«Cyrano de Bergerac.» El drama heroico de Edmond Rostand.

Cyrano de Bergerac, fotograma de la película homónima.

Es difícil afrontar la reseña de una obra como Cyrano de Bergerac, de Edmond Rostand, publicada en 1897, y representada ese mismo año en París. De ella se ha dicho que, para criticarla, hay que ser francés, e incluso en ese caso uno debe andar con pies de plomo. A fin de cuentas, representa el espíritu del país galo, de la misma manera que Don Quijote encarna el del pueblo español.

Cyrano de Bergerac es un drama teatral en cinco actos, escrito en verso, y que narra el carácter y la vida del personaje que da título a la obra. Aunque Cyrano existió en la vida real, la visión que nos ofrece de él Edmond Rostand se ajusta poco al personaje histórico, pues es muy romántica e idealizada. Rostand consideró a Cyrano de Bergerac no sólo su mayor obra, sino también la causa última de su caída en desgracia. De ella dijo: «a mí, entre la sombra de Cyrano, y las limitaciones de mi talento, no me queda más solución que la muerte.» Pero, ¿qué es lo que hace tan especial a este texto, y por qué es tan difícil de superar? ¿Quién es, o qué representa, este filósofo, poeta, y espadachín?

Un hombre hecho a sí mismo

CYRANO.

Nunca Cyrano protección implora;

no tengo protector:

(Llevando la mano a la espada)

¡sí protectora!

Existen, a mi juicio, tres puntos alrededor de los cuales gira la trama de esta obra de teatro. El primero de ellos es el del «hombre hecho a sí mismo.» Cyrano es un tipo orgulloso, un mosquetero, y un escritor que se cortaría una mano antes que cambiar una sola coma de sus libros para agradar al noble, o mecenas de turno. Desprecia con toda su alma a los «vendidos» y, con tal de mantener su independencia y libertad, no teme a la pobreza, al frío, y al ostracismo. Tal y como él mismo dice, su lema es: «¡Morir, sí! ¡Venderme, no!» Es más, busca este aislamiento de forma casi obsesiva, como una manera de reafirmarse a sí mismo, y de demostrarle al mundo que nada ni nadie puede quebrar su alma.

LEBRET.

Si a reprimirse acertara

tu espíritu… mosquetero,

tuvieras gloria, dinero.

CYRANO.

¿Y a qué precio lo alcanzara?

¿De qué medios me valdría?

Di. ¿Buscando un protector

y medrando a su favor

cual la hiedra que porfía

el firme tronco abrazando,

lamiéndole la corteza,

suavizando su aspereza

va poco a poco escalando

la copa? ¿Yo así medrar?

¿Yo por astucia elevarme?

¿De mi ingenio no acordarme

ni con mi esfuerzo contar?

Este deseo de poseer libre albedrío, y de no depender de otros, se puede apreciar perfectamente en el famoso monólogo de Cyrano en el segundo acto. La versión de la película homónima de 1990 de Jean-Paul Rappeneau, y con el papel principal interpretado por Gérard Depardieu, así lo refleja:

Un triángulo amoroso

CYRANO.

Sólo, en la oscuridad, adivinamos

que sois vos, que soy yo, que nos amamos…

Vos, si algo veis, es sólo la negrura

de mi capa; yo veo la blancura

de vuestra leve túnica de estío…

¡Dulce enigma, que halaga al par que asombra!

¡Somos, dulce bien mío,

vos una claridad y yo una sombra!

El segundo punto es un triángulo amoroso, la relación entre Cyrano, Roxana, y Cristián. Nuestro protagonista, que se considera un ser horrible por su desmesurada nariz, no se atreve a declararle su amor a Roxana por temor a que lo rechace. Este miedo aumenta al descubrir que está enamorada de un joven cadete, Cristián, que tiene todo el atractivo físico que Cyrano no posee. Sin embargo, Cristián es un hombre de escasa labia, sobre todo a la hora de hablar con mujeres. Así pues, recurre al propio Cyrano para que escriba cartas de amor a Roxana en su nombre.

ROXANA.

¡Os amo! ¡Alentad!

¡Vivid!…

CYRANO.—(Sonriendo con esfuerzo)

El cuento no ignoro.

