«Alicia en el País de las Maravillas.» Un clásico incomprendido de Lewis Carroll.

Alicia en el País de las Maravillas

A pesar de su fama, Alicia en el País de las Maravillas es una novela, cuanto menos, incomprendida. Lo ha sido siempre desde su publicación en 1865 por parte del matemático, lógico, fotógrafo y escritor inglés Lewis Carroll, cuyo nombre real fue Charles Lutwidge Dodgson. Poco podía imaginar el propio Carroll que las aventuras del alter ego literario de Alicia Liddell, niña en la que se inspiró para crear a su protagonista, acabarían gozando de semejante popularidad.

Si algo tiene de bueno esta historia es que, como veremos a continuación, pueden disfrutar de ella tanto niños como adultos. Después de todo, Alicia en el País de las Maravillas no es sólo uno de los cuentos fantásticos más honestos que existen —y que precisamente por no aspirar a ser más de lo que es, logra ser más de lo que parece—, sino también una de las mejores novelas que ha gestado la literatura del absurdo.

¿Es que nadie va a pensar en los niños?

—Y la moraleja de esta historia es… ¡Vaya, se me ha olvidado!

—Quizá no tenga ninguna moraleja —se atrevió a observar Alicia.

—¡Pues claro que tiene moraleja! —exclamó la Duquesa—. Todo tiene su moraleja, el caso es dar con ella.

Entre las principales críticas que ha recibido Alicia en el País de las Maravillas, sobre todo en la época de su publicación, encontramos la de que carece de moraleja. Es un cuento adelantado a su tiempo, libre del tedioso aire moralista de otros relatos. La moraleja no la impone el autor, sino que cada cual puede encontrar una diferente entre sus páginas.

Esta amoralidad de la novela le permite presentar situaciones absurdas, crueles, e ilógicas sin ningún reparo. Ninguna de ellas pretende dar una lección a Alicia, sólo hacerle dudar de lo que hasta entonces consideraba «realidad» y «cordura».

La importancia del lenguaje

—¿Quieres decir que puedes encontrar la solución al acertijo? —dijo la Liebre de Marzo.

—Exactamente —contestó Alicia.

—En ese caso, deberás decir lo que piensas —insistió la Liebre.

—Es lo que estoy haciendo —le replicó Alicia—, o al menos, pienso lo que digo, lo cual viene a ser lo mismo.

—¿Cómo va a ser lo mismo? —exclamó el Sombrerero—. ¿Acaso es lo mismo decir «veo lo que como» que «como lo que veo»?

—¡Cómo va a ser lo mismo! —coreó la Liebre de Marzo—. ¿Acaso es lo mismo decir «me gusta lo que tengo» que «tengo lo que me gusta»?

Resulta evidente, a poco que leamos la novela, que Lewis Carroll da una importancia capital al lenguaje. La inmensa mayoría de las situaciones cómicas, y no tan cómicas, que en ella se desarrollan son fruto de juegos de palabras o de malentendidos lingüísticos.

Debido a esto, muchos autores han querido ver en Carroll un precursor del filósofo Wittgenstein, sobre todo en lo referente a su teoría sobre el isomorfismo o «identidad entre lenguaje y realidad». Por otra parte, su famosa cita «todo aquello que puede ser dicho, puede decirse con claridad; y de lo que no se puede hablar, mejor es callarse», del Tractatus logico-philosophicus, se aplica en muchos de los pasajes de la novela.

La icónica sonrisa del Gato de Cheshire, uno de los secundarios más famosos de Alicia en el País de las Maravillas.

Descendiendo por la madriguera de conejo

—¡Pues se ha atrasado dos días! —suspiró el Sombrerero—. ¡Ya te dije yo que con mantequilla no se arreglaba! —añadió, mirando a la Liebre.

—Y eso que era de la mejor calidad —dijo la Liebre compungida.

—Claro, pero con la mantequilla se habrán colado algunas migas —gruñó el Sombrerero—; no deberías haber untado el reloj con el cuchillo del pan.

La Liebre de Marzo tomó el reloj, lo examinó con grave preocupación, y lo hundió pesarosa en la taza de té; después lo examinó de nuevo, pero no se le ocurrió nada mejor que repetir lo que ya había dicho antes:

—¡Era mantequilla de la mejor calidad!

Se podrían dar numerosos motivos por los que Alicia en el País de las Maravillas es una buena historia, pero concluiré con el más obvio de todos: resulta entretenida. Es un cuento que nunca aburre, que sorprende, y va en ascenso hasta su final. Muchas veces olvidamos que el principal motivo para leer un libro es porque resulta divertido, algo que nos recuerda, y logra con creces, la obra de Carroll.

Lo que a simple vista parece un cuento para niños encierra una historia apasionante. Pero no nos llevemos a engaños: es un cuento para niños. Aunque esto no significa que los adultos seamos incapaces de disfrutar de él, pues en su honestidad radica su fuerza y belleza. Nietzsche decía que «hay espíritus que enturbian sus aguas para hacerlas parecer profundas.» El caso de Alicia en el País de las Maravillas es justo lo contrario: como mirar el fondo de un río, tal vez absurdo e ilógico, pero transparente.

—¡Qué manía de discutir tienen todos estos bichos! —masculló Alicia—. ¡Es que la vuelven a una loca! […] Nada…, ¡es inútil hablar con él! —decía Alicia, desesperada—. ¡Es un perfecto imbécil!


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