El derecho a escribir en tu lengua

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Hace una semana cayó en mis manos Descolonizar la mente, ensayo que reúne cuatro conferencias de Ngũgĩ wa Thiong’o, pensador keniata y posible candidato al Nobel de Literatura de este año. Un libro que analiza los problemas de la cultura y, en concreto, de la literatura de algunos países desde su propia raíz: la de un colonialismo que a lo largo de la historia se ha encargado de erradicar la lengua de etnias minoritarias.

El mundo, la ONU y las organizaciones hablan de derechos humanos, pero posiblemente pocas veces pensemos en el derecho a escribir también en una lengua propia.

Cultura cautiva

El derecho a escribir en tu lengua

Ngũgĩ wa Thiong’o, durante una de sus conferencias y principal defensor del derecho a escribir en su propia lengua.

Durante el llamado Congreso de Escritores Africanos de Expresión Inglesa celebrado en la Universidad de Makerere (Uganda) en 1962, se produjo el encuentro entre diversos escritores africanos. Sin embargo, muchos echaron en falta al tanzano Shabaan Robert, el poeta más importante de África en aquel momento. ¿Y por qué no asistió? Porque Robert no escribía en inglés, sino sólo en swahili, y por lo tanto no era digno de participar en tal congreso.

Este suceso ha sido analizado varias veces durante las conferencias de Ngũgĩ wa Thiong’o, quien tras publicar diversas novelas en inglés gracias a un talento que le permitió ascender en la cadena social postcolonial de Kenia, decidió plantarse y escribir solamente en su lengua materna, el gikuyu. Una osadía que casi le costó la vida y le llevó a exiliarse a Estados Unidos poco después.

Dos de los muchos ejemplos acerca de cómo la influencia de una mayoría, en este caso el imperialismo inglés o francés que colonizó Asia, África y Latinoamérica durante años,  ha pisoteado varias culturas minoritarias. Primero, influénciándolas acerca del vacío de sus danzas, letras y poemas; después, obligándolas a girar la cabeza hacia una nueva cultura con la que nunca podrían fundirse del todo. Y mientras tanto, el cacao, el petróleo o los diamantes iban saliendo por la puerta de atrás.

Adaptarse o resistir

Sin embargo, al mismo tiempo se despliega un debate amplio en el que las opiniones son muchas: algunos, como el nigeriano Chenua Achebe, aprovechó el mencionado congreso para asegurar que si se le había dado la facilidad de utilizar la lengua inglesa para llegar a las masas, la utilizaría. A su vez, otros muchos escritores siguen opinando que lo importante es el contenido, y mientras este tenga un mayor difusión en un idioma mayoritario será suficiente, pues al autor no le interesan las palabras, sino lo que estas cuentan. En el otro extremo, el mencionado Thiong’o silencia su lengua inglesa como una forma de frenar el dominio extranjero en culturas minoritarias como la suya propia. Etnias cuya lengua tienen su propia musicalidad, ritmo y expresiones de difícil traducción a otro idioma.

Hace unos días os hablaba de la literatura como arma para cambiar el mundo. Y lo cierto es que sería una de las más efectivas de todas. Sin embargo, puede que parte de esa odisea por restaurar las heridas del mundo pase también por permitir que todas las culturas se expresen en lugar de hipnotizarlas con ideas que no apuntan al problema real.

Muchas personas, especialmente los activistas, se encargan actualmente de fomentar el derecho a escribir en las lenguas propias de diversas etnias minoritarias a fin de preservar su cultura, con ejemplos como el reciente programa de estudio en kurdo aprobado por la Universidad de Kurdistán, en Irán, o el fomento como segunda lengua escolar del kichwa, una variedad del quechua revitalizado en Ecuador por la organización CONAIE.

Aún así, no me gustaría terminar sin una pregunta: ¿sería preferible permitir el desarrollo de todas las lenguas en vez de querer adaptarlas a un idioma que les permitiría tener una mayor difusión?

Y atención, que la palabra «nacionalismo» no ha aparecido en ningún renglón.


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