Dijéronle: «¡yo te adoro!»

a un príncipe, y su fealdad,

«inri» en amor de su cruz,

sintió de pronto extinguida

al dulce influjo fundida

de esa frase toda luz.

¿Qué no es cuento? Estoy conforme;

pero esa frase os oí…

y ya veis, deforme fui,

y continúo deforme.

Esta situación culmina con la boda entre Roxana y Cristián. Por su parte Cyrano, aunque intenta engañarse a sí mismo, y creer que le alegra el mero hecho de confesar su amor por medio de Cristián, en el fondo sabe que es mentira. Pero, tan testarudo como siempre, jamás lo admite, ni aún cuando surgen pruebas de que las cartas las había escrito él, y Roxana termina por enamorarse de sus sentimientos, a pesar de la belleza de Cristián.

Una tragedia personal

CYRANO.

Ésta mi existencia ha sido:

¡apuntar!… ¡ser olvidado!…

¿Recordáis? Bajo el balcón

Cristián de amor os hablaba;

yo, en la sombra, le apuntaba,

esclavo a mi condición.

Yo debajo, a padecer

y con mis ansias luchar;

otros arriba, a alcanzar

la gloria, el beso, el placer.

Es ley que aplaudo juicioso,

con mi suerte en buen convenio:

porque Molière tiene genio,

porque Cristián era hermoso.

El último punto es la tragedia personal de Cyrano. Su recompensa por una vida dedicada a ser fiel a sí mismo, a luchar por la propia honra, es la incomprensión y quedar apartado de la sociedad. Este es el gran drama, y la moraleja tan terrible de la obra: que en este mundo aquellos que conspiran como ratas son los que salen victoriosos, y los que van de frente, y tienen sentido de la dignidad y del honor, están condenados.

Escena final de Cyrano de Bergerac

Ilustración que representa la escena final de Cyrano de Bergerac.

Cyrano de Bergerac es una figura trágica, pero también un modelo; ejemplifica nuestras aspiraciones como seres humanos: libertad, individualismo, valor, ingenio… todos estos ideales, y muchos más. Él es, y no otro, la máxima representación de la lucha del hombre contra una sociedad que pretende alienarle. Al contrario de lo que cabría esperar, ser un modelo no le sirve para obtener felicidad alguna, sino que le impulsa con fuerza hacia su propia destrucción. Como Cristo en la cruz, Cyrano debe morir, con su orgulloso sombrero en la cabeza, para hacernos reflexionar, para limpiarnos de nuestros pecados, y enseñarnos que la humanidad puede ser mucho más de lo que es.

CYRANO.

¡Ah, siéntome convertido

en mármol!… ¡Mas, soy Cyrano,

y con la espada en la mano

sereno espero y erguido! […]

¿Qué decís?… ¿Qué la victoria

quien la ansía no la alcanza?…

¡Si no hay de triunfo esperanza

hay esperanza de gloria!…

¿Cuántos sois? ¿Sois más de mil?

¡Os conozco! ¡Sois la Ira!

¡El Prejuicio! ¡La Mentira!

¡La envidia cobarde y vil!…

¿Qué yo pacte?… ¿Pactar yo?…

¡Te conozco, Estupidez!

¡No cabe en mí tal doblez!

¡Morir, sí! ¡Venderme, no!

Conmigo vais a acabar:

¡No importa! ¡La muerte espero

y, en tanto que llega, quiero

luchar… y siempre luchar!

¡Todo me lo quitaréis!

¡Todo! ¡El laurel y la rosa!

¡Pero quédame una cosa

que arrancarme no podréis!

El fango del deshonor

jamás llegó a salpicarla;

y hoy, en el cielo, al dejarla

a las plantas del Señor,

he de demostrar sin empacho

que, ajena a toda vileza,

fue dechado de pureza

siempre; y es… mi penacho.


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      RodrigoDíaz dijo

    He llegado aquí por la referencia que en otra novela se hacía a este libro. Te felicito por la reseña; concisa y acotada, pero de una profundidad admirable. Gracias por quitar de mi la desgracia de desconocer a Cyrano.

    Saludos buen hombre.

      M. Escabias dijo

    Muchas gracias, me alegra que te gustase el artículo.