Edgar Allan Poe. Nuevo cumpleaños del genio de Boston. Felicidades.

208 cumpleaños del maestro Poe.

Hoy, 19 de enero, Edgar Allan Poe cumple 208 años. Muy pocos. Le quedan todos en su eternidad como uno de los más grandes escritores de todos los tiempos. Da igual el género, la época y los siglos que pasen por su obra. Fue de los mejores y lo seguirá siendo hasta que el mundo se hunda en las tinieblas de su maldición. Como la casa de los Usher.

Imposible escribir más sobre él o esa ingente y espectacular obra. ¿Para qué? Lo importante es leerla. Antes o después, de crío, de adulto, cuando sea. Pero leerla. Celebremos simplemente este día. Hace dos siglos y poco que la fría ciudad de Boston vio nacer al más ilustre, grandioso y condenado de sus hijos. ¿Qué podemos escoger de esos relatos e historias? ¿Se puede? Yo creo que no.

Gatos negros, escarabajos de oro, cuervos inquietantes, casas encantadas, retratos de muerte, corazones delatores, muertes rojas, gorilas asesinos, detectives infalibles… Imposible enumerar tantos conceptos, imágenes, sensaciones y sentimientos. Tanta locura y terror. Tanto miedo y espanto. Tanta fantasía y realidad. Tanto bueno. Toda nuestra parte de espíritus románticos, góticos, misteriosos, temerosos, apasionados o trastornados vibra con cada palabra salida de la pluma de Poe.

Su mirada, su arrebato (inducido o no por sus fantasmas y debilidades), su maestría para narrar infiernos y desvaríos, para invocar la imaginación más oscura, excedió todos los límites. Como él lo hizo con su propia existencia, que convirtió en personaje fascinante y trágico, tan admirado como compadecido. Tan idolatrado como repudiado. Porque, como con todo, hay gente a la que no le gusta Poe. Comprensible (o no). Aceptable también.

Un genio o un borracho. Un perturbado o un perturbador. Un débil o un héroe. Qué más da. Escribió historias que trascendieron a sí mismas. Escrutó como nadie los abismos más insondables y oscuros de la naturaleza humana. Quizá porque quiso acceder a ellos por propia voluntad. Y lo logró. Su tormentosa experiencia vital o simplemente su visión del mundo que lo rodeaba, de esa vida. Lo dicho. Da igual. Bastó con eso y con dejar llevarse por su imaginación.

Nos dejó nombres indelebles en la memoria e influencia en mil y un escritores y artistas marcados por su estela de amor y terror a partes iguales. Influencias y posteriores recreaciones que, a lo largo de los años, se han ido haciendo de su obra.

Quien fue capaz de escribir «Rey Peste» dejó de ser un ser humano. Por su bien, y movidos por una infinita piedad hacia un alma tan extraviada, nos agrada darle por muerto.

Eso fue lo que escribió Robert Louis Stevenson en un ensayo sobre Poe. Lo que no sabía Stevenson es que Poe, o él mismo, ya nunca morirían. Es lo que pasa cuando lo que haces en tu vida consigue dejar huella en toda la humanidad que te lee a través del tiempo. Y que hoy gran parte de esa humanidad desearía que naciera cada día un Poe. O que fuera precisamente él el que regresara de esas tinieblas e infiernos que tan bien supo describir. Más de uno pagaba incluso, estoy segura.

Berenice, Arthur Gordon Pym, Próspero, Ligeia, Madeleine Usher, Augusto Dupin… Y tantos nombres más. Tantos escalofríos y maldiciones, naufragios y tragedias. O Annabel Lee, ese nombre de la protagonista de uno de los poemas más sublimes que hay, y que ya no se han vuelto a escribir, ni se escribirán. El amor en estado puro de desesperación y desesperanza, de derrota y abandono, de pasión y dolor sin límites.

Ningún día como hoy para celebrar este cumpleaños haciéndose el regalo de leer aunque solo sea una línea de El pozo y el péndulo, de Los crímenes de la rue Morgue, de El caso del señor Valdemar o de Tamerlane.

O ningún día como hoy para verse una de los cientos de adaptaciones de sus obras en el cine. En especial, las que rodó la también tan inmortal productora británica Hammer, con el director Roger Corman a la cabeza. Y nada mejor que ver y escuchar las mejores caras, figuras y voces que insuflaron vida y muerte a sus personajes e historias. Vincent Price y Christopher Lee son para mí los más ideales narradores e intérpretes de la obra de Poe. Pero hay mil y una versiones, como las intercaladas en este artículo.

Felicidades, señor Poe. En el más terrible infierno o el más glorioso paraíso. Todos nos encontraremos de nuevo con usted algún día. En cualquiera de los dos sitios.


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