Consejos para los jóvenes escritores, de Charles Baudelaire. Una selección

Me regalaron estos Consejos para los jóvenes escritores, de Charles Baudelaire, hace ya muchos años. El autor tenía 25 cuando los publicó en L’Esprit Public. Fue en abril de 1846, y aunque es evidente que sus tiempos no eran los de ahora, tampoco se ha repetido un autor de personalidad tan particular y arrolladora como él. Releyéndolos hace poco, he querido escoger algunos retazos de ellos. Ahí van.

Consejos para los jóvenes escritores

Baudelaire revolucionó la poesía francesa poniendo el foco —en el tema moral en concreto— en que quizás lo mejor no era siempre, ni necesariamente, lo bueno. Eso le llevó a habitar en el universo de los autores malditos que compartió con otros nombres como el de Poe.

Consejos para los jóvenes escritores ya le valió la fama de cáustico y en ellos tocaba la fama, el salario que debían recibir o incluso las relaciones con las mujeres. Y también se adelanta a su tiempo o vislumbra algunos elementos que se desarrollarán posteriormente en la literatura como la profesionalización del autor no solo en ella, sino también en prensa, guiones de cine o televisión, etc. Ve asimismo ese producto de consumo de la literatura más que de arte. Antes de enumerarlos dice: «Los señalados preceptos no tienen pues otra pretensión que aquella de vademécum, ni otra utilidad que aquella del civismo pueril y honesto».

En textos cortos para cada título del tema que trata se desgranan frases como las escogidas a continuación:

De la suerte y de la mala suerte en los comienzos

  • Todo comienzo tiene siempre sus precedentes y que es el efecto de otros veinte comienzos que nos son desconocidos.
  • Un éxito es, en proporción aritmética o geométrica, producto de la fuerza del escritor, el resultado de éxitos anteriores, a menudo invisibles a simple vista. Hay una lenta agregación de éxitos moleculares; pero generaciones milagrosas y espontáneas, jamás.

Los salarios

  • Así la literatura, que es la materia más inapreciable, es ante todo un relleno de columnas; y el arquitecto literario, cuyo solo nombre no tiene posibilidad de proporcionar beneficio alguno, debe vender a cualquier precio.
  • Es un hombre razonable el que opina: «Creo que esto vale tanto, porque tengo talento: pero si es necesario hacer concesiones, las haré, para tener el honor de estar entre los vuestros».

Del vapuleo

  • El vapuleo no debe ser practicado más que contra los partidarios del error.

De los métodos de composición

  • Hoy en día es forzoso producir mucho; es fundamental ir rápido.
  • Para escribir rápido es necesario haber reflexionado mucho, acarrear con un tema, en el paseo, en el baño, en el restaurante y casi en casa de la querida.
  • En la literatura no soy partidario de la tachadura, emborrona el espejo del pensamiento.

Del trabajo diario y la inspiración

  • El arrebato no es el hermano de la inspiración: hemos roto ese parentesco adúltero.
  • Una alimentación sustancial, pero regular, es la única cosa necesaria para escritores fecundos. La inspiración es decididamente la hermana del trabajo diario.
  • La inspiración sucede, como el hambre, como la digestión, como el sueño.
  • Si se quiere vivir en una contemplación obstinada de las obras futuras, el trabajo diario ofrecerá la inspiración.

De la poesía

  • En cuanto a aquellos que se entregan o se han entregado con éxito a la poesía, les recomiendo que no la abandonen nunca. La poesía es una de las artes que más aportan, pero es una especie de inversión donde se alcanzan tarde los intereses, que a cambio son enormes.
  • El arte que satisface la necesidad más imperiosa será siempre el más honrado.

De las amantes

  • Si quiero observar la ley de los contrastes, que gobierna el orden moral y el orden físico, estoy obligado a ordenar en sus clases a las mujeres peligrosas para la gente de letras: la mujer honesta, la sabihonda y la actriz.
  • Porque todos los verdaderos escritores tienen horror de la literatura en determinados momentos, no admito en ellos almas libres y orgullosas, espíritus fatigados, que tienen siempre necesidad de reposar el séptimo día.

Fuente: Consejos para los jóvenes literatos, Charles Baudelaire. Celeste Ediciones. 2000.


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