Canto de amor y esperanza a las bibliotecas

Biblioteca

Andaba hace unos minutos por la red buscando esa noticia destacada que como blog literario deberíamos de comentar sí o sí. Llegué por casualidad a Librópatas, el genial blog que dos amantes de la literatura pusieron en marcha y que les va muy bien.

Me puse a indagar en algunos de sus post y encontré artículos que hablaban sobre libros que leer antes de los 30, libros que todos hemos leído de pequeños y cosas así. Esto me dio pie a plantearme el tema de lo que hoy quiero hablaros. ¿Cómo accedemos a todos esos libros que debimos, deberíamos o debemos leer?

Recordé entonces algunas entrevistas a escritores en las que hablaban de cómo accedían a la literatura. Normalmente el primer contacto era a través de la pequeña o gran biblioteca familiar, según cada caso, y después, el gusanillo lector seguía alimentándose en la Biblioteca.

Hoy voy a confesar algo sobre mí que es profundamente contradictorio: soy bibliotecaria y de pequeña nunca fui a la biblioteca. De hecho, creo que la primera vez que fui a mi biblioteca municipal fue en el instituto para hacer un trabajo de clase. Rondaría yo los quince años.

La biblioteca de mi colegio no era tal. Eran unas estanterías con libros en el Salón de Actos donde dos días en semana una profesora, a la hora de la salida del colegio, estaba allí para hacer préstamos. Los niños se agolpaban y yo no podía quedarme porque debía coger el autobús, así que nunca hice uso de ella. Recuerdo el lugar como oscuro y con cortinas rojas, ya que apenas se celebraban actos y estaba derivando en improvisado almacén.

Pensando en esta infancia y adolescencia sin bibliotecas… ¿cómo es posible que la literatura sea algo tan importante en mi vida si nunca tuve acceso real a ellas? ¿Cómo me gusta tanto mi profesión bibliotecaria si hasta que no empecé la universidad con 18 años nunca la usé?

Mi contacto con la literatura vino gracias a que mi padre es un hombre lector y tengo dos hermanas mayores que alimentaron nuestra pequeña biblioteca familiar con las lecturas del instituto y otros libros de gusto personal.

Recuerdo leer y releer de pequeña los poemas de Machado de un viejo libro de mi padre o mirar con curiosidad una biografía del Che Guevara.

La única biblioteca municipal, en un pueblo de 60.000 habitantes, la tenía a media hora de camino en coche, una hora a pie. Comprar libros era un lujo en una familia con una economía poco holgada como la mía, además de que hasta las librerías estaban igual de lejos.

Siempre digo que me apasiona la lectura porque crecí viendo a gente leer, no porque tuviera lugares cerca que alimentaran mi curiosidad lectora.

Después de contar esto, confieso que siento envidia cuando leo a escritores que dicen que se iban a la biblioteca cuando eran pequeños y que se habían leído todo lo que un niño debería leer. Yo me releí El Superzorro infinidad de veces porque no tenía otro.

Y ante esta experiencia, asisto atónita a declaraciones como las de un político local que afirmó sin ruborizarse lo más mínimo que «cómo iban a invertir dinero en la biblioteca cuando había gente que no tenía dinero para comer«, respuesta que dio a la bibliotecaria ante la petición de fondos para comprar libros para la sección infantil, la cuál se encontraba obsoleta y en un estado físico lamentable.

Ella le podría haber contestado que si una familia no tenía para comer, mucho menos iba a tener para libros y que ahí es donde la biblioteca pública puede intervenir para que ese niño, por ser pobre, no se sienta privado de educación y cultura.

Pero no, en muchas bibliotecas municipales no mandan los bibliotecarios, sino los concejales de cultura que solo acuden para hacerse la foto.

Estamos en año de elecciones y estoy expectante por ver qué propuestas políticas plantean los partidos para revitalizar una institución tan sumamente importante para la sociedad como son las Bibliotecas.

Lo cierto es que se piensan en ellas como algo en lo que invertir en tiempos de bonanza, porque siempre queda bien abrir una biblioteca, pero que es un gasto innecesario en tiempos de crisis.

En fin, solo pretendía reflexionar sobre el papel de la biblioteca en la formación del adulto lector.


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