5 de mis parejas enamoradas más famosas de la literatura

San Valentín está aquí otra vez. Corazones, rosas, regalos, champán, cenas románticas y, claro, mucho amor. Entre esos regalos bien puede estar un buen libro, a ser posible con ese amor como protagonista. Así que para los espíritus más románticos que se desbordan hoy, hago mi selección de 5 de las parejas enamoradas más famosas de la literatura. Son estas:

Ulises y Penélope

Empiezo por los clásicos más antiguos como el griego Homero. Sería porque tuve que traducir partes de la Ilíada y la Odisea en mis batallas de instituto y universitarias con el aoristo. O porque en la más remota infancia esa recreación espacial de Ulises-31 dejó impronta en el mito. El caso es que Ulises siempre me cayó bien. Era más astuto y maquiavélico que los grandilocuentes y dramáticos Aquiles o Héctor de la Ilíada.

Su azaroso periplo solo para volver a Ítaca me gustó más que las guerras y los caballos de Troya. Y me conmovía ver a su esposa Penélope hacer y deshacer lo que tejía en aquel telar mientras intentaba quitarse de encima a tanto moscón aprovechándose de la larga ausencia del pobre Ulises. Así que disfruto con el mismo deleite tanto su regreso como su contundencia al despacharlos a todos sin contemplaciones.

Romeo y Julieta

La más grande y trágica historia de amor, dicen algunos. El AMOR con mayúsculas, dicen otros. El bardo inglés que la imaginó lo hizo a lo grande, como con todas las emociones universales que escribió para ser expresadas en un escenario. La pasión absoluta del amor más joven y el primero contra la oposición de familias eternamente irreconciliables.

La lucha desigual de sentimientos puros contra el mundo entero que significa su pequeño universo de Capuletos y Montescos. Y el sacrificio último por no dejar de sentirlo y porque su pérdida significa el fin de todo. Porque siendo poco más que adolescente (y quien lo sintió lo sabe) ese AMOR no tiene límites ni fronteras, es único y parece que durará siempre. Versionada mil veces, quizá sea la historia de amor más eterna.

Catherine Earnshaw y Heathcliff

Ah, los amores victorianos. El pueblo sajón tiene fama de flemático, con un poderoso escudo forjado durante mucho tiempo para que la sangre les hierva lo justo. Nada más lejos de la realidad, aunque lo cierto es que siempre nos engañan. Pero cuando se dejan llevar por las pasiones, SE DEJAN LLEVAR. Ya lo habían hecho Shakespeare y muchos otros. Pero en el siglo XIX la ola del Romanticismo sumergió a Europa en una fiebre de amor y pasión inigualables. Y los sajones también se ahogaron en ella.

Criaturas como las hermanas Brontë, dotadas de un talento poco común, crearon seres como Catherine Earnshaw y el señor Heathcliff (Cumbres borrascosas, de Emily), o Jane Eyre y Edward Rochester (Jane Eyre, de Charlotte). Cathy Earnshaw, tan voluble y orgullosa, jamás podrá evitar el amor más pasional por una fuerza tan grande de la naturaleza más salvaje como Heathcliff. Y hacen honor al dicho de no poder vivir ni contigo ni sin ti. Hasta el final.

Jane Eyre y Edward Rochester

Necesitaría demasiadas palabras para hablar de esta pareja. Es mejor que lo hagan ellos.

Jane Eyre:

«¿Cree que puedo quedarme aquí si no significo nada para usted? ¿Cree que soy una especie de autómata, una máquina sin sentimientos que puede vivir sin un mísero pedazo de carne ni una gota de agua? ¿Cree que porque soy pobre, silenciosa, discreta y menuda soy también un ser carente de corazón y de alma? Pues se equivoca: ¡Mi alma es tan real como la suya, y también mi corazón! Y si Dios me hubiera dotado de un poco más de belleza y de mucho más dinero, le habría puesto tan difícil abandonarme como lo es para mí ahora tener que dejarle. No le hablo de costumbres, ni de formalismos, ni siquiera de la carne mortal: es mi espíritu el que se dirige al suyo, como si ya ambos hubieran cruzado el umbral de la muerte y se encontraran como iguales postrados ante Dios. ¡Porque así somos, iguales!».

Edward Rochester:

«Después de una juventud hundida en la peor de las miserias o en la más absoluta soledad, encontré por fin a alguien a quien amar de verdad. Te he encontrado a ti… Eres mi alma, mi bondad, mi ángel de la guarda; estoy unido a ti por un lazo que no puede romperse. Creo que eres buena, virtuosa y adorable. La intensa pasión que arde en mi corazón te convierte en el centro de mi vida y envuelve mi existencia alrededor de la tuya, sus llamas nos consumen en una hoguera hasta fundirnos en un solo ser».

¿Se necesitan más palabras? Creo que no. Esta es una historia de amor con otros muchos matices de los que se puede apropiar cualquiera para la causa que más le guste, le convenga o le interese. Pero lo que está por encima de todo es el amor.

Marianne Dashwood y el coronel Brandon

Los creó otra dama del romanticismo victoriano: Jane Austen para su Sentido y sensibilidad. Contrapuso la contención y el razonamiento con la pasión y la irracionalidad en las hermanas Elinor y Marianne Dashwood. Y les añadió el poco propicio entorno de la posición social perdida y los pretendientes equivocados que, al final (recordemos, es otra historia de amor) se vuelven los adecuados.

Y prefiero destacar a la apasionada Marianne que a la racional Elinor. Quizás porque yo pueda identificarme más con Elinor, pero sé que en realidad puedo dejarme arrastrar por las pasiones más cegadoras. Marianne se deslumbra y es engañada por el interesado y vano señor Willoughby. Pero ahí, en la sombra, callado, paciente, estoico pero perseverante, está él, el recto coronel Brandon. Su discreción y bonhomía terminan mitigando la infamia sufrida por Marianne y conquistando su corazón.

La magnífica versión cinematográfica que firmó Ang Lee en 1995 aumentó aún más mi predilección por Brandon. Seguramente por la interpretación de ese elegantísimo y fabuloso actor que fue Alan Rickman. Y con él acabo.

¿Y vuestras parejas cuáles son?


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