Segunda parte del repaso a los cuentos del escritor argentino Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo. Para leer la primera parte pulsa aquí. Los que hoy presento son de su libro Ficciones (1944): dos cuentos de la primera parte, El jardín de los senderos que se bifurcan, y uno de la segunda, Artificios.
La Biblioteca de Babel
Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese adjetivo por una costumbre retórica; digo que no es ilógico pensar que el mundo es infinito. Quienes lo juzgan limitado, postulan que en lugares remotos los corredores y escaleras y hexágonos pueden inconcebiblemente cesar —lo cual es absurdo. Quienes la imaginan sin límites, olvidan que los tiene el número posible de libros. Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.
El primer cuento nos habla del universo, de la naturaleza de Dios, y del azar. Lo hace a través de una metáfora: la de una biblioteca, un enorme edificio de galerías hexagonales e idénticas, que representa la realidad, o el cosmos. En ella, los mismos volúmenes, al cabo quién sabe si de años o milenios, vuelven a repetirse infinitas veces. Así pues, el relato coquetea con la idea nietzscheana del eterno retorno de lo idéntico.
El jardín de los senderos que se bifurcan
El jardín de los senderos que se bifurcan es una imagen incompleta, pero no falsa, del universo tal como lo concebía Ts’ui Pên. A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades. No existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted y no yo; en otros, yo, no usted; en otros, los dos. En éste, que un favorable azar me depara, usted ha llegado a mi casa; en otro, usted, al atravesar el jardín, me ha encontrado muerto; en otro, yo digo estas mismas palabras, pero soy un error, un fantasma.
—En todos —articulé no sin un temblor— yo agradezco y venero su recreación del jardín de Ts’ui Pên.
—No en todos —murmuró con una sonrisa—. El tiempo se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros. En uno de ellos soy su enemigo.
El jardín de los senderos que se bifurcan es uno de los cuentos más interesantes, famosos y evocadores del escritor argentino. Una metáfora del tiempo (de la misma manera que La Biblioteca de Babel lo es del espacio) a través de una novela china ficticia. En ella caben todas las posibilidades y futuros, en infinitos mundos y realidades alternativas. A la vez, profetiza la aparición de los modernos librojuegos y novelas visuales, donde el lector/jugador debe hacer elecciones que influyen en la trama del relato, pues su desarrollo no es lineal, ni está preestablecido.
Funes el memorioso
Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: “Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo”. Y también: “Mis sueños son como la vigilia de ustedes”.
Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo.
El protagonista de nuestro último relato está maldito, y a la vez bendecido, con el syndrome du savant («el síndrome del sabio»), que en su caso se manifiesta con la inhumana (tal vez divina) capacidad de recordar hasta el último detalle de su existencia. Cada hoja de los árboles que ha visto, cada pelo de las cejas de todas las personas que ha conocido. Su poder es tan abrumador que Funes se ve obligado a permanecer día y noche en una habitación a oscuras, para evitar estímulos externos que le impidan reposar su cansada mente. En última instancia, Funes el memorioso es una tragedia: la de un hombre incapaz de aprovechar su capacidad sobrehumana.