David Gistau, periodista y escritor, falleció ayer tras dos meses en coma debido a una lesión cerebral sufrida practicando su deporte favorito, el boxeo. Y anoche al enterarme -pocos sabían de su estado- no pude evitar ni la sorpresa primero, y la rabia y la pena después. Porque lo leía, lo escuchaba y lo admiraba.
Por su estilo, su mordacidad y bonhomía, su facilidad de palabra, su verbo ingenioso y afilado que, para gente que no lo dominamos de viva voz como yo, era un placer. Hoy me cuesta teclear este artículo, pero valga por descargar tristeza y pensar que esa prosa permanecerá ya inalterable en sus artículos y libros que también escribió. Descanse en paz.
David Gistau – Madrid, 1970-2020
Se han escrito (y he leído ya) tantas cosas y por tantos grandes y buenos de sus colegas sobre David Gistau, y en tan pocas horas después de conocer la noticia de su muerte, que yo, humilde redactora de este blog literario, ni me atrevo a comentar y mucho menos a comparar. Solo puedo añadir una millonésima parte a ellas como lectora, oyente y admiradora de Gistau.
Por cómo su prosa me fascinó un día leyendo uno de sus artículos en La Razón, después en ABC y ahora en El Mundo. Y cómo después empecé a escucharlo en Onda Cero (tanto en las tertulias de la mañana como en programas como La Cultureta), la COPE -por las mañanas con Carlos Herrera- y en otros espacios de Antena 3 como últimamente en Telecinco.
Me siguió atrapando su tono desenfadado, su saber saltar de un tema a otro -ya fuera política, cine, cultura, deporte o música- sin perder un ápice de agudeza y uso de las palabras y expresiones perfectas con una agilidad apabullante. Además, compartíamos gustos musicales rockeros, equipo de fútbol y poca afición por la pedantería y el discurso políticamente correcto en política o donde fuera.
Una agilidad que, más que envidiar, me maravillaba y por eso lo admiraba tanto. Y por ese carácter sin artificios que además mostraba con su contundente físico, también de mi gusto más personal, que soy poco de muñecos con traje y corbata. Además, era de mi clase, de mi generación del 70. Así que cuando sale un compañero brillante, de esos de los que aprendes, aunque no lo conocieses, siempre hay que destacarlo. Y Gistau ha destacado con creces. Pero aún le quedaba mucho…
Sus libros
Porque se ve que unas columnas en el periódico se le quedaban pequeñas a un verbo tan prolijo y afinado, que no se casaba con nadie, digan lo que digan. Tenía historias que contar sin descanso, y de lo que le gustaba, como todos los escritores sacamos de nosotros mismos cuando algo nos apasiona. Lo de Gistau era el boxeo. También el Real Madrid, John Ford, las Harley Davidson o la Mafia en todas sus vertientes. El boxeo, y alguna secuela de un anterior accidente de moto en Argentina, la patria de su mujer, ha terminado noqueándolo fatal e injustamente.
Y al boxeo le dedicó su Golpes bajos, donde juntaba en un gimnasio a un entrenador ya de vuelta de casi todo, con una presentadora de televisión que busca volver a la actualidad y un gánster de los bajos fondos que controla todo y a todos.
Su ópera prima fue A que no hay huevos, sobre sus experiencias como reportero novato en la guerra de Afganistán. Siguió con ¿Qué nos estás haciendo, ZP?, donde criticaba los aspectos más polémicos del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Y no ha hecho un año que sacó la última, Gente que se fue.
Artículos
Todos merecen la pena leerse, pero son para destacar el último que dejó firmado sobre El irlandés, la película de Martin Scorsese sobre esos mafiosos que tanto le gustaban; y un hoy tan estremecedor como conmovedor Del Martini al Meconio, escrito hace 10 años después de haberse convertido en padre por primera vez.
Lástima y profundo dolor en el corazón.
Primero, y hace ya mucho años, me conquistó con su pluma y después le seguí por cada sitio que ha ido pasando dejando en ellos su bonhomía y bien hacer. Poco a poco, le fui sintiendo muy cercano, como algo mío, como si fuera de mi familia, como mi mejor amigo. Hoy se me ha ido un amigo. Que Dios le tenga en su gloria, si es que Dios existe y su gloria también.
Comparto la pena con la misma emoción. Ya lo cuento en el artículo. Y es verdad. Creo que David Gistau nos tenía a todos sus lectores y oyentes como amigos. Lo echaremos mucho de menos.