Carlos Arniches. El maestro del sainete y el humor ácido.

Carlos Arniches hubiera cumplido hoy 152 años. Este alicantino fue, sin embargo, uno de los escritores que mejor se identifican con Madrid y su vida anecdótica a través de los sainetes, género en el que nadie pudo igualarlo. También colaboró como letrista con importantes músicos creadores de famosas zarzuelas. Entre su prolífica obra hay títulos tan conocidos La señorita de Trévelez, Es mi hombre, El amigo Melquíades, Los caciques, ¡Que viene mi marido! Hoy rescato algunos fragmentos de ellas.

Carlos Arniches

Arniches llegó a Madrid con 19 años. Había trabajado como periodista en Barcelona. Y una vez en Madrid se introdujo en el mundo de la escena con la ayuda del famoso músico también alicantino Ruperto Chapí.

Fue un maestro en reflejar el costumbrismo madrileño en lo que se inició a través de la zarzuela y sainetes líricos como El santo de la IsidraEl éxito que obtuvo lo llevó a dedicarse a los sainetes.

Sainetes

Con el ambiente costumbrista y sus personajes tan característicos Arniches trató de forma cómica temas o situaciones domésticas o más graves. El resultado de la mezcla de ambos elementos a veces raya lo grotesco y, sin duda, la acidez.

Es un esquema que suele repetirse: hay dos personajes contrapuestos (un galán bueno y un galán malo; un hombre humilde y trabajador y otro bravucón y con mucha labia), también está la señorita encantadora pero algo ingenua y el señor mayor, ingenioso y protector. Los argumentos tienen el lenguaje muy castizo y en el desenlace siempre ganan el bien, el amor y la honestidad y los villanos quedan en ridículo.

Pero, aparte del entretenimiento, Arniches también buscó la crítica social desvelando valores deformados por la ambición o la hipocresía, contrapuestos a valores universales, como la familia, la honradez o el amor. Este fragmento de, quizás, su título más conocido, La señorita de Trévelez, me sirve para cerrar este momento de recuerdo al señor Arniches.

La señorita de Trévelez

ACTO SEGUNDO, ESCENA V

Numeriano (el Galán); luego entra Florita.

NUMERIANO. (Cae desfallecido sobre un banco.)
– ¡Ay, Dios mío! Bueno; yo hace quince días que no duermo, ni como, ni vivo… ¡Y yo que nunca he debido un céntimo, me he hecho hasta tramposo!… Porque entre los dos perros y el marco, que lo estoy pagando a plazos, se me va la mitad del sueldo. ¡Qué cuadrito!… Don Gonzalo le llama “la mancha”, pero quia. Es muchísimo más grande. La Mancha y la Alcarria, todo junto. ¡No le he puesto más que un listón alrededor y me ha subido a veinticinco duros!… ¡Ay!, yo estoy enfer­mo, no me cabe duda. Tengo dolor de cabeza, inquietud, espasmos nerviosos; porque además de todo esto, esa mujer me tiene loco. Es de una exaltación, de una vehemencia y de una fealdad que consternan. Y luego tiene unas indirec­tas… Ayer me preguntó si yo había leído una novela que se titula “El primer beso”, y yo no la he leído, pero aunque me la supiera de memoria… ¡Esas bromitas, no! Y para colmo, habla con un léxico tan empalagoso que para estar a su altura me veo negro. Aquí me he venido huyendo de ella… Aquí, siquiera por unos momentos, estoy libre de esa visión horrenda, de esa visión…

FLORITA. (Apartando el ramaje del fondo de la fuente, asoma su cara risueña y dice melodiosamente.)
– ¡Nume!

NUMERIANO.(Levantándose de un salto tremendo. Aparte.)
– ¡Cuerno!… ¡La visión!

FLORITA.
– Adorado Nume.

NUMERIANO. (Con desaliento.)
– ¡Florita!

FLORITA.(Saliendo, lo mira.)
– ¡Pero cuán pálido! ¡Estás in­coloro! ¿Te has asustado?

NUMERIANO. (Desfallecido.)
– Si me sangran, no me sacan un coágulo.

FLORITA.
– Pues yo, errabunda, hace un rato que de un lado a otro del parterre vago en tu busca, ¿Y tú, amor mío?

NUMERIANO.
– ¡Yo vago también; pero más vago que tú, me había sentado un instante a delectarme en la contemplación de la noche serena y estrellada!…

FLORITA.
– ¡Oh Nume!… Pues yo te buscaba.

NUMERIANO.
– Pues si yo sé que me buscas, te juro que corro, que corro a tu encuentro.


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