El «Cantar de Roldán» y la batalla de Hastings

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Sucedió en octubre de 1066. El día 14, en los alrededores de Hastings, un juglar normando llamado Taillefer comenzó a entonar versos del Cantar de Roldán para dar valor a un ejército en tierra extranjera. Así empezaba la batalla que convertiría a Guillermo el Bastardo, duque de Normandía, en Guillermo I el Conquistador, rey de Inglaterra.

Años después, otro de los participantes en la batalla, Turoldus de Fecamp, a la sazón abad de Malmesbury, reelaboraría por escrito una de las versiones orales del cantar, dando lugar a lo que conocemos hoy como Cantar de Roldán, la composición más importante de la épica medieval  francesa.

La historia que narra el cantar es conocida. A finales del siglo VIII, Carlomagno cruza los Pirineos junto a los principales caballeros del reino para asediar la ciudad musulmana de Zaragoza. Durante el regreso, Roldán y Oliveros, que son los encargados de cubrir la retaguardia, sufren una emboscada en el paso de Roncesvalles. Roldán se niega a hacer sonar el cuerno que traería la ayuda del resto del ejército francés, prefiere caer luchando antes que aceptar tal ignominia. Él y Oliveros combaten heroicamente hasta ser aniquilados. Al final del cantar, un Carlomagno abatido y cansado lamenta la muerte del joven Roldán.

Los estudiosos se deshacen en elogios ante la precisa estructura de la composición, la psicología de sus personajes y los sutiles paralelismos entre el sacrificio de Roldán y la pasión de Jesucristo. Sin embargo, leído desde una perspectiva actual, no podemos evitar ver la soberbia y el fatal orgullo de Roldán. La historia de Roncesvalles nos parece la historia de una negligencia evitable, situada en el marco de una inútil guerra de religión. Nada que ver con nuestro Cid Campeador.

Cuando el cantar sí nos emociona de verdad es con la reacción de Carlomago a la muerte de Roldán. Es tan intensa que además de conmovedora resulta enigmática. En la Edad Media pronto se difundiría una tradición según la cual Roldán era el hijo secreto de Carlomagno: el dolor de Carlomagno sólo puede ser el dolor de un padre ante su hijo muerto; lo que da un sentido completamente distinto a la historia.

Pero regresemos a las llanuras de Hastings, no dejaré pasar la oportunidad de hablar del rey Harold. Para que un rey se corone otro tiene que desaparecer. En la batalla de Hastings encontró la muerte Harold hijo de Jodwin, rey sajón de Inglaterra. Guillermo entraría en la Historia, Harold se convertiría en polvo.

El rey Harold era un hombre de valor. El erudito islandés Snorri Sturluson lo presenta en la Heimskringlasaga en circunstancias ligeramente anteriores a Hastings. Borges reproduce el texto y nos pone en antecedentes en su Literaturas germánicas medievales.

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Tostig, el hermano de Harold, se había aliado con el rey de Noruega, Harald Hardrada, para alcanzar el poder. Ambos desembarcaron con un ejército en la costa oriental de Inglaterra y conquistaron el castillo de York. Al sur del castillo, el ejército sajón les sale al paso:

«Veinte jinetes se allegaron a las filas del invasor; los hombres, y también los caballos, estaban revestidos de hierro; uno de los jinetes gritó:
-¿Está aquí el conde Tostig?
-No niego estar aquí -dijo el conde.
-Si verdaderamente eres Tostig -dijo el jinete-, vengo a decirte que tu hermano te ofrece su perdón y una tercera parte del reino.
-Si acepto -dijo Tostig-, ¿qué dará el rey a Harald Hardrada?
-No se ha olvidado de él -contestó el jinete-, le dará seis pies de tierra inglesa y, ya que es tan alto, uno más.
-Entonces -dijo Tostig-, dile a tu rey que pelearemos hasta morir.
Los jinetes se fueron. Harald Hardrada preguntó, pensativo:
-¿Quién era ese caballero que habló tan bien?
El conde respondió:
-Harold, rey de Inglaterra.»

Harald Hardrada y Tostig no verán otra puesta de sol. Su ejército es derrotado y ambos perecen en la batalla. Pero Harold apenas tendrá tiempo de llorar a su hermano. Pronto llegan noticias de que los normandos han desembarcado en el sur y tendrá que salir hacia Hastings, donde cumplirá su destino muriendo a manos del invasor.

La historia posee un epílogo sentimental que Snorri no llegó a conocer, pero Borges sí, pues lo leyó en el Romancero de Heine: será una mujer que había amado al rey, Edith Cuello de Cisne, la que identifique su cadáver.


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