Fotografías: (c)Mariola DCA
Domingo Villar ha fallecido repentina e inesperadamente tras sufrir una grave hemorragia cerebral el lunes mientras se encontraba en Vigo, en su Galicia natal. La noticia ha conmocionado a todo el mundo literario y devastado a quienes hemos tenido la suerte de conocerlo, coincidir con él en varias ocasiones y comprobar que no solo era un magnífico escritor de novela y cuentos, sino una bellísima persona, cercano, humilde y muy querido.
Así que permítaseme escribir estas líneas a modo de homenaje muy personal y con profunda emoción por su pérdida, que aún no creo y que no debía ser así ni ocurrir tan pronto. Mi pésame a su familia y amigos más allegados.
Domingo Villar
Vigués de nacimiento y madrileño de adopción y residencia, «madrileiro» solía decir él, tenía 51 años, media vida por vivir y muchas historias por escribir. Pero han bastado solo cuatro —tres novelas y un libro de cuentos— para que su figura como escritor tocara techo desde el principio.
La serie protagonizada por el inspector Leo Caldas (Ojos de agua, La playa de los ahogados y El último barco) lo encumbró a ese lugar donde los grandes escritores permanecen en el tiempo. No fue solo por las historias, los personajes o la ambientación en esa terra galega que tanto echaba de menos viviendo en la capital. Fue por una forma muy personal de narrar, con un toque costumbrista y una prosa muy elegante y trabajada con un gran perfeccionismo. Y todo parece «sonar» al leer, por ese estilo y la cadencia del gallego que luego traducía y que leía en voz alta cuando escribía.
El año pasado presentó Algunos cuentos completos, donde esa prosa todavía resonaba más a esa tierra, sus rías, leyendas, meigas y música en una edición ilustrada por su amigo Carlos Baonza. Ha sido su última obra.
Domingo y yo
Llegué a Domingo Villar por Ojos de agua, cuya portada en la edición de Siruela me llamó mucho la atención y también porque estaba ambientada en Vigo y Bueu, lugares que conozco muy bien por estar enamorada de ellos desde que empecé a ir de vacaciones por allí hace veintitantos años. Y también me enamoré de esa prosa, lo que contaba y de Leo Caldas, con quien solían identificarlo, como ocurre de vez en cuando con autores y sus protagonistas. Después devoré La playa de los ahogados. Y tuvimos que esperar 10 años largos hasta El último barco, que publicó en 2019. Fue entonces cuando conocí personalmente a Domingo.
Ese mismo año coincidimos en Getafe Negro, en una estupenda charla con Lorenzo Silva, donde ya me conoció por mi nombre y charlamos un rato de su tierra, sus libros, escribir… Y en enero del malhadado 2020 compartimos otro buen rato en un encuentro con lectores organizado por Ámbito Cultural, donde nos leyó en exclusiva un par de cuentos que todavía no se había decidido a publicar.
Antes de la Navidad del 20 tuve la suerte y el privilegio de reunirlos a él y a Francisco Narla en una charla virtual que, para mí, será mi mejor recuerdo de Domingo además de haberlo conocido. Por último, el año pasado volví a saludarlo y charlar en la Feria del Libro de Madrid, donde ya tenía esos cuentos bajo el brazo. Este año tenía la ilusión de verlo de nuevo por allí. Pero desgraciadamente no podrá ser.
Y ahora…
Lo echaremos de menos, pero no solo por sus libros, por todo lo que le quedaba por escribir, su proyecto teatral que tenía entre manos además de una nueva historia de Leo Caldas. Lo echaremos de menos por cómo era, su bonhomía y su gesto y voz siempre de serena sonrisa. Y por esta partida tan trágica y pronta, tan injusta. Porque la he sentido de lleno por no ser la primera y hacerme recordar la de mi madre, que también se fue de la misma forma.
Ahora ya solo nos queda Caldas y siempre podremos volver a su existencia de tinta y papel para seguir viendo a Domingo paseando por su Vigo querido. Nos tomaremos algo en su recuerdo en la taberna de Eligio y cruzaremos la ría muchas veces más. Pensaremos que, por lo menos, se ha quedado donde quería, bajo el cielo que añoraba y junto al mar para esos paseos. Yo también me quedaré con eso, que no es consuelo, pero sí el privilegio y la suerte de haberlo conocido.
Buena proa, Domingo, que descanses tranquilo.