… en concluyendo este artículo, no pagan caro sus gritos». Bueno, permítaseme la licencia literaria. Pero es que un año más se nos va octubre y vuelve Don Juan. Y yo, frente a calabazas (que solo me gustan en cremas) trucos, tratos y fiestas de disfraces de tradición anglosajona, me quedo con nuestro clásico más clásico de estas fechas. Que conste que mi admiración por los anglosajones es de sobra conocida. Pero hay costumbres que no me han conquistado y Halloween es una.
Escuché muchas veces a mi padre recitar ese comienzo y varias estrofas más del Tenorio. Incluso llegó a saberse toda la obra porque se la hacían aprender en la escuela. Eso, cuando eres pequeña y los padres son los más fuertes y sabios, simplemente se te queda. Después, aprendes a leer y amar esos versos y la historia universal de amor, honor, engaño, falsedad y redención que primero reflejó Tirso de Molina en su burlador de Sevilla y después hizo inmortal José Zorrilla. Hasta salen ripios ya.
Versiones teatrales
He visto muchas representaciones del Tenorio en televisión y en vivo. Desde las más clásicas que programaban en el mítico Estudio 1 de RTVE -la de Paco Rabal como Don Juan y Concha Velasco como Doña Inés es inolvidable- hasta las más vanguardistas. Recuerdo una en especial en el Festival de Teatro Clásico de Almagro de 2003. Fue concretamente El burlador de Sevilla. La CNTC, encabezada por Carlos Hipólito, puso al público en pie aquella calurosa noche de verano.
La última versión que vi fue el año pasado. De las rompedoras. O supuestamente. Fue el montaje de la actriz y directora Blanca Portillo, que convirtió a los personajes en unos macarras a lo Mad Max. También quiso darle el toque cultureta y políticamente correcto. Así, presentó a Don Juan como un canalla, machista y criminal, lo peor de lo peor (descubrió la pólvora, claro) que no se merece ser el emblema romántico patrio que es. Pero la cuestión fue que mantuvo el verso original. Y eso, que es la esencia, no se puede cambiar. Los actores hicieron lo que pudieron, eso sí, otra cosa es que les saliera bien.
En fin, yo, que soy de la vieja escuela, prefiero las golas, los miriñaques, las plumas y las espadas, qué le voy a hacer. El Tenorio puede tener mil representaciones de todas las maneras y colores, pero si se le pretende arrancar su esencia, entonces ya no será lo que escribió Zorrilla. A los mitos hay que mirarlos con perspectiva, en su contexto. Y son mitos precisamente por eso, por la universalidad de conceptos que representan.
¿Calabazas y zombis?
Entonces, de unos años a esta parte (que ya son bastantes), con esta tendencia tan de aquí de mirarnos a nosotros mismos por encima del hombro pero babear por costumbres foráneas, nos pusimos a importar calabazas, telarañas de algodón, fantasma de pega y rimas tan románticas y elaboradas como «truco o trato». Empezamos a disfrazarnos básicamente de… cualquier cosa o a convertirnos en zombis. Ojo, que me parece muy bien que, conforme ha estado siempre el mundo, aligeremos las transcendencias y nos riamos de miedos varios, en especial del de la muerte.
Solo me quejo de que nadie se disfrace de Don Juan, o del fanfarrón Don Luis Mejía, o del capitán Centellas, o de Ciutti o la alcahueta Brígida. Quienes tenemos cierto espíritu de Doña Inés, no por los hábitos, sino por el gusto por los canallas, lo echamos de menos. Con el juego que da tanta imaginería nuestra. Y tan aterradora. Pendencias callejeras entre espadachines sin escrúpulos, ultrajes, asesinatos, cementerios y apariciones que quieren arrastrarte al infierno y un alma pura y enamorada que te redimirá. Cambiar eso por unas calabazas…
Por tanto, me permito desde aquí recomendar la lectura o relectura de este clásico. Para volver a apreciarlo, saborearlo, gozar con un lenguaje que ya no se usa, que se está olvidando, para saber que una vez hablamos así y fuimos así. Ni mejor ni peor. La condición humana no ha variado mucho desde que estamos aquí. Y quizás los donjuanes de ahora sean unos aficionados y les convenga repasar al maestro. No, más bien, quizá sean mucho peores que él.
Por último también me remito a este artículo de Arturo Pérez-Reverte. En su momento suscribí cada coma que puso y lo sigo haciendo. Así que un año más apuesto por Don Juan.
Los Don Juanes de ahora puede que ni sepan de donde les viene el nombre.
Nunca habrán oído los celebres versos que acabaron con la resistencia de Doña Ines; quiza solamente el angel de amor de la apartada orilla…
A mi, sin embargo, como buena alunma de colegio de monjas me gustan más los versos en que Doña Ines renuncia a la decencia y a la vida por el amor.
«¡Don Juan!, ¡don Juan!, yo lo imploro
de tu hidalga compasión
o arráncame el corazón,
o ámame, porque te adoro.»
Lástima del final, al que solo le falta el coro de angeles cantanto, pero claro sin el «happy end» eclesiástico no creo que se hubiera representado durante tantos años.
Isabel, me has puesto esa estrofa que me encanta, quizás sea de las que más me gustan de toda la obra. Será porque yo también soy de colegio de monjas, je, je. Gracias por tu comentario.
Ay don Juan, que maravillosa cita anual tenemos con usted. Muy buena travesía de don Juanes que nos has hecho rememora Mariola. Yo también disfruto más las versiones clásicas pero si las actuales están hechas desde el respeto, y no desde experimentos extravagantes y ultramodernos, también las disfruto de principio a fin. Y me ha hecho sonreir ese alma de doña Inés que llevas por el gusto por lo canalla, 😉 , y quien no? Creo que me voy a reeler algunos versos del Don Juan.
¡Don Juan para siempre!