El hogar del vampiro

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 Al despertar te sientes como nuevo. Nunca habías pensado que una cama del siglo XIII pudiera ser tan cómoda. Te levantas y abres la ventana. El refrescante aroma de los bosques transilvanos llena tus pulmones mientras oteas el exterior. El paisaje es justo como lo describió Bram Stoker: bajo la ventana una caída horizontal de mil pies, sumando la pared del castillo y el precipicio; alrededor un infinito mar verde que se ondula con la brisa; aquí y allá el rumor de corrientes de agua que cruzan el bosque.

Cierras la ventana, coges el manojo de llaves y trotas hacia a la cocina, escuchando el eco de tus pasos en los pasillos. Casi te pierdes, pero llegas finalmente a esa enorme sala, ella sola cuatro veces más grande que tu anterior piso. Buscas el armario donde has dejado los víveres, y sacas un paquete de galletas y un brick de zumo. Te gustaría haber contratado a alguien que hiciera la comida, pero, con lo que has pagado por el castillo, mejor ahorrar.

Al terminar el desayuno, preparas tu mochila y sales de la cocina alegremente dispuesto a explorar tu nuevo hogar. Vas habitación tras habitación: aunque el castillo es amplio, lo quieres ver todo. Durante todo el día, el tiempo transcurrirá como en un sueño. Cuando llega la hora de comer, haces un alto y despachas un bocadillo allí mismo, sentado en un robusto banco de madera valaca. Después continúas caminando, abriendo y cerrando puertas; observando viejas tallas con forma de caprichosas criaturas y siendo observado por ellas. Su mirada te resulta casi hipnótica, y antes de que te des cuenta se ha hecho ya de noche. Entonces recuerdas con una sonrisa la advertencia del conde a Jonathan Harker:

“Por ningún motivo se quede dormido en cualquier otra parte del castillo. Es viejo y tiene muchas memorias, y hay muchas pesadillas para aquellos que no duermen sabiamente. ¡Se lo advierto! En caso de que el sueño lo dominase ahora o en otra oportunidad o esté a punto de dominarlo, regrese deprisa a su propia habitación o a estos cuartos, pues entonces podrá descansar a salvo.”

Piensas: “¡Qué demonios!”; y decides echar una cabezadita por ahí, en el ala sur, a ver qué pasa.

Según Forbes, para que esta fantasía se hiciese realidad, necesitarías 140 millones de dólares. La revista americana considera al castillo de Bran como el segundo inmueble más caro del mundo, en gran parte debido a los beneficios económicos que se podrían obtener con su explotación. O sea, debido a la tradición que lo considera el castillo de Drácula, y, en última instancia, gracias a la novela de Bram Stoker. Curiosos efectos colaterales de una obra literaria.

Tengamos además en cuenta que la tradición que considera al castillo de Bran el castillo de Drácula carece de base histórica, como tiene a bien recordarnos la página web de su museo y este artículo publicado hace tres días en el Toronto Star. Ni el castillo sirvió de inspiración a Bram Stoker, quien no estuvo en Rumanía y probablemente desconocía su existencia, ni el Vlad Tepes real, ese enérgico estadista, lo habitó nunca, más allá de pasar dos días en sus mazmorras.

Sin embargo, al verlo en imágenes, resulta fácil pensar que podría ser perfectamente el hogar del vampiro y que, de alguna forma misteriosa, Bram Stoker acertó. Tal vez imaginábamos sus paredes más oscuras, pero esos tejados rojo sangre lo compensan. Los pasajes de la novela que transcurren en el castillo podemos imaginarlos sin demasiado esfuerzo ambientados en Bran.

Drácula es la obra maestra de un artesano en estado de gracia. Tocado por alguna musa oscura, Bram Stoker compuso una novela tan poderosa que percibimos casi como real. Tanto que al pasar la última página se instala en nosotros la sensación de que en algún lugar de Transilvania ha de haber un espacio físico que se corresponda con el de la historia que acabamos de leer.

Los eruditos nos explican que el castillo de Drácula nunca ha existido más allá de las páginas de la novela. Entonces sonreímos con autoindulgencia pensando en lo iluso de buscar la casa de un vampiro de papel en el mundo real, pero en lo más íntimo no podemos sacudirnos la idea de que, después de todo, tal vez Bram Stoker sabía algo que sus estudiosos desconocen.


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