también si las tenemos, podemos contarlas de primera mano. Pero la cuestión es que quizás, si las usamos, no lo hagamos como realmente las vivimos en su día.

El tiempo es un gran aliado. Da matices y perspectiva. Sobre todo si es pasado. Para quienes el presente no nos ofrece un interés más particular que el de vivirlo de la mejor manera posible, el pasado es todo un universo de por sí. Se puede volver a imaginar y recrear, incluso inventar desde sus andamios. Lo mismo que el futuro, mucho más enorme para crear e imaginar. Para escribirlo y quizás para acertarlo.

Todos esos retos pueden ayudar a encontrar la voz narrativa. Hace nada me lo preguntaba alguien que quiere empezar a escribir. Pero yo no soy nadie para guiar o dar consejos. Cada uno es distinto y solo sugerí lo más básico: «escribe sobre lo que quieras, lo que te guste, y prueba voces». No hay más. También pueden enseñarte, formarte, pero primero hay que probar por uno mismo aunque emborrones mil papeles. Y sobre todo tienes que seguir leyendo. Son esas lecturas y géneros preferidos los que también te marcan contenidos y estilo.

Escribir porque sí

Simplemente. Sin razones. Solo por el mero hecho de hacerlo. Golpear unas teclas o deslizar un lápiz o una pluma en los dedos sobre un lienzo en blanco, electrónico o de papel. A veces es una única frase de una idea cazada al vuelo o de un pensamiento que tal vez usemos para esa historia o poema. Y a veces, sí, es esa inspiración que aparece cuando menos se espera. Otras puede ser la famosa stream of consciousness, que dicen los sajones, esa corriente de conciencia o psiconarración donde los pensamientos van fluyendo sin un aparente control.

Pero siempre, siempre, en soledad o en abstracción. Del tiempo y del espacio. De nuestro yo. Para salir de él o para transformarlo o dividirlo por mil. Porque nos gusta escribir.


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