El fin último de la creación, de Tim Willocks. Reseña

Tim Willocks (Stalybridge, 1957) es psiquiatra y escritor británico, con 6 novelas publicadas, toca cualquier género —dice que no los hay, que solo hay buenas historias—, y sus títulos más conocidos son El fin último de la creación (novela negra) y La Orden (novela histórica). Es uno de mis autores más idolatrados, quizás por lo no merecidamente conocido pero extraordinario que es. Esta es mi reseña de una historia tan dura como potente, no apta para estómagos delicados.

El fin último de la creación, de Tim Willocks (1994)

Sinopsis

Green River es el nombre de una prisión tejana que más bien es el infierno en la Tierra. Dirigida por el alcaide John Hobbes, un maníaco de manual, en ella se hacinan presos de toda condición como asesinos, violadores o traficantes de droga, que hacen sus propias guerras de territorios y entre razas.

«Y a ti qué cojones te importa» es el lema de Ray Klein, médico cirujano, acusado por su exnovia de una violación que no cometió. En el día en que comienza la novela va a conseguir por fin la libertad condicional. Pero se le va a hacer muy largo y será el peor de su vida cuando se desencadena un motín y la locura se apodera de todos.

Porque por más que intente seguir ese lema, no tendrá más remedio que implicarse si quiere sobrevivir y, sobre todo, que los que le importan lo hagan también. Entre ellos, Earl (Sapo) Coley, su colega en la enfermería donde se ocupan de enfermos de sida especialmente; Juliette Devlin, psiquiatra externa y enamorada de Klein, que trabaja con ellos y ese día está de visita; Claude/Claudine Toussant, un trans perdido en una crisis de identidad y causa principal del motín; y Henry Abbott, un esquizofrénico asesino que resulta ser el más poderoso —y también fascinante— aliado de Klein.

Atrapados en la enfermería, Coley y Devlin tendrán que hacer frente a un grupo de presos, encabezados por un cruel y despiadado psicópata. Mientras, Klein y Abbott tendrán que conseguir llegar hasta ellos metiéndose por cada rincón, pasillo y cloaca no solo de los muros de Green River, sino también por los más oscuros de sus mentes y espíritus.

En Green River, el alma era un inconveniente peligroso, una cámara de tortura personal que solo visitarían los masoquistas o los imbéciles.

Tim Willocks

Tim Willocks es psiquiatra y escritor, y está especializado en el tratamiento de pacientes con problemas de drogadicción. ​Así que, en sus libros son habituales las referencias a la medicina y las artes marciales, ya que es cinturón negro primer dan de karate shotokan. También es guionista.

Ha escrito seis novelas de las que he leído cuatro. Aquí solo le han publicado dos, aunque también llegó la primera, Ciudad de hiel. Pero las más famosas son esta y La Orden, una monumental novela histórica, con una continuación, Los doce niños de París, también magnífica, pero que no ha llegado.

Reseña

Pero sin duda Green River Rising o El fin último de la creación (título en español tomado de una cita de Kant con la que comienza) es la más conocida y especial. Transcurre en un solo día y se estructura en dos partes:

  • en la primera nos muestra el contexto y presenta a los personajes y sus distintas situaciones antes de que empiece el motín;
  • y en la segunda se desata toda la espiral de violencia y caos.
  • Después hay un epílogo donde, con bastante más ironía y humor, se nos cuenta qué ocurre con los personajes que logran escapar —o sobrevivir— al infierno.

Hay que dejar claro que no es apta para espíritus delicados ni pudorosos, que la suelen tachar de obscena y soez por su lenguaje muy gráfico, explícito y violento. Sin embargo, también destila una profundidad y belleza casi poéticas. Hay frases, pasajes y, sobre todo, imágenes cargadas de sensibilidad y un vasto conocimiento de alguien dedicado a adentrarse y explorar las mentes más intrincadas, retorcidas y alteradas por la enfermedad o por la misma naturaleza humana.

Aciertos

Así que, primer acierto: el rechazo ante el lenguaje descarnado tiene la misma fuerza que la admiración que también puede provocar. En mi caso particular, supuso toda una inspiración al escribir mi novela Marie. En ella lo usé sin complejos tampoco y como catarsis. Porque ese es otro más de los fines que propone Willocks.

El más importante es crear y valerse de una realidad alternativa —la de una cárcel— como metáfora perfecta de esa mente constreñida tanto por el mal causado como por el recibido. En ella despliega una galería de personajes que son simplemente los muchos ejemplos de cómo pueden funcionar sus distintas conexiones: la identidad sexual y sus conflictos, el uso del sexo en sí como pago, humillación, supervivencia o regalo, la violencia innata o adquirida, la locura transitoria o producto de la enfermedad, el poder inmenso tanto del amor como del odio. Y esos personajes consiguen ser tan de cliché como absolutamente únicos.

Ese es el segundo acierto y quizás el más fundamental que le saco a todo lo que he leído de Willocks: su trazo perfecto de estereotipos e historias tan puras como cinematográficas y, a la vez, con sus aristas imperfectas. La capacidad de empatizar con ellos, ya sea el héroe enamorado, valiente y dispuesto a todo como Ray Klein, o el perturbado más mortífero y, a la vez, más fiel, leal y agradecido como Henry Abbott, el enorme preso que mató a toda su familia a martillazos y que termina siendo un ángel vengador.

Los dos forman la pareja ideal en otra metáfora de la balanza completamente equilibrada entre el bien y el mal. Por eso ambos imponen el mismo respeto a todos, a los hombres más honestos y débiles y a las más abyectas alimañas. Klein por la ecuanimidad y la diplomacia, y Abbott simplemente por el paralizante terror que provoca. Y sin embargo…

—Klein… —le dijo Abbott. Era la primera vez que no le llamaba «doctor»—. Nadie me ha querido más que tú. —Klein quiso apartar la vista, pero aquellos ojos ardientes le obligaron a seguir mirándole—. Nadie ha tenido un amigo mejor. Viniste a mi lado cuando estaba destrozado, y te quedaste conmigo. Me has curado.

Con ellos, unos tipos en sus versiones más inhumanas como Hector Grauerholz, o más profundamente humanas como Earl Coley. Porque dan rienda suelta tanto a su locura e instintos más primarios y salvajes, auspiciados por ese restrictivo universo, como también a la generosidad más desprendida y el sacrificio más entregado. Están encerrados físicamente, porque lo merecen, porque son lo peor. Pero solo eso.

También están encerrados los que los custodian y castigan, contagiados por ese aire podrido de enfermedad, maldad y desequilibrio mental. Los funcionarios como el capitán Bill Cletus o el guardia Víctor Galíndez, la cruz y la cara de la misma moneda. O Juliette Devlin, único personaje femenino, valiente y desinhibida, que también se deja llevar y que, por una casualidad y también un poderoso deseo, se ha quedado atrapada en la prisión.

En definitiva

Willocks simplemente te incita primero a pensarlo y luego te muestra qué podrías hacer en un infierno lleno de fieras humanas. Y todos sabemos que esas son las peores. Así que, para hacerse una mínima idea, lo mejor es aventurarse y leerlo.


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