Elena Martín Vivaldi fue una poetisa andaluza que nació en Granada el 8 de febrero de 1907 y falleció un día como hoy de 1998. Así que este aniversario recordamos su figura con esta selección de poemas de su obra.
Elena Martín Vivaldi
Su padre fue catedrático de Ginecología y hombre progresista, lo que pudo influir para que ella estudiase en un tiempo en que no era habitual que lo hicieran las mujeres. Se licenció en Magisterio y Filosofía y Letras por la Universidad de Granada. Después opositó al Cuerpo de Bibliotecas, Archivos y Museos y obtuvo una plaza como archivera.
Fue contemporánea de algunos poetas de la Generación del 27, pero no se la suele incluir porque empezó a escribir más tarde y publicó por primera vez en 1945.
Su poesía tiene un tono intimista y melancólico y ecos de Gustavo Adolfo Bécquer. Su obra completa se publicó como Tiempo a la orilla en 1985. Tres años más tarde fue nombrada Hija predilecta de Granada y también recibió la medalla de la Real Academia de Bellas Artes de la ciudad.
Elena Martín Vivaldi — Poemas
Destino
Entre ti, soledad, me busco y muero,
en ti, mi soledad, mi vida sigo
vencida por tus brazos voy contigo
y allí te aguardo donde ya no quiero.
Desde siempre en mi calle yo te espero,
y amante de mis noches te persigo,
si alguna vez, dolida, te maldigo,
desde tu ausencia, triste, desespero.
Me diste la esperanza de tenerte
en mi dolor. Guiada por tu mano
subí los escalones de la muerte.
Aquí donde a tu sombra soy crecida,
el tiempo, tuyo y mío, va cercano,
dejándome la sangre ya cumplida.
Soledad
Y era un silencio duro como piedra;
un silencio de siglos.
Era un silencio adusto, impenetrable;
un silencio sin venas.
Era un dolor de amor, hecho de largas
noches sin el amado.
Hecho de fieles manos que se tienden
estremecidas, solas.
Era una voz dormida entre las sombras,
unas lágrimas secas.
Febril temblor de labios, una loca
esperanza desierta.
Primera palabra.
Primer día.
Primera palabra.
Atrás quedó el dolor, su mano alzada
que golpeó en el rostro del ensueño,
buscando las raíces, el germen de ilusiones
crecido en esta tierra dura y seca
de la carne cansada.
Pero sus dedos torpes no han podido
romper esta corteza improbable y rebelde,
su pujanza de espera.
Primer día.
Primera palabra.
La lucha empieza ahora
con un rubor de llama.
Detrás del dolor brilla
la rama verde y tallo.
Ecos I
Tiende hasta el cielo el hombre su mirada.
Sombra de una verdad, feliz querella,
hacia el espacio sube, altiva estrella
por siglos de esperanza contemplada.
Barco de una ilusión, nave llevada
en velas de su audacia. Si más bella
Venus clava su luz, Ecos destella
con voz ya desde siempre pronunciada.
Mundos innumerables su presencia
admiten en brillante celosía.
Tendida red adonde amor y ciencia
reúnen sus mensajes. Como hermana
del total universo, la poesía
canta, en la noche, eterna y sobrehumana.
La lluvia
¿Cómo sería la lluvia
si no fuera de aroma,
de recuerdo,
de nube,
de color
y de llanto?
¿Cómo se oiría la lluvia,
si no brillara intensa,
pálida,
azul,
violeta,
relámpago,
arco iris
de olores y esperanzas?
¿Cómo daría la lluvia su olor,
su gris perfume,
si no fuera aquel ritmo,
aquella voz,
el canto,
eco lejano,
el viento,
una escala de ensueños?
¿Cómo sería la lluvia,
si no fuera su nombre?
Por tu silencio azul
Tú, luna, si me hablaras,
si debajo de tu corazón frío
tuvieras, libre, un alma.
Si dentro de tu silencio azul
palpitaran palabras encendidas,
a mi vencida sangre despertando.
Si tus pasos dejaran una senda
y un marcado camino
para escapar al mundo de lo incierto.
Ay, luna, si llegaras,
luz de errante desvelo,
hasta mi casa.
Si abrieras los balcones de la noche,
y entre escalas de aromas
tus manos me tendieras.
Si olvidando tu ciega indiferencia,
llenaras a mis ojos de esos verdes
paisajes, donde tienes
escondido el secreto de tu llama.
Ay, luna, siempre luna,
por tu ventura inmóvil,
inútilmente luna de mi llanto.
¡Si tú me oyeras, luna!
Amarillos
I
Qué plenitud dorada hay en tu copa,
árbol, cuando te espero
en la mañana azul de cielo frío.
Cuántos agostos largos, y qué intensos
te han cubierto, doliente, de amarillos.
II
Toda la tarde se encendía
dorada y bella, porque Dios lo quiso.
Toda mi alma era un murmullo
de ocasos, impaciente de amarillo.
III
Serena de amarillos tengo el alma.
Yo no lo sé. ¿Serena?
Parece que entre el oro de sus ramas
algo verde me encienda.
Algo verde, impaciente, me socava.
Dios bendiga su brecha.
Por este hueco fértil de mis ansias
un cielo retrasado me desvela.
Ay, mi esperanza, amor, voz que no existe,
tú, mi siempre amarillo.
Hazte un sol de crepúsculos, ardiente:
ponte verde, amarillo.